Ricardo Lafferriere | Jueves 30 de enero de 2014
Tal sería la cuenta de equilibrio que relacione la base
monetaria con las reservas en oro y divisas -tal como las cuenta el gobierno-,
en un dólar de ocho pesos.
Kici respondería: no estamos en la convertibilidad. Esa
cuenta no corresponde. Y sería cierto.
Pero también lo es que ante tantas incertidumbres -sobre la
tasa de inflación, el monto efectivo del PBI, el nivel de endeudamiento real, los
objetivos concretos de la política económica (que, en otros tiempos, eran
definidos por la ley de presupuesto), etc., quienes realizan operaciones
económicas y financieras terminan recurriendo como referencia a las únicas
cifras ciertas con las que cuentan: el circulante vs. las reservas.
Pues bien. Esta relación para "confluir" -diría
Kici- surge de una cuenta sencilla: 29.000 millones x 8. Las reservas en
divisas multiplicadas por el tipo de cambio. 230.000 millones.
Pero he aquí que el balance del BCRA nos informa que la base
monetaria alcanza a 371.442 millones de pesos. Curiosamente, si realizamos la
operación inversa -es decir, si dividimos la base monetaria por la cantidad de
divisas-, el número que obtenemos es ... 12,80. (¿Les suena?). Ese número irá
variando cuando bajen (o suban) las reservas, o cuando suba (o baje) el
circulante.
El BCRA acaba de subir la tasa de interés emitiendo bonos
-"pidiendo prestado"- al 26 %, para "absorber" 9.000
millones de pesos de la base monetaria y "aliviar la presión sobre el
dólar".
Ese nivel de tasas provocará la retracción de la economía,
con un efecto insignificante en el mercado cambiario. Retirar 9.000 millones
cuando han emitido casi 100.000 es sólo un estertor con consecuencias
negativas. El encarecimiento del crédito y la retracción de la demanda
afectarán el nivel de actividad y por ende, del empleo. Pero es lo único que
pueden hacer... en este marco político.
La contracara de la medida será mayor desocupación, y la
"yapa" es cambiar el déficit fiscal por el cuasi fiscal, porque el
BCRA deberá hacerse cargo de pagar esas tasas y a la larga no puede hacerlo de
otra forma que emitiendo más dinero aún.
La presión sobre el dólar terminará cuando cambie la
política, no sólo la económica sino la integral, es decir cuando un gobierno
creíble -éste, u otro- respaldado y representativo, establezca por consenso un
programa de crecimiento coherente, con cifras transparentes y verificables.
Ese programa podrá tener las metas más diversas, reflejando
el colorido democrático de la opinión nacional y el juego natural de los
intereses y las ideologías que conviven en el país. Lo que no podrá es suponer
que 2 + 2 sean 5, aunque al final, si es exitoso, termine siendo.
Quienes toman decisiones económicas realizarán así otras
cuentas, no ya defensivas de su ingreso sino asociadas a las metas nacionales.
Los acreedores querrán volver a prestarnos y los empresarios -pequeños, medianos
y grandes- querrán volver a invertir. No se preocuparán más por la relación
entre reservas y circulante, sino por cómo sumarse a la oleada de crecimiento.
Esto no es de izquierda ni de derecha, no es socialdemócrata
o neoliberal. Es la verdad de perogrullo que aplica el 95 % del mundo, desde
USA hasta China, desde Uruguay hasta Chile, desde Perú hasta Vietnam. Es,
sencillamente, gobernar, en lugar de dejar esa tarea estratégica al mercado
como se ha hecho en los últimos años.
Hasta que no asumamos esa realidad, seguiremos a los tumbos,
de crisis en crisis. Como la que -desgraciadamente- se acerca a pasos
acelerados, avisando que viene mientras nos divertimos cruzándonos
intolerancias. Y la responsabilidad será, una vez más, de la política.
Ricardo Lafferriere
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