Adolfo Pérez Esquivel | Miércoles 12 de marzo de 2014
Se cumple un año de que Francisco asumió como Pontífice,
Pastor del Pueblo de Dios, de llevar el mensaje del Evangelio al mundo y de
renovar una Iglesia que se había oscurecido la vida y la esperanza.
Hace un año decíamos ¿Cuál era la situación de la Iglesia
previo a la abdicación del Papa Benedicto VI?
En las últimas décadas los principales conductores de la Iglesia, habían
desandado el camino iniciado en el Vaticano II, y desactivado cuando no perseguido
las opciones que consideraban la historia de la liberación de los pueblos como
parte de la historia de la salvación, surgidas desde latinoamérica a partir de
Medellín, Puebla y varios Sínodos. En una Iglesia cuyo viraje conservador
iniciado con Juan Pablo II y consolidado con Benedicto XVI, ya había cambiado
el perfil de episcopados complet os, desplazando a obispos progresistas por
otros ultraconservadores, y que además evidenciaba una fuerte crisis de
credibilidad frente al manejo poco transparente de los fondos vaticanos y por
las denuncias de abusos y encubrimientos de sacerdotes acusados de aberrantes
actos de pedofilia, la elección del nuevo pontífice se esperaba dentro de la
continuidad de opciones ultramontanas y en particular italianas.
En ese contexto, la designación del Cardenal Bergoglio,
surgió como una novedad, por primera vez la Iglesia salía del euro-centrismo y
abría su visión hacia latinoamérica y otros continentes. Los primeros gestos y
actitudes del nuevo Papa, así como la adopción del nombre del Santo de Asis,
Francisco, que constituye por su alto simbolismo una opción por los pobres y un
programa de acción, demarcaron un espacio diferente al previsible inicialmente.
¿Podrá la Iglesia empezar a recuperar de la senda del Vaticano II, adecuarlo a
los tiempos actuales y tratar de animar y alumbrar desde la fe alternativas de
justicia social para los pueblos?. Sólo la decisión y el tiempo dirán cuanto
podrá cambiar Francisco, las herencias negativas que afectan al Vaticano y la
Iglesia en general.
Hoy podemos decir que en la Iglesia universal soplan nuevos
vientos, empezó a cambiar la agenda, y aunque no se pueda esperar drásticas
transformaciones, cuando durante décadas se reforzaron liderazgos, jerarquía,
movimientos e instituciones conservadoras, vuelve a cobrar relieve acompañado
por numerosos gestos del Papa Francisco, el anhelo de una Iglesia pobre, el
compromiso con los más pobres, con los excluidos y este no es un dato menor.
Frente a un crecimiento económico que se nos presenta divorciado
del bienestar de los pueblos, donde se ha profundizado la brecha entre ricos y
pobres, no sólo entre los países del Norte con respecto a los del Sur sino
también al interior de cada país, donde se acentúan los procesos de
concentración de la riqueza en pocas manos, mientras amplios sectores de la
población (trabajadores, mujeres y jóvenes pobres en particular) son
desplazados del mundo del trabajo a límites de sobrevivencia infrahumana, el
Papa Francisco ha cuestionado una globalización económica asociada a la
exclusión social de los pueblos.
Su presencia en Lampedusa para solidarizarse y expresar su
compromiso con los miles de migrantes que escapan de masacres despojo de sus
tierras, para tratar de sobrevivir en Europa, muestra que no son sólo discursos
sino testimonio con hechos para interpelar a una Europa, que pese a la crisis,
sigue siendo opulenta. A estos hechos cabe agregar su denuncia frente a
diversas organizaciones internacionales de perfil delictivo (mafias,
narcotráfico, trabajo esclavo, etc.) que tienen un alto poder de corrupción y
gravitación en segmentos cada vez mayores de la economía mundial y de numerosos
países.
Igual testimonio se expresó en la decidida intervención en
favor de la Paz y contra las intervenciones armadas y la profundización de la
guerra en el caso de Siria, que podría haber escalado a niveles inimaginables.
El llamado de Francisco al compromiso de los jóvenes, a ese
"hagan lío", vuelve a interpelarlos a ser partícipes de un mundo mejor, vuelve
a sacar a los cristianos al mundo, a no esconder la luz bajo la cama, vuelve a
plantear que al igual que levadura debe fermentar para hacer el pan, la fe debe
animar en la dignificación de nuestros pueblos
La protección de los derechos de las personas y de los
pueblos, el desarrollo humano, la defensa del medio ambiente, los procesos de
desarme y la justicia se convertirán
cada vez más en temas de debate internacional, porque en esta ocasión está en
juego nuestro Planeta, e implicarán un largo proceso de luchas con avances y
retrocesos. Ante estos desafíos un Papado que vuelve a plantear un liderazgo
ético, cultural y religioso, que interpela al mundo entero, que asume una
perspectiva ecuménica, profundiza el diálogo con otras Iglesias de Igual a
Igual, no puede ser más promisorio y alentador.
El Papa Francisco ha empezado a tratar de superar los
problemas que vive la Iglesia Católica. En este aspecto, seguramente queda un
largo camino por transitar para desmontar la trama "non santa" que aquejaba a
la Curia Romana, sin embargo son muy auspiciosas numerosas medidas adoptadas,
avanzar en la Colegialidad intercontinental, al crear la comisión integrada por
Cardenales de diversos países para que lo acompañen en su gestión. Ya no sólo
gobernará la Iglesia Europa o los países del Norte, y en la elección del futuro
Papa tendrán mayor gravitación otros continentes a partir de la designación de
nuevos Cardenales. Los sectores más conservadores van perdiendo gravitación,
aunque mantengan todavía un poder considerable.&nb sp; De la Roma que
perseguía y aplicaba la Teología de la sospecha a los teólogos de la
liberación, se abrió paso al diálogo y encuentros. Seguramente quedan numerosas
reformas pendientes como la posibilidad de opción de los sacerdotes al
matrimonio, el acceso de las mujeres al sacerdocio, por mencionar algunas. Hay
señales alentadoras como el reconsiderar la comunión de los divorciados. Los
desafíos son grandes, la esperanza de que puedan encararse también.
Lo cierto es que Francisco, como Pastor, ha despertado esperanzas,
está dando testimonios personales y adoptando medidas que alientan a una
Iglesia que vuelve a caminar con los pobres, que procura vivir en comunidad en
oración y compromiso.
Adolfo Pérez Esquivel
Premio Nobel de la Paz
Presidente del Servicio Paz y Justicia
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