Ernesto Sanz | Miércoles 28 de mayo de 2014
Si hiciésemos una combinación de oportunidades y recursos,
Argentina es uno de los países del mundo con mayores oportunidades para
progresar.
A fines de 1880 la clave del progreso fue la apuesta por la
educación y la inserción de nuestras materias primas en el mundo. Años después,
al iniciarse el siglo XX, la incorporación de derechos políticos y un elevado
estándar de vida para las clases medias resultó fundamental. Posteriormente,
hacia 1945, la materialización de derechos sociales significó un gran salto
para una enorme masa de trabajadores. En 1983 superamos los quiebres y
discontinuidades para apostar definitivamente por el estado de derecho y la
libertad como el mejor marco para que el país y sus hombres y mujeres puedan
desarrollar su vida y sus talentos.
Cada tres décadas nuestra sociedad se encuentra frente a un
punto de inflexión. Hoy, camino a 2015, Argentina se enfrenta ante su quinto
desafío en los últimos 150 años.
A la estabilidad institucional conquistada en 1983, se le
adicionará equilibrio e impulso económico. Es el único camino para progresar
como sociedad y hacer realidad el anhelo más genuino que tiene la democracia:
conquistar la igualdad, con una libertad intensa y la seguridad de que el
futuro va a ser mejor que el pasado.
Tenemos con qué progresar, se nos presentan oportunidades
concretas, mercados potenciales y cultura emprendedora.
Conforme avancen estos años, habrá una demanda de alimentos
mayor y fortalecimiento de un mercado más exigente y complejo que demandará
productos con huella verde y certificación de procesos ambientales. El
crecimiento en estos hábitos de consumo también trae consigo la necesidad de
preservar el medio ambiente y los recursos naturales.
Hay un desafío puntual para el país: agregar valor a
nuestras materias primas, avanzar en la sofisticación de nuestras cadenas
productivas, exportar productos más elaborados, incorporar tecnología, trabajo
calificado y desarrollar mercados a través de una política activa de
instalación en el mundo.
La agroindustria en sentido amplio, con los encadenamientos
productivos que se desarrollan a su alrededor, es nuestra visa en el mundo y la
puerta al progreso. También lo son los servicios informáticos y los bienes
culturales.
Usufructuar esa oportunidad requiere estar preparados en
materia de infraestructura y logística, y de no poner freno a los productos que
surgen del talento, la creatividad y la formación de nuestra gente. Prosperar
en un mundo híper competitivo no depende sólo de los recursos naturales del
país, sino de dotar de mayor competitividad a nuestros productos, de mejorar la
educación, de agregar conocimiento a lo que producimos, tener entre las
prioridades nacionales el I+D+i y de terminar con la burocracia anti
emprendedora que pone frenos al potencial de los argentinos.
En un país extenso como el nuestro, la inversión en
infraestructura y logística se revela fundamental. El estado de la
infraestructura de transporte es una enorme desventaja, especialmente para las
economías regionales.
También la Argentina tiene un enorme potencial en energías
renovables y no renovables, pero ese potencial, esa oportunidad, puede ser otro
tren que pasa sin parar si como país no lo afrontamos con estabilidad
económica, seguridad institucional y previsibilidad.
La apuesta por el desarrollo agroindustrial así como
necesita de infraestructura moderna y eficaz, precisa de una política exterior
definida, sostenida en el tiempo y profesionalizada.
Argentina tiene que recuperar el perfil de país confiable,
coherente, previsible y con una educación digna de imitar. Las reglas claras,
el cumplimiento de los acuerdos, la transparencia y la coherencia en el campo
exterior son fundamentales para obtener resultados en los dos principales
desafíos que tenemos: conquistar mercados y atraer inversiones.
La política exterior debe estar más allá de las afinidades
coyunturales, las amistades intergubernamentales y los esquemas ideológicos de
quienes la ejercen. Debe ser el medio más potente de inserción del país en el
mundo.
Hay un camino para que la Argentina que hace más de un siglo
genere riqueza, dé un salto impostergable hacia el progreso y el bienestar.
No obstante eso, las mejores oportunidades productivas
pueden quedar truncas en una Nación con mala educación. La escuela argentina
debe cambiar, modernizarse, preparar para los desafíos propios de la revolución
tecnológica que estamos viviendo, formar para poder vivir, crear y
desarrollarse en un mundo cambiante y en movimiento. Una combinación de los
viejos valores de respeto, esfuerzo y perseverancia, con las hermosas
oportunidades que nos presenta el futuro.
Necesitamos recuperar la escuela formadora, igualadora,
creadora de oportunidades y semillero del mejor futuro. Una escuela que forme
en valores y capacidades. Que estimule la creatividad y el valor del esfuerzo.
Que ayude a que cada chica o chico pueda soñar con un futuro mejor y más feliz.
Tenemos algunas certezas. Primero: sólo los pueblos educados
prosperarán en el siglo XXI. Segundo: Argentina debe repensarse y modernizarse
en materia de infraestructura. Tercero: en un sistema global que crece y se
desarrolla, debemos potenciar nuestra agro industria y los encadenamientos
productivos relacionados, avanzar en la sofisticación de los productos que
exportamos, e impulsar el talento argentino tan reconocido en el mundo
alrededor de los servicios informáticos y los emprendimientos que surgen a
partir de la economía de las nuevas tecnologías, especialmente Internet. Esta
es la llave para un salto importante hacia mucho más desarrollo, progreso y
bienestar. En veinte años podemos estar entre los países más prósperos de la
tierra.
Hay una noticia amarga, esos pilares han sufrido un
deterioro importante en los últimos siete años. Pero hay también una noticia
buena: Argentina tiene en esas áreas un potencial enorme y oportunidades
crecientes. Un buen gobierno y un país unido son garantía de progreso.
TEMAS RELACIONADOS: