Federico Vázquez | Martes 12 de agosto de 2014
Cuando hace unas semanas el juez de Nueva York, Thomas
Griesa, dictaminó que la Argentina debía pagar todo y ahora a los fondos
buitres, un relato de cómo funciona el mundo terminó de volverse papel mojado.
Hasta antes del fallo, la derecha argentina seguía
practicando la vieja costumbre de creer que existía un mundo de reglas claras y
eficientes, donde la "racionalidad" prevalecía sobre los comportamientos
emocionales, donde la "previsibilidad" permitía a los agentes económicos
planificar inversiones de largo plazo. Esos países, encabezados por Estados
Unidos, eran el ejemplo a seguir para el nuestro, donde lamentablemente sucedía
todo lo contrario: las reglas cambiaban todo el tiempo, la racionalidad perdía
frente a las políticas populistas irresponsables, el "clima de negocios" era
atacado por la intromisión del Estado. Dicotomías de trazo grueso, pero claras.
Incluso durante estos años donde las "recetas caseras" del kirchnerismo
permitieron un indudable crecimiento de la economía argentina y una evolución
favorable de todos los indicadores sociales, esa imagen de un mundo exterior
"normal" seguía incólume en el relato conservador vernáculo, casi como un
horizonte utópico al que alguna vez nuestro país llegaría para, ahí sí,
realizar su grandeza siempre postergada.
Esa concepción del mundo tenía una geografía estrecha y,
peor aún, adolecía de vejez conceptual: ninguna economía emergente era parte de
ese conjunto, a pesar de que hoy ya representa el 39% del PBI global, y el 50%
de las exportaciones. No se trata de algunos aliados sueltos ni siquiera de una
estructura política "tercermundista" como sucedió en el siglo XX: la reunión de
los Brics del mes pasado en Brasil parece estar moldeando un proceso de
globalización alternativo. Pero nada de esto entraba en el radar de las elites
locales.
Sin embargo apareció Griesa, y aquel relato sobre el mundo
quedó desprovisto de su arma más potente que lo hacía sobrevivir: dejó de ser
creíble. La decisión de un juez de poner delante de los intereses del 92% de
los tenedores de bonos argentinos a sólo un 1% que los compró a precio de
remate, mostró sin medias tintas que esas "reglas" del mundo que desvivían a
los gurúes locales sólo existen en su imaginación de pequeña aldea.
Basta con leer algunas columnas que aparecieron
recientemente en La Nación, histórico sostén de la tesis de un mundo "normal" y
una Argentina "irresponsable": por ejemplo, el 5 de agosto pasado, Andrés
Oppenheimer escribió "Un fallo peligroso para la economía mundial", donde hace
suyo el principal argumento del gobierno argentino, cuando dice que "cualquier
país debería poder negociar sus deudas con la mayoría de sus acreedores
privados, sin ser rehén de un pequeño
grupo. Hay que encontrar un nuevo sistema legal para regir las deudas de los
gobiernos con inversores privados. En eso, la Argentina tiene razón."
Una conclusión sobria, que por su misma contundencia
argumental parece haber provocado en el columnista la necesidad a escribir unos
párrafos iniciales ideológicamente alevosos: "Detesto tener que coincidir con
el gobierno argentino, una banda de seudoprogresistas corruptos que ha
arruinado al país..." Pero de poco sirven los insultos si al final se adopta la
mirada de quien decimos aborrecer.
Pero tampoco se trata de un aprendizaje propio, aunque
tardío y a regañadientes. Todo parece indicar
que este cambio local obedece a ciertas opiniones de mucho peso que se
hicieron sentir en los centros de poder mundial.
Si Joseph Stiglitz es demasiado progresista y heterodoxo, a
pesar de ser una de las voces autorizadas en el New York Times, se podría
nombrar a Nouriel Roubini, economista-gurú que predijo la crisis de las
hipotecas de 2008, más ligado a las concepciones clásicas. Hace dos años,
invitado por un foro empresarial argentino, criticó al gobierno nacional porque
"se orienta a construir un capitalismo
de Estado". Sin embargo, hace poco escribió que "la decisión de la Corte
Suprema [de Estados Unidos] es peligrosa". Y remató: "No debe permitirse que
los holdouts bloqueen las reestructuraciones ordenadas que benefician a
deudores y acreedores."
Stiglitz y Roubini, junto a un centenar de colegas,
encabezados por el premio Nobel Robert Solow, escribieron una carta al Congreso
de los Estados Unidos, advirtiendo los peligros que tenía para futuras deudas
soberanas el fallo de Griesa. El contenido, donde se acusa directamente al
tribunal de crear un "daño económico innecesario al sistema financiero
internacional" es tan importante como el destino de la misiva: parece ser que
entre los más altos economistas norteamericanos no hace pie la ingenua mirada
de que en Estados Unidos los poderes son "independientes". Por el contrario, la
carta muestra que existe una cadena de decisiones políticas gubernamentales que
podría, sin mayores inconvenientes deshacer el enjambre jurídico creado por
Griesa.
Sin embargo, no se trata de que el mundo se haya vuelto
sensible con la Argentina, ni que haya existido un mea culpa internacional en
favor de los países periféricos. Ocurre, sencillamente, que estos economistas,
al menos desde la crisis internacional de 2008, han tenido que revisar algunos
de los fundamentos de la rígidas políticas económicas neoliberales, en función
del desastre financiero y luego económico en general, que se desató como
consecuencia de la desregulación extrema del sistema de los años 90.
Pero ocurre que esa enseñanza no quiso ser vista ni oída por
las elites intelectuales locales. La razón fue exclusivamente política: las
causas más evidentes de crisis de 2008 (desregulación bancaria, monetarismo
extremo, etc), contrastaban con las políticas internas que se llevaron adelante
desde el 2003. Durante estos seis años, el establishment intelectual tuvo que
cerrar los ojos a lo que pasaba afuera para poder mantener su discurso interno
anti kirchnerista.
Se recorrió entonces un camino de "provincianización"
intelectual: la información de lo que pasaba afuera fue puesta en sordina, mal
explicada, desvinculada con nuestro país. Se intentó cortar cualquier relación
de los problemas económicos coyunturales que atravesó Argentina durante 2008 y
2009, intentando mostrarlos como "errores" de política doméstica y no como
cimbronazos inmediatos de la crisis internacional. Consecuentemente, se evitó
discutir lo que se decía a gritos en los medios, universidades y foros
políticos europeos y norteamericanos: la crisis de 2008 abrió un debate general
sobre la política económica, la independencia del sistema financiero del poder
político, la participación del Estado como motor de crecimiento, etc. Pero en
medio de ese proceso de "provincialización" de las elites locales, eso olía a
kirchnerismo y fue ignorado.
Ahora, esa falencia para comprender los cambios que estaban
ocurriendo en el mundo termina de estallar cuando el fallo de Griesa (una
especie de rémora judicial que combina formas imperialistas decimonónicas con
una preferencia por los intereses financieros propia de la vieja era
desregulada) no sólo es criticado por el gobierno argentino, sino por baluartes
intelectuales que esa intelligentsia argentina consideraba propios.
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