Federico Vázquez | Miércoles 07 de mayo de 2014
La próxima semana el Congreso chileno tiene previsto tratar
una ley de reforma tributaria. El proyecto, impulsado por el nuevo gobierno de
Michelle Bachelet, es parte de una trilogía de reformas, junto a la educativa y
el cambio del texto constitucional. En un hecho inédito, la ley propuesta toca
intereses concretos de las grandes empresas. La Presidenta creó, además, una
comisión para revisar el sistema de jubilación privado. ¿Se termina el Chile
del "consenso" y la "moderación"?
Cuando el 11 de marzo Michelle Bachelet asumió por segunda
vez como Presidente de Chile, volvió a repetir lo que había dicho durante toda
la campaña: su gobierno estaría regido por tres grandes reformas que buscarían,
en su conjunto, terminar con el período de transición democrática y dar pasos
hacia una nueva agenda basada en la igualdad social. La reforma educativa
buscaría terminar con el lucro en la enseñanza, núcleo de las grandes protestas
estudiantiles que vive el país desde el 2006 (cuando era gobierno, justamente,
Bachelet). La reforma tributaria sería fundamental para dotar de recursos al
Estado para, en parte, financiar la reforma educativo y, a la vez, volver menos
injusto el sistema impositivo del país. Finalmente, una reforma constitucional
(con sus contornos menos definidos, pero enfocada en la ampliación de derechos
ciudadanos, como premisa general) cerraría definitivamente el larguísimo
proceso de retorno democrático de Chile.
Como lo muestra esta línea de tiempo: Pinochet gobernó en
persona hasta 1990, luego mantuvo su condición de Comandante en Jefe del
ejército hasta 1998, al día siguiente de abandonar el ejército, asumió como
senador vitalicio, hasta el 2002, cuando lo desaforaron al acumularse causas
por delitos de lesa humanidad y una detención en Londres. Todo esta absurda
retaliación del Estado democrático fue posible por los mecanismos que el propio
PInochet dejó por escrito en la Constitución de 1980, todavía vigente.
Sin embargo, a pesar de que Bachelet había insistido en este
programa, persistía la desconfianza sobre su implementación cuando asumiera el
poder. Ahí estaban como prueba sus cuatro primeros años de gobierno, entre el
2006 y el 2010, que siguieron la tendencia de las anteriores gestiones de la
Concertación, más preocupadas por garantizar el "consenso" al interior de la
elite política y económica que llevar adelante un plan de reformas que comience
a desmantelar en serio el legado pinochetista.
Las cosas, en este nuevo comienzo de mandato, parecen
distintas. Tal como había prometido durante la campaña, Bachelet no se demoró
un minuto en avanzar en la primera de sus tres reformas. Veinte días después de
asumir, en su primera Cadena Nacional, anunció al país que enviaba el proyecto
de reforma impositiva. Resulta lógico el orden elegido: el gobierno necesita
-antes que nada- contar con los recursos necesarios para encarar un programa de
gratuidad educativa que costará miles de millones de dólares, y se convertirá
en una erogación anual permanente una vez que se ponga en marcha.
Si Chile fuera, verdaderamente, la imagen de concordia
republicana, donde "todos están de acuerdo en tres o cuatro cosas
fundamentales", lo que vino después del anuncio presidencial hubiera sido
ciencia ficción populista.
Los medios de comunicación, encabezados por El Mercurio y
CNN Chile, comenzaron una campaña contra la reforma, pero que ya se extiende
como caracterización negativa del nuevo gobierno. Un párrafo del editorial del
último domingo de El Mercurio es más que elocuente:
"Quienes se conciben a sí mismos como una suerte de
avanzada de la historia son incapaces de dialogar con sus opositores (sería una
renuncia) y aun de admitir las críticas internas (serían traición). Dicha
actitud conduce a la crispación y priva al país de los beneficios de un debate
sereno, que permite corregir políticas y encontrar mejores soluciones a los
problemas públicos."
¿Que dice la reforma? Básicamente, aumenta la tributación
para las empresas, que pasará del 20 al 25% de las ganancias y entraría en
vigencia plena en el 2017. El punto más conflictivo es que termina con un
invento extraño, el Fondo de Utilidades Tributarias (FUT) casi sin ejemplos en
el mundo: hasta el día de hoy las empresas en Chile no tributan sobre el total
ganado, sino sólo por lo que retiran como utilidades. Todo lo que las empresas
declaren como ahorro o inversión, queda libre de pagar impuesto. Una vez más el
origen está en el gobierno de Pinochet que, en 1984, habilitó ese mecanismo.
Los ánimos terminaron de caldearse cuando el gobierno de
Bachelet contraatacó la campaña mediática mediante un video breve donde se
explica la reforma. Además de detallar la reforma, el video hace foco en
evidenciar los que oponen: "No te dejes engañar, quienes se oponen a la reforma
son los poderosos de siempre que defienden sus intereses. No es justo que las
grandes empresas y los más ricos de Chile no paguen los impuestos que
corresponden".
El video causó horror en la oposición conservadora y más
allá también. Incluso un ex ministro de Economía de la propia Bachelet declaró
que "quién sabe de qué sótano de La Moneda salió ese video", en lo que puede
ser una evidencia de que la actual coalición está más corrida a la izquierda
que la de su primer gobierno.
A esto se suma otra novedad: esta semana Bachelet presentó
una comisión que durante los próximos meses estudiará a fondo el sistema de
jubilación privado (una vez más, una herencia de la era pinochetista) que viene
mostrando un pobre resultado en las cuentas personales de los trabajadores
retirados. Se descarta que el estudio recomendará una ampliación de la
participación del Estado, aunque pocos aseguran que se termine completamente
con el lucro de las compañías aseguradoras, como ocurrió en la Argentina en el
2009. Pero el impulso que está tomando
el nuevo gobierno hace pensar que tal vez Bachelet eliga volcarse por una
decisión más rupturista de lo que se esperaba.
La próxima semana el Congreso de Chile -donde el oficialismo
tiene mayoría- discutirá la reforma tributaria, que Bachelet pidió que se
convierta en ley lo más pronto posible. Si se confirma el rumbo, la política
chilena habrá entrado en una dinámica nueva y auspiciosa.
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