Fernando Jáuregui | Viernes 02 de mayo de 2014
Cierto que los periodistas tendemos a ser ombliguistas, y
nos gusta mucho hablar de nosotros y de nuestros problemas. Pero hay momentos
en los que me parece que tenemos la obligación de gritar a los cuatro vientos
lo que ocurre en nuestro sector, porque, aunque algunos colegas, y hasta
algunos colectivos profesionales, lo olviden, la nuestra es una profesión de
servicio a la colectividad. Un sacerdocio, que decíamos los clásicos del
género. Por ello, amable lector, creo que esto de la libertad de expresión también
le interesa a usted. Sobre todo, si no es periodista. Porque estamos jugando
con las cosas de comer, y la información libre, veraz, sin trampas, es, no lo
dude, cosa de comer.
Ahora viene Freedom House, que es una fundación
norteamericana con cierta solera y amparada con fondos públicos, y denuncia el retroceso en la libertad de
prensa en España, en paralelo al declive que vienen sufriendo otras naciones
como Grecia, Hungría, algún Estado báltico...No hacía falta que 'Freedom
House', en su último informe, nos mostrase el gráfico que indica, según sus
informantes locales, que desde 1994 la cantidad y calidad de la libertad
mediática española ha disminuido a la mitad; eso lo podríamos haber afirmado
con total rotundidad los profesionales que nos desempeñamos sobre el terreno:
silencios desde la Administración y las instituciones, ruedas de prensa con
preguntas limitadas, pantallas de plasma o ni siquiera eso a la hora de ver a
los líderes políticos, económicos o institucionales, encargados de la
comunicación que ni se ponen al teléfono, presiones (y ayudas) mal disimuladas
a ciertos medios...
Pero, claro, hay que aprovechar la oportunidad que nos
brinda este informe, que coloca a España entre los países libres -faltaría
más--, pero con limitaciones, como Ghana o las islas Surinam, por ejemplo, y
desde luego por debajo de las naciones europeas, excepto, claro, la Italia
controlada televisivamente por el monopolio de un político condenado por
corrupciones varias. Así, nos ofrece una oportunidad de denuncia, porque nunca
hay suficiente libertad de expresión, y que se lo digan a los colegas
norteamericanos, que tantas veces han tenido que cerrar sus bocas para no
defender a Julian Assange o a Edward Snowden, que airearon tantas basuras
procedentes de agencias o departamentos del país que más presume de libertades.
O que se lo digan al director del británico 'The Guardian', al que el Gobierno
de Cameron incluso acusó de 'traidor' por publicar los papeles que tanto
comprometían a la NSA y al propio Downing Street, y que, menos mal, acaba de
recibir, en recompensa a su labor, un premio Pulitzer.
Claro que para mí no es ningún consuelo el hecho de que en
todas partes cuezan habas. El grado de transparencia que exhiben las distintas
administraciones españolas con respecto a los medios es, entiendo, lamentable:
un ejército de jefes de gabinete, de protocolo, de comunicación, impide el
acceso de los periodistas a la información. Y aquí tenemos que poner en marcha
también la autocrítica: hoy, los informadores españoles, quizá aburridos ante
el trato que se nos da, atemorizados por la crisis que nos ha venido encima,
nos conformamos ya con poco, hemos renunciado acaso del todo al periodismo presencial,
nos hemos convertido en una 'generación Google', de cortar y pegar. Investigar
¿para qué, si ya todo está en Wikipedia? Y de esos polvos vienen muchos de los
lodos que embarran a la vida política y económica, a unos partidos y a unos
sindicatos -menudo 1 de mayo-que se sienten seguros ante la falta de inspección
y que 'solamente' se sienten criticados por las encuestas, que muestran el
escaso respeto de los ciudadanos hacia ellos y, por extensión, también hacia
los mensajeros. O sea, nosotros, los periodistas.
Pues eso: que lo de Freedom House me ha hecho reflexionar,
porque probablemente también me había quedado algo adormecido ante el dulce
susurro del amodorramiento ambiental.
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