Enrique Szewach | Lunes 17 de marzo de 2014
No voy a referirme a la discusión actual en torno a las
reformas al Código Penal (aunque la ciencia económica tiene cosas para aportar
al respecto).
Voy a referirme a la reincidencia que tiene la sociedad
argentina en el uso de la inflación, como mecanismo de solución de nuestros
problemas fiscales.
Para cualquier extranjero resulta difícil comprender como,
una sociedad que ha pasado por las traumáticas experiencias de alta inflación e
hiperinflación como la nuestra, insiste en repetir el mismo error en cada nueva
generación .
A diferencia de otras
sociedades en dónde las generaciones que sufrieron el trauma de la alta
inflación, le legaron a las generaciones posteriores marcos institucionales,
básicamente la independencia operacional del Banco Central, para impedir que se
repita esa barbaridad, nuestros políticos, muchos de ellos protagonistas de los
últimos episodios de hiperinflación de finales de los 80, volvieron a votar,
irresponsablemente, los cambios a la Carta Orgánica del Banco Central, que
sirvieron como condición necesaria, para la elevada inflación, de la que hoy se
quejan.
Lo cierto es que el problema inflacionario ha vuelto a
dominar la macroeconomía argentina, porque, en el corto plazo, se presenta como
"solución" del financiamiento de un gasto público, desbordado e ineficiente.
En efecto, para el gobierno, la inflación es una manera de
hacer el ajuste fiscal sin reconocerlo explícitamente, en la medida que logre
que los incrementos nominales de gastos se den por debajo de la evolución
nominal de los ingresos.
Desde el punto de vista político, no es lo mismo lograr un
ajuste fiscal anunciando una baja de salarios nominales del 5% con inflación 0,
que anunciar un aumento de salarios del 30%, con inflación que, después,
resulta del 35% o 40%.
Salvando las distancias, no fue políticamente lo mismo la
baja de salarios que propuso el gobierno de De la Rúa, en medio de la
convertibilidad, que la violenta baja de salarios que logró la administración
Duhalde, con el shock devaluatorio inflacionario del 2002.
Por supuesto que, para completar la trampa, hay que lograr,
además, que la "culpa" de la inflación sea de los empresarios, de los grupos
concentrados, de los especuladores, en lugar de la responsabilidad primaria del
Banco Central, a cargo del poder de compra de la moneda que emite.
Mejor aún es la situación de los gobernadores, cuyos
ingresos nominales crecen con la inflación, vía la recaudación del impuesto a
los ingresos brutos, mientras están políticamente tranquilos, dado que la culpa
de la inflación o es del Banco Central, o es de los empresarios.
Por supuesto que para que el ajuste fiscal se verifique,
como mencionáramos, el aumento salarial para los empleados públicos tiene que
ser, al final del día, menor que el incremento de los precios, lo que se logra
o bien "cerrando" un aumento inferior a la inflación, o bien pagando el aumento
"en cuotas", lo que también se traduce en una caída real.
Sin embargo, este mecanismo resulta altamente peligroso y
por eso las sociedades de otros países han renunciado a utilizarlo con
intensidad.
Resulta peligroso, porque la caída de los salarios reales en
el sector público, sólo puede ser un mecanismo transitorio, y moderado, de lo
contrario, las consecuencias sociales de este instrumento terminan siendo
insostenibles.
Segundo, porque tarde o temprano, en economías altamente dependientes
del consumo interno, se afecta el nivel de actividad y surge un círculo
vicioso. Al caer el nivel de actividad, se necesita más inflación para obtener
el mismo resultado "recaudatorio", dado que cae la recaudación por volumen y a
mayor inflación, mayor caída del salario, mayor recesión, etc.
Al final del día, la combinación de recesión e inflación
termina siendo letal, no sólo para la economía, sino también para la política y
para la paz social.
De allí, entonces, insisto, que las sociedades, en general,
han preferido pagar los costos políticos que implica tener una política fiscal
ordenada financiada con una razonable mezcla de impuestos genuinos y deuda de
largo para infraestructura, y renunciar a los supuestos beneficios de corto
plazo de la fiesta populista con expansión del gasto financiada con inflación.
Nosotros, en cambio, somos "La sociedad de los reincidentes vivos" y, como rezaba el
lema de "La sociedad de los poetas muertos", preferimos "vivir el momento".
Así nos va.
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