Javier Trimboli | Sábado 10 de mayo de 2014
A partir del triunfo de Cámpora y de la vuelta definitiva de
Perón, las diferencias al interior del campo popular se acrecientan y son
alentadas desde los sectores que le temen a las mayorías. Brutalmente asesinado
por la Triple A, el Padre Mugica sostiene en esa coyuntura una posición que se
hace fuerte en convicciones religiosas y políticas, tan vigentes en su época
como en la nuestra.
El 25 de mayo de 1973 el Padre Mugica está frente al
Congreso con "sus compañeros villeros", que lo tocan, lo acarician y le calzan
una gorrita con Perón y Evita. Hay quienes lo ven después trepado a la Pirámide
de Mayo, quizás en busca de una mejor perspectiva de la marea humana. También
se sabe que estuvo en el interior de la Casa Rosada, cuando se canta a voz en cuello
la marcha y Cámpora ya es presidente. Desde ese momento empieza a no
encontrarle justificativo a la lucha armada. En ese mismo mes escribe sobre su
conversión, religiosa y política. 1955, en un conventillo de la calle
Catamarca, lee: "Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los cuervos". El
derrumbe gozoso de un mundo al que había pertenecido, el de Barrio Norte, y el
abrazo a los pobres y a los humildes.
Perón le pide que sea asesor del Ministerio de Bienestar
Social. Aunque lo alertan sobre López Rega, Mugica acepta; pero rápido, en
agosto, renuncia. El plan de erradicación de las villas es un negocio del
ministro con empresas privadas y no deja lugar para la participación de los
villeros. La pelea es a los gritos, con cámaras de televisión y acto en la
Federación de Box. López Rega lo quiere enchastrar con una denuncia por
corrupción y el Padre Mugica lo enfrenta en el Ministerio.
En septiembre, días antes del triunfo de la fórmula
Perón-Perón y también del atentado contra Rucci, en una misa por Ramus y Abal
Medina, el Padre Mugica señala: "como dice la Biblia, hay que dejar las armas
para empuñar los arados". Montoneros
pone de fondo una bandera, junto a la cruz. La fotografía da vueltas y todo lo
salpica a Mugica.
El lunes 25 de marzo de 1974, a pocas cuadras de la Plaza de
Mayo la policía reprime a una movilización que protesta contra el traslado de
los habitantes de la villa Saldías a nuevas viviendas en Ciudadela. Allí es
asesinado Alberto Chejolán, un militante del Movimiento Villero Peronista,
agrupación dirigida por Montoneros. Al otro día, 60.000 villeros de Retiro no
van a trabajar. El Padre Mugica oficia la misa: Chejolán "ha muerto como Cristo
y debe estar junto al Señor." Es una plegaria para "una víctima de la violencia
criminal, al hermano que dio la vida por la patria y por su pueblo." Sin
embargo, Mugica y buena parte de sus "compañeros villeros" no habían
participado de la movilización duramente reprimida porque apoyan el nuevo plan
de erradicación de las villas que ahora promueve directamente Perón. Dadas las
diferencias con el MVP, constituyen la agrupación "leales a Perón".
Vayamos al final que conocemos. Después de las balas de la
Triple A que lo asesinan a la salida de la parroquia de San Francisco Solano,
Francisco Urondo -uno de los responsables del diario montonero Noticias-
escribe: "Padrecito Mugica, ¿habrás sido tan tonto de pensar que fui-/mos
nosotros? Estabas equivocado, ya, pero espero que no hayas/cometido este nuevo
error". Apenas parecen versos, casi ilegibles hasta 2006 cuando se publican en
libro, pero también por su ironía que roza la crueldad. Espanta como la mejor
literatura argentina.
Entonces, las equivocaciones. Ante el plan de Perón, dice
Mugica en Mayoría, hay que escuchar a los villeros, saber qué opinan de la
situación y de las casas que les darán. Pero "el socialismo dogmático" se opone
cerradamente, atento sólo a sus verdades, como si quisiera eternizar la
situación de las villas. Herederos del liberalismo, les lanza Mugica. Nunca
perfectas, las viviendas de Ciudadela son dignas y los villeros ven bien este
cambio que apuntala Perón. "Pero ¡ojo! Erradicar la villa no quiere decir
destruir los valores del villero que son los de la solidaridad, la viva
conciencia comunitaria, los de un sentimiento cristiano profundo."
El 1ero de mayo el padre Mugica no se va de la Plaza y, en
una nota que prepara la semana previa a su asesinato, se lee: "Fue doloroso que
muchos jóvenes se fueran de la Plaza. Por experiencia personal sé que no pocos
están meditando serenamente su actitud futura." (La Opinión, 12 de mayo) ¿Qué
pasó con Mugica durante esos 12 meses? ¿Pasó algo? En Militancia lo mínimo que
le dicen es traidor. Pero en un escrito de 1972, "Jesús y la política", Mugica
ya había llamado a no perder de vista "que la revolución no significa la
instalación del Reino de Dios en la tierra, y que debe ser permanentemente
revolucionada y criticada desde la fe, hasta que el Señor vuelva." Es decir,
que la política mundana -incluso la revolucionaria- puede tan sólo aproximarnos
a una vida más plena, porque el Reino del Señor no es de este mundo. Por eso,
la critica acerba a la URSS que detuvo su proceso revolucionario como si ya el
cielo estuviera conquistado y el elogio a Mao que sigue en la brecha, en pos de
un ideal no alcanzado. Ya en ese entonces, para Mugica el socialismo y la
revolución es un camino político, no una meta que se pueda pisar.
Firmenich también se despide de él en Noticias, obligado por
las versiones que acusan a Montoneros del asesinato, aunque también por lo que
lo unía cura. Palabras respetuosas que trazan una diferencia: el Padre Mugica
estaba tomado por una mirada religiosa; nosotros, dice, por una política. ¿Cómo
es esto? ¿Qué es la política?
Después de todo lo ocurrido en estos 40 años, imposible que
nos convenza que en las posiciones promovidas por Firmenich había más política
que en lo argumentado por Mugica. La inminencia de la revolución, y la creencia
de que el cielo sí podía ser tomado por asalto, movía a miles de miles en esos
años. Desacreditaba toda pausa, impedía todo "meditar serenamente". 18 años de
proscripción de las mayorías sociales en nada ayudaban a prestigiar la
política, ni siquiera la de avanzar de trinchera en trinchera. La toma del
poder o nada. Por lo demás, el barro de la política argentina estaba
particularmente espeso.
Más allá de las responsabilidad de las conducciones
políticas, vale reparar en otro poema de Urondo, previo al anterior, una
oración: "Piedad para los equivocados, para/los que apuraron el paso y los
torpes/de lentitud". Incluye a "los que hablaron bajo tortura", nunca a los
torturadores o al anhelante clamor de venganza contra el ascenso de masas.
El kirchnerismo, con un ojo puesto en los setentas -pero
sólo uno ya que, además, tuvo varios-, en sus entusiasmos y políticas, es la
revisión práctica de las militancias de los setenta, en las nuevas coordenadas
de época. Como a un "frontón" contra las ofensas y agresiones cotidianas, lo
recuerdan a Mugica los villeros un año después de su asesinato (Crisis). En las
condiciones del omnipresente capitalismo, una política popular conjuga el
frontón con los derechos.
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