Ernesto Sanz | Domingo 06 de julio de 2014
Cambiar mucho, poquito o nada. Progresar mucho, poquito o
nada.
El que viene no es un año más, ni las que vienen son unas
elecciones más en la historia Argentina. De hecho, son las más gravitantes para
EL FUTURO de nuestro país desde las elecciones nacionales de 1983.
El año que viene Argentina tendrá decenas de candidatos a
presidente y varios frentes y partidos participando de la elección, pero habrá
solo dos caminos para el país. O en Argentina cambia solamente un ciclo y se
reemplazan unos gobernantes por otros o además de los nombres cambiamos el
rumbo y entramos en una nueva época.
La diferencia no es menor. Si Argentina cambia de ciclo, se
terminará la era kirchnerista, se retirarán del primer plano un grupo de
funcionarios desprestigiados y las sonrisas reemplazarán a los gritos en los
atriles, pero eso solo no garantiza cambiar de rumbo.
Habrá nuevos modos y nuevas caras, pero Argentina será lo
mismo que en los últimos veinte años: las provincias seguirán gobernadas por
caudillos autócratas, el gobierno seguirá teniendo como prioridad domesticar a
la Justicia y dominar el Congreso, la búsqueda de impunidad continuará siendo
una obsesión de los funcionarios y nuevamente perderemos una oportunidad de
progresar como país a manos de un gobierno cortoplacista, efectista y con
vocación hegemónica.
Un cambio de época implica más que un cambio de ciclo.
Cuando cambian las épocas, además de los protagonistas cambian los valores, las
ideas, las miradas sobre el futuro y la relación entre la política y la
sociedad.
Si miramos nuestra historia reciente, notamos que hace
veinticinco años se suceden ciclos de gobierno que forman parte de una misma
época política. Una época que tuvo gobiernos con diferencias ideológicas y
discursivas, pero con enormes coincidencias en materia de valores, visiones y
métodos.
Durante los años noventa, el Gobierno nos decía que la
solución a los problemas argentinos estaba en el mercado. El mercado por sí
solo podía producir y distribuir riqueza, el mercado podía auto regularse y el
Estado era solo un observador privilegiado.
Los gobiernos de ese ciclo tuvieron características
distintivas: múltiples hechos de corrupción y una metodología populista de
gobierno donde el corto plazo dominaba la realidad, el futuro no existía y los
poderes de la república eran una incomodidad para gobernar, visión que se
materializó en una Corte Suprema afín a las necesidades de la Casa Rosada.
Ya en este siglo, llegó un nuevo ciclo que de tanto decir
que cambiaría todo terminó cambiando nada. El Estado omnipotente vino a
reemplazar al Mercado todopoderoso. El Estado produce, distribuye, regula y
decide mientras el mercado queda reducido a una mínima expresión.
Este ciclo kirchnerista tuvo las mismas características del
ciclo menemista, fue una continuidad política por otros medios, con otros
discursos y otros protagonistas, pero con los mismos fines. El escenario al
final del camino es similar al de los noventa: múltiples hechos de corrupción y
un gobierno que se guió por un populismo que funciona de maravillas cuando hay
recursos para dilapidar y que muestra su verdadera cara en la escasez.
Ni un lado del péndulo ni el otro nos llevaron al progreso.
Lejos de eso, hundieron al país en el pantano de la mediocridad, la frustración
y el desgano.
Está claro que Argentina tiene en 2015 un riesgo y una oportunidad.
Un nuevo ciclo con una misma matriz política, es un pasaje a una nueva
frustración. Una nueva época, con nuevos protagonistas, pero además con cambio
de ideas y rumbos, es una oportunidad para progresar como sociedad.
Queremos protagonizar ese país, sacar a Argentina del
pantano de la decadencia en que está encerrada hace veinticinco años y sentar
las bases de una Argentina de progreso, previsible y ordenada; que genere
riqueza, distribuya oportunidades y ofrezca futuro a sus habitantes.
Quienes formaron parte de las frustraciones del pasado y del
presente, no pueden ser los líderes del progreso del futuro. El progreso
requiere nuevos protagonistas y sobre todo ideas claras en cinco áreas clave
para el futuro de la Argentina: Educación, Empleo, Energía, Estado y Ética.
No es una novedad decir que los países con buena educación
se desarrollan, mientras que los que tienen sistemas educativos insolventes
tienen más dificultades para crecer.
La Argentina creció durante décadas gracias a una educación
inclusiva y exigente, que formó a generaciones de argentinos que tuvieron en la
educación un medio de ascenso social. Recuperar esa escuela formadora en
valores y contenidos es el primer pilar del cambio. Si mejora la educación,
mejora el país.
Devolverle autoridad a los docentes, recuperar la cultura
del esfuerzo y recomponer una escuela con reglas claras, derechos y
obligaciones, es fundamental para formar trabajadores, emprendedores y
creativos que sobretodo sean buenos ciudadanos.
Pocos países en el mundo cuentan con los recursos que
tenemos en Argentina. Un sector agropecuario innovador, enormes yacimientos de
litio, petróleo y gas, grandes acuíferos y una sociedad joven, constituyen un
escenario ideal para crecer. Para eso, hay un factor clave para los próximos
cincuenta años: energía.
Hoy, mientras escribo esta nota, están llegando a nuestros
puertos buques con gas importado que compra el Estado argentino por un valor de
15.000 millones de dólares por año. El dato es contundente, pero se vuelve escalofriante
si tenemos en cuenta que Argentina tiene una de las reservas más importantes
del mundo en petróleo y gas.
En materia energética Argentina tiene una enorme oportunidad
que requiere de un gobierno que ofrezca certezas, que proteja estrictamente el
medio ambiente y que aproveche los recursos para que las industrias, los
innovadores y emprendedores argentinos produzcan con ventajas para insertarse
en el mercado mundial. Es lacerante que en nuestro país haya industrias paradas
y empleos perdidos por la falta de gas o el alto costo del combustible.
La suma de educación y aprovechamiento integral y
planificado de nuestros recursos naturales tendrá como consecuencia la creación
de empleo de calidad. No es sustentable un país como la Argentina de hoy, donde
desde hace dos años se pierden empleos en el sector privado y sigue creciendo
la planta del Estado. Tampoco es sustentable un país con empleos precarios, mal
pagos y a menudo no registrados.
La educación, la mirada estratégica en energía y la creación
de empleo calificado y estable es el hardware de una sociedad de progreso. Pero
si falla el sistema operativo, por mejor capacidad instalada que tengamos,
quedaremos en el intento.
El software de una sociedad que quiere progresar tiene que
ver con un mejor Estado, eficiente y transparente, que acompañe el esfuerzo de
sus emprendedores y que cree oportunidades para el país en el mundo.
Ese Estado debe funcionar con funcionarios Éticos,
responsables, idóneos y austeros, que hagan de la actividad pública un servicio
y de su conducta un ejemplo para una sociedad que necesita recuperar valores
para volver a encontrar un rumbo.
La Argentina está frente a la oportunidad más importante de
su historia; sí, no de los últimos años, de su historia. La diferencia entre
aprovecharla o dejarla pasar está más clara que nunca y también, como pocas
veces, está en manos de todos decidir continuar por un camino que lleva
veinticinco años de frustraciones o cambiar a una senda de cambio cultural,
profundo y confiable. Ese camino necesita decisión política y una sociedad
audaz, que se decida a cambiar algo más que figuritas para progresar en serio.
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