Fernando Jáuregui | Miércoles 04 de junio de 2014
Vaya por delante que quien suscribe, que se proclama
monárquico desde casi siempre, defenderá con su vida, como el famoso ministro
inglés, el derecho de los republicanos a expresarse libremente, aun sabiendo, o
creyendo, que están en el error. Otra cosa es que me guste que algunos medios,
algunos sectores, solamente den voz a quienes defienden a la República y se la
nieguen a quienes defienden a la Monarquía. Y viceversa. Creo que el debate
leal incluye que todos puedan expresar, en debate libre, abierto, sincero,
civilizado y razonable, sus posiciones.
De lo que no estoy seguro es de que ahora deba, como piden
algunos grupos identificables con la izquierda -no todos lo republicanos lo
son-celebrarse un referéndum, promovido por el Gobierno, único que puede
hacerlo, sobre el eterno dilema de la forma de Estado: ¿Monarquía? ¿República?
Ya sabemos que España no es un país monárquico, pero tampoco lo es republicano,
aunque ahora esté de moda proclamarse lo segundo en tertulias y foros varios,
mientras los primeros prefieren un discreto pasar desapercibidos, como
acorralados. No está de moda proclamarse monárquico, y sé que los hay: me
escriben, casi como si de una conspiración se tratase, a través de las redes
sociales, lo susurran en voz baja: no crea usted que aquí todos son
republicanos, aunque cierto es que la abdicación del Rey ha facilitado que los
sectores a favor de un retorno de la República --¿de qué tipo de
República?-salgan a la calle en un nuevo remedo del 14 de abril.
Verá usted: prefiero la Monarquía porque me parece más
estable, más alejada de la lucha entre partidos, con mayores posibilidades
para, desde la jefatura del Estado, mediar en las peleas políticas y en las
territoriales. Concibo la Monarquía como fuerza mediadora, capaz, por su fuerza
moral, de lanzar avisos a navegantes, de conciliar posiciones en la jaula de
grillos de la política, tan necesaria, por otro lado, para la democracia. Y, ya
hablando coyunturalmente, me parece que el inminente Felipe VI tiene talla
moral más que suficiente para desempeñar ese papel; su padre, Don Juan Carlos,
pese a todo tenía esa talla.
Vuelvo al referéndum: nada me pondría los pelos más de punta
que abrir, ahora que tenemos el tema de Cataluña sobre la mesa de disecciones,
el peliagudo tema de otro referéndum, ahora sobre si España debe seguir siendo
un Reino o, por el contrario, convertirse en una República. Hay sedicentes
republicanos -los más pragmáticos en el PSOE-que, proclamándose contra la
Monarquía, la aceptan como necesaria aquí, en todo el terrirorio español, y
ahora, a corto y medio plazo. Quién sabe lo que el destino nos deparará dentro
de una década: ahora conviene seguir la máxima ignaciana, tan repetida estos
días, de que en tiempos de zozobra no ha de hacerse mudanza. Además, creo que
el Príncipe Felipe encarna a la perfección al jefe de un Estado sobre el que no
gobierna, pero en el que ejerce un papel de representatividad excepcional. Hay
que darle al menos una oportunidad; otra cosa sería, estimo, casi suicida. ¿Es
eso lo que se pretende?
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