José Méndez La Fuente | Lunes 21 de abril de 2014
Los
hechos ocurridos en Venezuela durante estos dos últimos meses, traen a la
memoria de manera casi forzosa, aquellos otros del 2 de octubre del año 1968 en
la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de Méjico, diez días antes del inicio de los Juegos
Olímpicos, donde murieron cientos de estudiantes, y que pasaron al lado oscuro de la historia
con el nombre de la matanza de Tlatelolco.
El
gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz, del PRI, quería lógicamente
que las olimpiadas mejicanas, las primeras de un país de habla hispana, fuesen
un éxito y por ello en materia de seguridad interna puso algo más que su
empeño. Sin embargo, ciertos disturbios, al principio sin importancia, que
empezaron en el mes de julio de 1968 con un partido de fútbol
entre dos escuelas y que terminó en una riña, se fueron enturbiando con la
participación de la policía al disolver la turba y detener a varios estudiantes
en el interior de las instalaciones académicas. La respuesta a la represión
policial, no se hizo esperar y varias instituciones educativas suspendieron sus
actividades. La aparición del ejército y su actuación posterior entrando a los
campus, utilizando incluso armas de guerra, no solo agudizo la situación sino
que la generalizó. El 30 de julio de 1968, el rector
de la UNAM, Javier Barros Sierra en Ciudad Universitaria, condenaría públicamente los hechos, izando la bandera mexicana a media asta y con un emotivo discurso se pronuncia a
favor de la autonomía
universitaria, exigiendo la libertad de los presos políticos, esto es, de los
estudiantes detenidos. Ese mismo día encabezaría la marcha por la avenida de los Insurgentes, donde surge un lema muy común utilizado por el movimiento estudiantil, ¡Únete
pueblo!
Durante los meses de agosto y
septiembre se producen varias protestas populares, entre las que destacan la
multitudinaria marcha del día 26 de agosto hacia la Plaza de la Constitución, donde
se ubica el Palacio Nacional, sede del Ejecutivo, en la que se insulta
abiertamente al presidente de Méjico, y la del 13 de septiembre, conocida como
"La marcha del silencio", por ir los manifestantes con pañuelos en la boca.
A
mediados de septiembre el ejército tomó la UNAM. En la tarde del 2 de octubre,
un día después de la salida del ejército de la Ciudad Universitaria, unas
diez mil perosnas, entre las que se
encontraban, estudiantes amas de casa, obreros, profesores universitarios y miembros
del Batallón Olimpia infiltrados en la manifestación, cuyos
integrantes iban vestidos de civiles con un pañuelo o guante blanco en la mano
izquierda, se concentraron en la Plaza de las Tres Culturas en el barrio de Tlatelolco,
bajo la mirada vigilante del ejército apostado en las calles de la ciudad, en
esta ocasión por temor a que fuera asaltada la Torre de Tlatelolco donde estaba
la Secretaría de Relaciones Exteriores.
En
medio de arengas y de discursos, de repente surgieron en el cielo unas luces de
bengala que hicieron que los concurrentes dirigieran automáticamente su mirada
hacia arriba. Fue cuando se oyeron los primeros disparos, que muchos creyeron
eran de salva. El fuego intenso duro casi media hora. Venían de todas partes y
de todas partes cayeron cuerpos. Durante toda la noche se allanaron residencias
y detuvieron a miles de personas. La versión oficial que mantuvo la cifra de 44
muertos, le echo la culpa a provocadores armados, ubicados en los edificios que
rodeaban la plaza, como los iniciadores del tiroteo. Algunos periodistas, testigos presenciales, estiman
que la cifra pudo haber sobrepasado las 300 víctimas. Varios escritores mejicanos
plasmaron los hechos, siempre negados oficialmente, en varias obras, como Elena Poniatowska y el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz quien cita, en Posdata, el número que el
diario inglés The Guardian, tras una investigación cuidadosa,
considera como el más probable, 325 muertos.
En la serie de fotografías publicadas en la revista
Proceso y en el diario El Mundo aparece cómo los estudiantes detenidos, algunos
integrantes del Comité Nacional de Huelga, fueron torturados por el ejército y los hombres del guante blanco, en
los sótanos del Edificio Chihuahua, presuntamente
por órdenes del presidente Gustavo Díaz Ordaz y su Secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, quien sería presidente dos años más tarde. Este
último y algunos de los generales que habían coordinado la operación y dictado
órdenes directas fueron juzgados y condenados en primera instancia, Echeverría
quien había confesado haber solicitado la salida a la calle del ejército para
mantener el orden y quine reconoció 29 años más tarde, ante un comité de la
verdad conformado por el Congreso mejicano, que los estudiantes estaban
desarmados, fue absuelto posteriormente.
Desde
hace algo más de una década, se sabe la relación del gobierno los Estados
Unidos con los eventos del 68, al publicar en octubre del 2003, la Universidad George
Washington documentos de la CIA, el Pentágono, el Departamento de Estado, el
FBI y la Casa Blanca. Según la CIA, el gobierno mexicano "arregló"
con el líder estudiantil Sócrates Campos Lemus una acusación contra dirigentes políticos
disidentes, entre los que se encontraría Carlos Madrazo, de apoyar el
movimiento estudiantil, con el propósito de dividirlo y acabarlo.
La
historia siempre es historia; pueden cambiar las ciudades, las plazas y los
nombres de los personajes, pero los hechos casi siempre se repiten.
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