Ricardo Lafferriere | Jueves 04 de septiembre de 2014
Tres guerras civiles simultáneas. Tal es la lectura de
Thomas Friedman en su artículo del New York Times el 3 de setiembre, que
levanta La Nación del 4.
Según su lectura, se superponen en el medio oriente las
luchas desatada entre Shiítas (Irán, Irak) y Sunitas -de dimensión varias veces
centenaria-, la lucha entre los Sunitas "legales" (que gobiernan el 90 % del
mundo árabe, desde Arabia Saudita hasta Indonesia) con los Sunitas irregulares
("Estado Islámico", con pretensión de nuevo Califato) y por último la lucha
entre los sunitas del "Estado Islámico" contra todas las demás etnias y
religiones que habitan en el territorio que ocupan, incluyendo a los musulmanes
que no acepten su visión del Islam.
A estas tres "luchas civiles" se ha agregado este fin de
semana una cuarta: la lucha interna dentro del propio Islam Sunita extremista.
Ayman al-Zawahiri, líder de Al-Qaeda -tronco originario del que se desprendió
el grupo que formó luego el Estado Islámico- acaba de anunciar la apertura de
una "rama" de la organización en la República de la India, montada en el
tradicional conflicto entre las etnias india y pakistaní que existe en la
región de Cachemira. La noticia no tendría tanta trascendencia si no fuera
acompañada de una declaración de fundación de un "Califato".
En el mundo árabe, el Califato es una institución que
simboliza el poder superior al que deben obediencia todos los fieles. El
"Califa" es el descendiente del profeta con autoridad suprema. No puede haber
dos. Sería algo así como si en el mundo cristiano de la Edad Media se produjera
la entronización de un segundo Papa. Sería la guerra, una guerra religiosa por
la representación de Dios sobre la tierra.
En términos estrictos, ni siquiera es necesario que tenga control
territorial porque su "autoridad" alcanza directamente a cada musulmán, viva
donde viva, con la amenaza que ello implica para todos los países (aún los
occidentales) en los que viven musulmanes.
Sobre estas luchas "civiles" cruzadas y superpuestas se
producen hechos comunicados a la opinión pública mundial en tiempo real, como
las decapitaciones, secuestro y venta de mujeres y niños, limpiezas étnicas,
impuestos discriminatorios a quienes no profesen la religión oficial, etc.
Estos hechos son un golpe directo a la conciencia universal, cuyos valores
principales responden a la visión occidental y son el mayor aporte de la
milenaria construcción filosófica del mundo "greco-romano-judeo-cristiano-iluminista"
al acervo moral y cultural de la humanidad en su conjunto.
No se trata sólo una afirmación filosófica de principios,
sino un componente de la realidad política cotidiana, porque son valores que
subyacen en las sociedades occidentales a pesar, incluso, de actitudes de sus
gobiernos circunstanciales. No es ningún secreto la condena moral que genera la
cárcel de Guantánamo en la propia opinión pública de los países occidentales, a
pesar de que esa cárcel sea sostenida por el gobierno del principal país de
Occidente. Ni tampoco el descrédito ético que inundó a Estados Unidos luego de
su ataque a Irak invocando un peligro inexistente. Los valores occidentales, en
síntesis, son independientes de los gobiernos. Viven en el corazón de sus sociedades
y en la convicción de la gran mayoría de sus ciudadanos.
¿Hasta dónde obligan esos valores? Por encima de las
motivaciones económicas -que siempre existen- la última gran confrontación
mundial tuvo como banderas movilizantes los principios democráticos.
"Democracia contra dictadura" era la bandera de los países aliados contra el
Eje, ratificadas al conocerse los terribles crímenes cometidos por el nazismo
por razones religiosas, raciales y políticas. El "Nunca más" argentino tuvo su
lejana raíz en los juicios de postguerra en Alemania, Francia y Japón, donde se
sentó el principio de que los derechos humanos tendrían vigencia y protección
universal, por encima del principio de la "soberanía exclusiva" de los países.
El fin de la Segunda Guerra fue sellado en la creación de la
Organización de las Naciones Unidas, cuyo documento fundacional invoca la
existencia de un mundo democrático, en el que los países que la integran se
comprometen a respetar los derechos humanos a través de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos.
Los valores occidentales adquirieron un valor universal.
Quienes pretendían formar parte de esa organización debían comprometerse a
cumplirlos. Diferente es el hecho de que efectivamente lo hagan. Los intereses
cruzados de las grandes potencias -las únicas que, en última instancia, tienen
fuerza para hacer cumplir las normas por su poder económico, militar y
político- ha permitido el avance y la tolerancia de numerosas violaciones de
derechos humanos, en ocasiones cometidos por esas mismas grandes potencias,
cualquiera sea su signo.
¿Debe hacer algo el mundo ante las violaciones de derechos
humanos en el medio oriente? ¿o debe alzarse de hombros y simplemente rezar?
Quien decide actitudes políticas no tiene la escapatoria de un diálogo con el
Ser Supremo. Debe "embarrarse" tomando decisiones, que normalmente no se
asientan en el escenario de un pulcro tablero de ajedrez, sino en la conjunción
de intereses diversos, que tienden a respuestas contradictorias.
En el Oriente Medio son pocos los que pueden actuar teniendo
fuerza política y militar para hacerlo. Estados Unidos, China, Rusia, Europa y
algunos países vecinos. El debate en la principal potencia mundial está en este
sentido al rojo vivo. El degüello y decapitación de un par de periodistas
norteamericanos ha encendido la opinión pública de ese país. Sin embargo, como
lo deja entrever Friedman en su nota, "no está en peligro el territorio de
EEUU", ni EEUU tiene intereses nacionales directos en esas luchas. No tiene sentido
-desde su perspectiva nacional- meterse en un conflicto en el que sólo
cosechará más críticas en todo el mundo, sin nada por ganar.
Obviamente, ni China ni Rusia tienen la menor intención de
participar por decisión propia, salvo que se produzca el anunciado ataque en
las regiones musulmanas de Rusia. Y Europa neutraliza sus decisiones al no
poder actuar sin el apoyo de la totalidad de sus integrantes, lo que la lleva a
mantenerse siempre al margen. Los países de la región, por su parte, son
partícipes directos o indirectos de alguna de las tres -o cuatro- "guerras
civiles del Islam" que están en curso.
La respuesta, entonces, pareciera caer por su propio peso.
Si EEUU no interviene, nadie lo hará. Y EEUU no parece tener ganas de hacerlo.
En consecuencia, piedra libre al genocidio, los degüellos y las limpiezas
étnicas, en el Medio Oriente, en Somalia o donde sea que ocurra. Pero la
decisión de intervenir, cuando no está en peligro el suelo norteamericano ni en
riesgo sus intereses directos es a puro "costo político". Ni la sangre, ni las
vidas, ni los recursos los pondrá quien decide, sino los ciudadanos. Es el gran
dilema de Obama.
Para completar el cuadro, también se complica el mundo
occidental al recrearse, absurdamente, el límite de la guerra fría, ampliando
inesperadamente el espacio de los "halcones" en uno y otro lado. Rusia se
siente agredida por la creciente "occidentalización" de sus vecinos europeos
antes integrantes de su "cinturón de seguridad". Reacciona como puede y sabe. Y
esta reacción provoca una contrarreacción occidental, desempolvando viejos
planes de la OTAN que renuncia a dos décadas de trabajoso acercamiento y
generación de confianza con los militares rusos.
Un mundo complicado. Pero un mundo en el que, para quienes
tratamos de tener buena conciencia, no puede confundir su agenda: la defensa de
los derechos humanos está por encima de cualquier otro valor, incluso de la
propia soberanía nacional. Si es posible, con decisiones de las Naciones
Unidas. Y si no, de la forma más homologable que sea compatible con la acción
para detener las masacres y salvar las vidas de personas inocentes.
Ricardo Lafferriere
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