Javier Trimboli | Martes 01 de julio de 2014
¿De qué hablamos cuando hablamos de Perón? Al cumplirse
cuarenta años de su muerte la pregunta se impone. Quienes habían sido sus
enemigos acérrimos prefieren sólo recordar su última e inconclusa presidencia.
La operación busca desterrar hasta de la memoria aquello que lo había
transformado en el líder popular fundamental del siglo XX.
1953, el cuarto centenario de Santiago del Estero. La fecha
es en julio pero la celebración se pospone por el aniversario de la muerte de
Eva, por la congoja del presidente y de las clases populares. Hacia la "madre
de ciudades" parte Perón el jueves 27 de agosto a las 11 de la mañana, sobre
rieles del Ferrocarril Nacional General Mitre.
Poco ocurrió en esa provincia envidiada por sus siestas el
17 de octubre de 1945. Si el origen del peronismo, también su fuerza, está
ligado al desarrollo industrial y a una clase obrera en la que se entremezclan
hijos de inmigrantes con los que bajaron desde las provincias, esto no pasa en
Santiago. Así y todo, el peronismo gobierna desde 1946, incluso ya ha cumplido
su primer mandato Carlos Juárez. Antes de que Perón fuera quien llegó a ser,
anduvo en un regimiento de la provincia, cuando ya se sospechaba que Santiago
había quedado irremediablemente postergada.
El tren es todo un problema para la ciudad más vieja de la
Argentina. Porque llega tarde, como efecto dañino de las guerras civiles del
siglo XIX y del predominio de Tucumán. A la vez, porque abre rutas que
desprecian a los viejos asentamientos y sólo persiguen quebracho y tanino. Pero
ese viernes por la mañana la estación de Santiago del Estero rebalsa.
Apenas 15 años atrás la película Kilómetro 111 imaginaba
esta escena: un pueblo se engalana para saludar a su gobernador que pasará en
una formación. El tren no se detiene, ningún pañuelo se agita desde una ventana
y con resignación algo cómica todos vuelven a sus quehaceres. Metáfora de la
política infame. El 28 de agosto de 1953, después de casi 24 horas de viaje,
llega el tren con el presidente. El cartel que se destaca le da la bienvenida
en castellano y en quechua, "Allú Amusca". (La Prensa)
Rodeado por cientos, Perón camina desde la estación hasta la
casa de gobierno que inaugura, la misma que estuvo cercada por las llamas en
1993. Lo acompaña el ministro de salud pública, Ramón Carrillo; es santiagueño
y compañero de escuela de Homero Manzi. En 1937 Manzi vuelve a Santiago para
relevar la fenomenal sequía que asola a su provincia. Las osamentas son lo
único que crece. En Añatuya se encuentra con Roberto Arlt que ha sido enviado
como cronista. Caravanas de campesinos huyen en dirección a las ciudades. Manzi
deja escrito que Arlt le dice: "Es necesario que nuestro relato sea terrible.
Implacable. Amargo. Casi siniestro." Porque Santiago es una provincia "olvidada
por la oligarquía" y por "el puerto desalmado y traficante". El fin de la larga
penuria a la que la someten "habrá de ser -tal vez- el de la vida misma." Añade Manzi que la superexplotación del
obraje y la destrucción del bosque han dejado exánime al pueblo de Santiago.
Alfredo Palacios, que se molesta por el tono de la denuncia de Manzi, también
recorre la provincia y escribe, con empatía dudosa, sobre la "perspectiva
pavorosa de innumerables pequeños argentinos tarados por las enfermedades que
engendra la miseria y condenados a una existencia estéril, deleznable y
dolorosa."
A las 5 de la tarde de ese último viernes de agosto de 1953
el sol es implacable. Una multitud se apiña en la plaza central. Se cantan el
himno nacional, el de Santiago y la Marcha Peronista. El presidente, en
uniforme militar, dice: "Nuestra bandera no es ya de lucha, sino de
tranquilidad, paz y trabajo". Paños fríos; incluso parece no existir el
atentado del 15 de abril último, las dos bombas que explotan en un acto de la
CGT en la Plaza de Mayo y acaban con un puñado de vidas.
No obstante, advierte: "Nosotros a la manera santiagueña
somos mansos, ´hasta que nos tiran de la cola´, pero llamados a luchar somos
también bravos como lo son los humildes y los mansos."
Por la tarde del día siguiente hay desfile. Primero militar,
después obrero. De forma inmejorable lo recuerda Alen Lascano que poco después
sería diputado por la UCR: "Irrumpieron en columnas interminables, con sus
modestas alpargatas, sus rostros barbudos y renegridos, sus gritos al aire como
en un desafío, los obreros forestales (...) Su presencia en la ciudad era
insólita y amedrentadora (...) Verlos ahí cerca en su brutal realidad social, en
el ulular de sus voces, en su paso campesino y torpe, era como un golpe del
ramaje en pleno rostro". Recientemente agremiados, al pasar frente a Perón
lanzan "un grito ronco y fuerte" y agitan las hachas. De cada columna se
desprende un trabajador para acercarle un regalo al presidente. Quienes vienen
del bosque le llevan un cachorro de puma. Santiago del Estero ante la
posibilidad de superar su drama: los trabajadores de los obrajes, tan
explotados como el bosque mismo, se han vuelto sujeto político a través de una
demostración de fuerzas que, en línea con lo que ocurre en el país, permite
entrever la felicidad colectiva.
Un puma y Perón. A propósito del puma, escribía Sarmiento
-hiriente como siempre pero equivocado- que era un animal cobarde; de ahí la
confusión de los españoles que lo llamaron león, idéntica a los que creían que
lo que estaba en curso desde 1810 era una revolución y no otra cosa de menor
valor.
En 1994, con el atrevimiento que le da suponer que el
peronismo está acabado, Halperin Donghi escribe: "Que el peronismo en efecto
fue una revolución social, sólo pudo parecer discutible a quienes creían
blasfemo dudar de que revolución social -y aún revolución- hay una sola: bajo
la égida del régimen peronista todas las relaciones entre los grupos sociales
se vieron súbitamente redefinidas, y para advertirlo bastaba caminar las calles
o subirse a un tranvía." La celebración del cuarto centenario de Santiago del
Estero entrega el mismo testimonio.
¿Qué se lloró largamente durante los días de julio de 1974?
La muerte de quién había logrado conjugar fuerzas sociales que hasta ese
entonces y, más allá de sus esfuerzos, estaban desenhebradas y sometidas. El
tronar que alcanzó esa revolución plagada de contradicciones aún sigue vivo. Se
lloró ese recuerdo y el vaticinio de que lo más brutal de la sanción estaba
próximo.
TEMAS RELACIONADOS: