Ricardo Lafferriere | Martes 20 de mayo de 2014
En cálculos de la consultora M&S publicadas por Ámbito
Financiero, el BCRA deberá emitir alrededor de Cien mil millones de pesos para
financiar las necesidades el Tesoro Nacional en lo que resta del año.
La suma equivale a alrededor de un tercio de la base
monetaria.
El financiamiento del gasto público con emisión significará
un fuerte impulso inflacionario, que sin embargo podría neutralizarse -como ha
sido la actitud del BCRA en los últimos meses- elevando la tasa de interés a
fin de "chupar" la moneda que el Estado volcará al mercado. Si así no
ocurriera, la situación de desconfianza generalizada en el gobierno nacional
provocará una fuerte presión hacia la divisa, en un período -el segundo
semestre- en el que las entradas y disponibilidades de dólares prácticamente
desaparecen, al agotarse el ingreso por venta de soja.
La conducción económica se encontrará entonces frente al
siguiente dilema: si no aumenta las tasas, volverá la fuga de divisas con todo
lo que implica como elemento desestabilizante de los mercados. Y si aumenta las
tasas, el enfriamiento de la economía -que ya lleva varios meses con números
negativos- se acentuará, llegando a fin de año -tiempo de los piquetes y
protestas- al rojo vivo.
Recordemos que la inflación real se encuentra hoy ya en
alrededor del 40 % en los últimos doce meses,
según los cálculos privados más confiables y la medición conocida como
"inflación Congreso". La oficial no existe, ya que no se ha realizado la rectificación
de la medición "INDEC-Mentira" luego de la puesta en marcha del nuevo índice,
que también es ya motivo de fuertes sospechas de manipulación -al igual que el
anterior-.
La tasa de interés, por su parte, se ha fijado en un piso
del 30 %, y alcanza a los consumidores minoristas -por ejemplo, titulares de
tarjetas de crédito- a más del 60 %, al que hay que agregar un 25 % más como
piso -en ambos casos, Tasa Efectiva Anual- si existiera mora, o sea el
astronómico nivel del 85 %. Obviamente, los créditos personales se han
derrumbado, y con ellos el consumo de bienes durables. Eso enfría la economía,
provocando despidos, destrucción de empleos y reducción de la demanda global.
No es un buen panorama. Y como lo dijimos en nuestra nota de
la primera semana del año, no tiene posibilidad de serlo por la situación de
extrema desconfianza que el gobierno cosecha ante su discrecionalidad y alegre
violación de normas e instituciones, lo que lleva a las personas a tomar
conductas defensivas para preservar sus recursos, sus ahorros y sus ingresos.
Los argentinos desconfían de la señora.
Sólo habría un camino para acelerar el rebote: un gobierno
de unión nacional y un programa económico de emergencia y proyección
plurianual, respaldado por todo el arco político que genere la confianza y
provoque el cambio de la actitud de los ciudadanos volcándolos a una fuerte
actividad inversora. Los argentinos, sin embargo, sabemos que ello es
imposible, y -curiosamente- no por el recelo opositor, sino por el capricho
oficialista. La señora no quiere.
Deberemos, entonces, resignarnos a un año y medio de agonía.
Templar los espíritus, y pedir a los candidatos a la sucesión -todos ellos,
infinitamente más sensatos que lo actual- claridad en sus propuestas, para
poder votar bien.
Ricardo Lafferriere
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