Fernando Jáuregui | Lunes 24 de marzo de 2014
Han sido cuatro días de recuerdos, de pasar revista, con la
ayuda inestimable de algunas televisiones, de las radios, de tantos periódicos,
a lo que fue la transición, incluso en sus menores detalles. La muerte de
Adolfo Suárez, anticipadamente anunciada, ha sido una auténtica conmoción:
cuatro días de homenaje consistentes en una enorme mirada retrospectiva sobre
lo que fue la primera transición. Un gran pedazo de Historia.
Porque ahora, en mi opinión al menos, ya estamos insertos en
una especie de segunda transición, a mi juicio tan importante, tan intensa,
como la primera. Cierto que entonces salíamos de una dictadura para comenzar el
tránsito por la democracia. Pero ahora entramos en lo que podríamos llamar una
nueva era, y no había sino que escuchar algunos testimonios en los tertulias
especiales de las televisiones, o contemplar el rostro del Rey en su mensaje de
recuerdo al que fue el presidente que nos condujo a las libertades, para darse
cuenta de que hay que arbitrar cambios, relevos, reformas y repintar algunas
ideas.
Creo que este puede ser el último servicio que Adolfo Suárez
puede prestar a la nación. Su desaparición física -mentalmente ya nos había
abandonado, pero su mera presencia entre nosotros era como un símbolo de
permanencia de los esquemas vigentes desde hace casi cuarenta años-abre nuevas
puertas al futuro; quizá haya que cuestionarse muchas cosas, desde una
progresiva y prudente abdicación del Rey hasta una no menos cauta, pero
necesaria, reforma de la Constitución. Que, por cierto, se puede consensuar aprovechando
que dentro de un año y medio hay, de todas formas, que disolver las cámaras
para convocar elecciones; sería una buena oportunidad para celebrar el
referéndum que algunas modificaciones constitucionales exigen.
Conocí, en lo posible, a Adolfo Suárez. Estoy seguro de que
el hombre que fue capaz de poner patas arriba el Estado en apenas once meses
compartiría la tesis de la nueva transición, de que es hora de mirar
resueltamente hacia el futuro, porque el pasado ya está cumplido. Y es que,
desaparecido el original, necesitaríamos ahora un nuevo Adolfo Suárez, al menos
como conciencia crítica y referente moral, ya que otros parecen haber abdicado
de esta tarea.
TEMAS RELACIONADOS: