Fernando Jáuregui | Lunes 20 de enero de 2014
Si Artur Mas va a la BBC, Mariano Rajoy acude a una 'tele'
nacional para explicar sus puntos de vista. Fundamentalmente, ambos, sobre el
proceso catalán, claro. Supongo que es su manera de enviarse mensajes: a través
de las crónicas sobre sus respectivas intervenciones mediáticas. Lamento que se
hablen a través de ese lenguaje global que reside en la pequeña pantalla y no
cara a cara, en La Moncloa, sin límite de tiempo y con sendos retratos de
Adolfo Suárez y Tarradellas sobre las respectivas cabezas: al fin y al cabo,
antes que Mas y Rajoy negociaron los antedichos, se tiraron los trastos a la
cabeza y salieron del encuentro sonrientes, asegurando que había habido un buen
entendimiento entre ambos, que, por cierto, acabó habiéndolo. Dos estadistas
(aquellos).
Claro, el problema son las nuevas tecnologías: aquí, o te
comunicas a través de una pantalla de plasma, o no te comunicas. O dices el
mensaje en la tele o, incluso, a través de los 140 caracteres de Twitter, o
nada. Porque lo del mirarse a los ojos y tomarse un gin-tonic hablando
tranquilamente, intentando acercar posiciones en el diálogo abierto y franco,
no parece estar de moda. Incluso, cuando te vas a almorzar con alguien, sucede
a menudo que te desespera la mala educación de tu interlocutor, que, entre el
primer y el segundo plato, no ha dejado de jugar con su teléfono móvil,
enviando quién sabe qué mensajes intrascendentes a quién sabe qué comunicantes
a quién sabe dónde.
Hemos banalizado la interlocución, la palabra, el contacto,
el debate. Hemos introducido unos usos políticos (y hasta sociales) aberrantes,
consistentes en colocar micrófonos bajo las mesas de los restaurantes para
saber qué opina el rival, o incluso el aliado. De manera que todo son guiños.
Estamos, en fin, favoreciendo la incomunicación, cosa muy peligrosa cuando los
trenes que circulan por la misma vía en sentido opuesto se dirigen a toda
velocidad al choque frontal.
Creo que, cuando todo el país pide diálogo y acuerdos a sus
gobernantes, la mejor manera de impedirlo es televisar el partido, en lugar de
verlo en el estadio, que es donde se alienta a los jugadores. O se les abuchea,
si es necesario. Lo televisivo tiene algo de componenda, de poner puertas al
campo, de simplificación de mensajes que, además, llegan al otro lado o
edulcorados o exagerados. Exactamente lo que está ocurriendo aquí y ahora.
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