Ricardo Lafferriere | Miércoles 29 de enero de 2014
"Si alguien me quiere explicar el mecanismo que hace
que un cambio en el valor del dólar afecte de manera inmediata, directa y
proporcional a todas las variables económicas que también me explique por qué
la Argentina no es Estados Unidos" (Ministro Kicilloff, reportaje
difundido por la agencia DyN, 26/1/2014).
La frase testimonia el mundo mental dentro del cual
funcionan los razonamientos económicos del Ministro, y por qué le va así.
Esta visión extrema del "vivir con lo nuestro"
supone posible -y lo que es peor, cree que existe- una economía argentina
cerrada a los intercambios comerciales, financieros y tecnológicos globales.
Esa realidad nunca existió, pero aún admitiendo que fuera discutible en otros
tiempos, en el mundo actual es equivalente a una visión esquizofrénica.
La Argentina vende su principal riqueza, la producción
agropecuaria, en dólares. Son alrededor de 25.000 millones al año, con los que
financia sus dislates internos. Allí, en el mercado mundial, "realiza su
ganancia" -utilizando términos marxistas- el principal sector excedentario
de la economía argentina. No los tendríamos, si el mundo y el país fuera como
los concibe Kicilloff.
Para obtener esa producción agropecuaria hay numerosos
insumos que deben abonarse en dólares: semillas, fertilizantes, agroquímicos,
algunas partes sofisticadas de las maquinarias agrícolas. Y el gasóil, sin el
cual no puede haber ni siembra ni cosecha y que es cada vez más dependiente de
la importación de petróleo -gracias, entre otras cosas, a la desastrosa gestión
energética del gobierno al que pertenece Kicilloff, que se desentendió del tema
energético hasta quedarnos sin petróleo-.
Nuestro país le compra al mundo -en dólares- el 70 % de los
componentes de cada automóvil que se "fabrica" en nuestros pagos y
más del 95 % -también en dólares- de los "componentes" de la
industria electrónica de Tierra del Fuego.
Recibió -en dólares- los préstamos que solicitó a los
organismos internacionales para obras y programas públicos (rutas, puentes,
viviendas, reformas institucionales, y hasta planes sociales) y en dólares debe
devolverlos. Y también recibió -en dólares- las inversiones privadas externas,
desde las automotrices a las mineras, desde las petroleras hasta las dirigidas
a proyectos inmobiliarios. En todos los casos, está obligada a dejar retirar a
sus dueños -en dólares-, si así lo decidieran, las ganancias y la amortización
del capital invertido, según lo dispuesto en las leyes locales y convenios
internacionales vigentes y que Argentina ha firmado.
Los componentes importados -y eventualmente, las patentes y
royalties externos- de todo el sistema industrial deben ser abonados en
divisas. Medicamentos, óptica, perfumería, juguetes, maquinaria pesada,
sistemas informáticos, química, hasta los royalties de la industria
indumentaria, textil y hasta alimentaria. Y también las importaciones
transitorias de componentes de bienes intermedios que, una vez elaborados,
reexportará -en dólares-. En dólares debe abonar también los fletes y seguros
internacionales.
No necesita el Ministro que nadie le explique que Argentina
no es Estados Unidos. Con dar un vistazo a la economía que teóricamente
gestiona, observará por qué el valor del dólar está imbricado en todo el
proceso económico.
Y también advertirá por qué la preocupación de aquellos que
a pesar de vivir en un país tan imbricado con la divisa, sólo cuentan para su
sobrevivencia con recursos nominados en una moneda que es el único activo del
90 por ciento de los argentinos: el peso.
Éste es el signo monetario cuyo valor debiera ser cuidado
por el Banco Central -que para eso está- y por el gobierno que integra.
Es ésta, la única "riqueza" de millones de
argentinos, la moneda bastardeada por la emisión espuria de papel pintado y el
descontrol hasta el dispendio de los recursos públicos por una administración
cuyo desinterés por la solidez monetaria está sumergiendo a la mayoría de sus
compatriotas en una pobreza creciente.
Ricardo Lafferriere
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