Javier Trimboli | Lunes 24 de marzo de 2014
En el acto del 24 de marzo de 2004 se producen dos hechos
que pasarán a la historia. Por la mañana, el presidente ordena al jefe del
Ejército bajar los cuadros de los represores, que todavía cuelgan de sus
paredes; más tarde, en el acto de recuperación del predio de la ex Escuela de
Mecánica, Kirchner habla y pide perdón en nombre del Estado. A diez años de ese
día, una crónica sobre una jornada de quiebre y refundación.
Los dedos se tensan contra el costado del atril. Dejan ver
los huesos hasta que se contraen, forman un puño y vuelven a moverse. Rascan y
acarician la madera liviana. Agarra el micrófono Kirchner, rápido lo acomoda y
lo suelta. El pelo pegado a la piel. "Vengo a pedir perdón del Estado Nacional
por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia..." -aplausos sin
gritos- "...de tantas atrocidades." Contraste y excepción. La Argentina sabe de
actos oficiales macizos. Aquí, un escenario improvisado en una calle ancha y
breve, apenas transitada, aplastada por el edificio que está a su lado: la
ESMA.
Foco de irradiación del miedo, en toneladas se lo produjo en
la ESMA para ponerlo en circulación. En el `75 ordena el almirante Massera
cambios arquitectónicos en el edificio, ya en carpeta su nueva utilidad. Walsh,
muy pronto, en la Carta a la Junta, subraya su nombre. En 1924 la ciudad le
había cedido las 14 hectáreas a la Marina, que encara la ambiciosa construcción
que tiene "algo de escuela, de internado, de cuartel, de local de industrias."
Estatal y disciplinar.
Antes que Kirchner hablan dos militantes de HIJOS y Aníbal
Ibarra. Ovacionados los primeros, hasta insultan a los políticos que firmaron
el decreto de "aniquilación de la subversión"; la multitud se aburre de
abuchear a Ibarra. Temprano, Kirchner había estado en otro acto, más parecido a
los conocidos, en el Colegio Militar. A sus espaldas, los ministros y casi
treinta generales; saluda a jóvenes armados y con ropa camuflada; responden
unánimes, a voz en cuello. Pero se anuncia que el presidente se trasladará al
Patio de Honor para ordenar que se descuelguen los cuadros de los dos
directores que fueron presidentes de facto y genocidas. Es un pedido que el
CELS viene formulando a sucesivos ministros de defensa.
Disconformes, altos uniformados piden el pase a retiro. El
general Bendini tiene un momento de indecisión pero procede. Los originales
habían sido puestos a resguardo por manos amigas.
Dice Roberto Jacoby, en conversación con la revista El río
sin orillas en 2011, que la dictadura terminó -y resalta un hecho- "recién
cuando Néstor Kirchner bajó los cuadros". Jacoby es, entre otras cosas, el de
las "estrategias de la alegría" y las letras de Virus en los tempranos 80.
Habla con los compañeros de la revista del "estado de ánimo" que toda sociedad
opresiva busca tirar por el piso.
Al mediodía, hacen treinta grados y ya hay aglomeración en
la entrada de la ESMA. Se firma el convenio de traspaso a la ciudad para que se
transforme en Museo de la Memoria. No estaba en los planes pero las puertas se
abren y la gente entra y se desparrama. Pisan con cuidado, los ojos abiertos y
las caras mojadas. Cantitos y también risas. Se marca el lugar con claveles
rojos, fotos, cartas, pintadas. "Viva la armada" dice una bandera colgada en un
modesto balcón de Avenida del Libertador.
Kirchner es el alambre que sostiene y a la vez se agarra del
borde del atril. Cristina lo mira incluso con intriga. Los principales
gobernadores del PJ no asisten porque los organismos de derechos humanos dicen
que si van, ellos se bajan. El 2001 sigue ahí. A las abuelas, madres e hijos se
dirige Kirchner: "Cuando recién veía las manos, cuando cantaban el himno, veía
los brazos de mis compañeros, de la generación que creyó y sigue creyendo, en
los que quedamos, que este país se puede cambiar." Por esto mismo, antes del
perdón en nombre del Estado, pide permiso para expresarse ya no como "compañero
y hermano", sino como presidente de la Nación.
De la reconciliación nacional -de lo lejos que nos coloca
esta jornada- se escribe en Clarín. Del olvido de la "violencia subversiva", en
La Nación; se pide por "la paz y la reconciliación" y seguidito escribe Vicente
Massot, cual ciudadano de fiar, sobre "La enemistad absoluta y el terrorismo".
19.45: llama Kirchner a Alfonsín; se explica, le dice que no se olvida del
Juicio a las Juntas.
¿La sociedad por entero padeció a la ESMA? Hoy la pregunta
luce pavota, como la sorpresa porque de la Marina -nuestra fuerza liberal, de
jóvenes de clase media, listos para recorrer los mares en fragata y de blanco-
saliera semejante horror. Pero todo esto se dice en esos días. La ESMA es
indisociable de la parte de la sociedad que la produjo y la lleva adentro.
El acto del 24 de marzo es una de las primeras piedras,
tambaleante, de un Estado en refundación. El otro, el inmediato anterior, está
en ruinas por el terrorismo que produjo, por su estricta conjugación con los
intereses dominantes, por el abandono. Por poner al país al borde de la
disolución. Desde su desfondamiento enuncia Kirchner.
El 24 de marzo de 2004 Estela Carlotto almuerza con Mirtha.
El clima es afable. En un corte cuenta emocionada que el presidente la había
llamado para que lo acompañara a bajar los cuadros al Colegio Militar. Tuvo
miedo, así se dice en Página/12, de que "el gesto fuera usado para
desnaturalizar la decisión". Como tantas otras cosas, este almuerzo hoy es
imposible. Los derechos humanos perdieron la unanimidad que nunca tuvieron, esa
que los condenaba a la más flaca eficacia.
Dicen que Sarmiento renunció a la masonería cuando fue
electo presidente; su republicanismo le impedía mantener dos lealtades.
Kirchner es compañero y presidente. Desde esa tensión que soporta su cuerpo se
empieza a construir una nueva posición estatal. No desafía al capitalismo;
elige escuchar y atender a los postergados. Cuando en 2008 se quiso poner en
caja lo abierto, Kirchner contó cómo se hacía el oso cuando personajes de
influencia lo auscultaba por su política futura de derechos humanos. Con todos estos pliegues, el 24 de marzo de
2004 nos devolvió "el estado de ánimo".
Lejos de toda unanimidad, la ESMA queda como huella
indeleble de lo que son capaces de producir las ofensivas de las clases
dominantes. Una historia más exigente,
como hoy se la reclama, sólo podrá partir de este punto.
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