Gabriel Di Meglio | Miércoles 02 de abril de 2014
La historia de las Malvinas está ligada intrínsecamente al
imperialismo, más concretamente a la expansión de los imperios europeos, que en
el siglo XVIII comenzaron a enfrentarse no solo en su continente de origen sino
también en las zonas colonizadas.
El primer poblamiento en tierra malvinense fue una de las
consecuencias de la crucial Guerra de los Siete Años (1756-1763), en la que
Francia perdió sus posesiones en América del Norte y en la India a manos de los
británicos.
En medio de su reorganización posterior a la derrota, los
franceses decidieron establecer una colonia en las estratégicas islas del Sur
(que debían desde antes su nombre, "Malouines", a los marinos del principal
puerto francés de la época, Saint-Malo). En 1764 fundaron Puerto Louis -en
honor a su rey Luis XV- pero los españoles, aliados de Francia en ese momento,
se quejaron y a cambio de una indemnización se lo quedaron y lo rebautizaron
Soledad. Pero casi en simultáneo, en 1765, los ingleses habían fundado un
poblado en la isla vecina, la Gran Malvina, al que llamaron Port Egmont. Poco
después los españoles los expulsaron por la fuerza,
pero para evitar una guerra terminaron devolviendo el
asentamiento al Reino Unido, hasta que éste decidió abandonarlo en 1770 debido
el costo del mantenimiento. En 1789 los británicos acordaron que no se
apoderarían de nuevos territorios en el Atlántico Sur, reconociendo que las
Malvinas eran españolas.
Hasta 1811 hubo una guarnición de modo permanente en las
islas, pero ese año fue remitida a Montevideo para reforzar a los realistas en
su enfrentamiento con la junta de Buenos Aires creada por la Revolución de
Mayo. En 1820 la recién creada provincia de Buenos Aires volvió a ocupar las
islas, que utilizó por un tiempo como prisión. Cuando pocos años después EEUU y
luego el Reino Unido reconocieron la independencia de las Provincias Unidas del
Río de la Plata, las Malvinas las integraban y ninguno de los dos reclamó al
respecto.
En 1829, Buenos Aires envió a Luis Vernet como comandante
político y militar de las islas,pero esta vez el Reino Unido sí presentó una
protesta, ya que había desarrollado otra vez un interés en ellas como base para
sus barcos, por la pesca y la caza de focas. Pero Vernet no chocaría con los
británicos sino con los estadounidenses, que todavía no eran un imperio pero
tenían una política agresiva en ultramar. Vernet detuvo a tres de sus barcos
por cazar sin premiso, dando lugar a una disputa diplomática durante la cual
una fragata norteamericana arrasó Puerto Soledad en represalia. Buenos Aires
reaccionó en 1832 nombrando un nuevo enviado a las islas, Esteban Mestivier,
pero éste fue asesinado por una sublevación de los soldados que llevó con él.
El regreso a las islas de la goleta que los había conducido hasta allá puso fin
al levantamiento y todo pareció volver a la calma.
Pero no fue así. El 3 de enero de 1833 la fragata británica
Clio tomó por la fuerza Puerto Soledad. Al poco tiempo, Manuel Moreno, en ese momento
en funciones diplomáticas en Inglaterra, presentó una protesta en la que
aseguraba que la Confederación argentina había heredado los derechos españoles:
se trataba entonces de una usurpación. Sin embargo, Inglaterra no negoció,
argumentando que España las había abandonado en 1811 y que eran tierra
disponible. La mayoría de los gobiernos posteriores, bonaerenses y nacionales,
insistió en general en una posición cercana a la inicial de Moreno. Allí puede
rastrearse el origen de la propuesta argentina de tratar la cuestión Malvinas
como un acto colonialista.
A la vez, hacia adentro del país se fue construyendo la
noción de la pérdida de una porción de la patria, de las "hermanitas perdidas".
Y lo destacable es que no fue el Estado -o no lo fue tanto- el que creó esa
imagen, sino que se delineó a través de una tradición social de reclamo por
Malvinas, en la que fue fundamental el papel de algunos intelectuales, desde el
federal José Hernández y el liberal Paul Groussac hasta el socialista Alfredo
Palacio y los nacionalistas Hermanos Irazusta. La popularidad de la
problemática fue in crescendo y no en vano los militares la buscaron como
bandera cuando sintieron que su poder desfallecía en 1982.
Alguien que observara hace unas décadas el proceso de
derrumbe del imperio británico que siguió a la Segunda Guerra Mundial podría
haber conjeturado que la disputa por las islas terminaría con un acuerdo
diplomático. Pero la desastrosa estrategia de Galtieri y la Junta volvió
desvaneció esa esperanza, iniciando una etapa nueva. Lo más provechoso de ella
en los años recientes ha sido la posibilidad, tras largos silencios, de poder
escuchar la voz de los combatientes, y discutir Malvinas, revisar Malvinas,
reinsertarla como cuestión clave de la historia nacional. Es que es,
posiblemente, una temática que nos acompañará por largo tiempo.
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