Ricardo Gil Lavedra | Jueves 06 de marzo de 2014
La política es una práctica virtuosa en procura del bien
común? ¿O se agota en la búsqueda del poder y su ejercicio? ¿Existen límites
éticos en la actividad política? ¿O cualquier procedimiento es válido si
permite alcanzar los objetivos buscados?
Todos estos interrogantes han sido puestos de manifiesto con
la exhibición de la serie "House of cards", en la que un dirigente político no
vacila en recurrir a cualquier procedimiento o manipulación, si ello le asegura
la obtención de sus propósitos. Pese a no ser de difusión masiva (sólo se
accede a ella por Internet y suscripción), la repercusión que ha tenido en la
prensa y en las redes sociales ha sido muy significativa.
Más allá del acierto de la trama, de su rigor técnico y de
algunas interpretaciones notables, me pregunto qué resortes ha tocado en los
espectadores, entre los que me incluyo, para provocar ese impacto.
Por un lado, creo que la serie corrobora la extendida
creencia popular de que el ejercicio de la política está rodeado de corrupción,
intrigas y manipulaciones en torno al poder. Muchos dirigentes nacionales, que
siguen la serie con entusiasmo, se han visto en la obligación de señalar que en
la realidad las cosas no son como la serie muestra, que hay exageraciones, etc.
No importa si eso es así o no. La percepción de la gente
sobre la política, injusta o no, es como la cuenta "House of Cards", que viene
a decirnos "es tal cual como lo imaginan".
Por el otro, merece analizarse la influencia del recurso de
"romper la cuarta pared". Se denomina así a la técnica, original del teatro
luego extendida al cine y ahora a los videojuegos, de atravesar la pared
invisible que hay entre el escenario y los espectadores cuando los actores se
dirigen directamente a estos últimos, haciéndolos partícipes del espectáculo.
Frank Underwood, el villano protagonista de la serie,
magníficamente interpretado por Kevin Spacey, corre la cortina diciendo "vengan
amigos, pasen".
Le habla permanentemente al espectador, entablando una
íntima relación, haciéndolo cómplice de sus intrigas y fechorías capaces de
llegar adonde sea.
Este procedimiento, propio de William Shakespeare en sus
inolvidables personajes perversos como Yago en Otelo (también despechado al
igual que Underwood por haber sido desplazado de un cargo) o Ricardo III en sus
crueles maquinaciones para hacerse del trono de Inglaterra, no sólo humanizan
al personaje, sino que también involucran al espectador en la realización de
las maniobras arteras. Nos pone de su lado, todos queremos que siga actuando de
esa manera.
Es nuestra venganza de la real politik y la confirmación de
que la cosa era como sospechábamos.
En la ficción no importa la verdad sino la verosimilitud y,
en este caso, lamentablemente, realidad y ficción no parecen estar demasiado
lejos.
Ahora salgamos un instante de la serie. La política no está
reservada sólo a los políticos. A todos nos concierne.
La recuperación de la credibilidad perdida pasa también por
atravesar "la cuarta pared" y meternos todos en el escenario político para
controlar qué es lo que se hace. Por supuesto, hay corrupción, hay intrigas y
todo tipo de turbios manejos en torno al ejercicio del poder, pero el mejor
antídoto para prevenir esas conductas indeseables es una ciudadanía activa que
vigile obsesivamente a las autoridades y les exija permanentemente la rendición
de sus actos.
TEMAS RELACIONADOS: