Fernando Jáuregui | Jueves 02 de enero de 2014
Lo que no puede ser, me dice mi interlocutor cualificado, es
que si una empresa que ha estado sometida a demasiados vaivenes en el pasado,
como Sacyr, da un quiebro lamentable en Panamá, donde lideraba la ampliación
del canal, el fallido se le cuelgue a la 'marca España'. Y yo estoy de acuerdo:
los periódicos no pueden titular con el sufrimiento de la marca cada vez que,
por ejemplo, los herederos de la lamentable herencia moral de Luis del Rivero,
o similares, provocan un estallido internacional. Creo que la 'marca España'
debe estar por encima de algunos avatares empresariales, coyunturales o incluso
de corrupción localizada o de incompetencia más o menos generalizada. Con ello,
quiero decir que nuestra mentalidad sobre el alcance y contenidos de la 'marca
España' ha de cambiar. Para lo cual, es necesario modificar el funcionamiento
de esa 'marca', que no sé si es apenas un concepto, cuando debería ser una
tarea concreta de todos los habitantes de este país nuestro.
En primer lugar, no estoy seguro de que la leve
infraestructura que alberga a la 'marca España' deba depender del Ministerio de
Exteriores. Que, por cierto, será ahora el encargado de negociar con las
autoridades panameñas cómo enmendar el descalabro producido, en primer lugar
pero no únicamente, por Sacyr y sus consorciados. No se trata solamente de una
cuestión de imagen ante el exterior: creo que la 'marca España' debe comenzar a
cimentarse desde el interior, y ello implica que las ramificaciones de la misma
deben extenderse por toda la Administración, por todos los ministerios, como
una obsesión. ¿Cómo pensar que la 'marca' pueda tener prestigio en casa cuando
las encuestas siguen dando al conjunto de nuestra clase política tan bajísimas
valoraciones? ¿Cómo cimentar la autoestima nacional cuando ni un solo ministro
aprueba en estos sondeos -de acuerdo: son falibles, como todo en la vida-y el
declarado propósito oficial es no hacer un solo cambio en el Gobierno, a menos
que sea inevitable? ¿Cómo instalarse en una mínima seguridad jurídica cuando
hasta algunos representantes autonómicos critican ocurrencias de quienes en
teoría son sus 'señoritos' políticos? Y así podríamos poner muchos ejemplos: el
problema es el divorcio entre la España oficial y la real. Y ello hace que la
España real se divorcie muchas veces, a su vez, de los presupuestos, sobre todo
morales, de la España oficial.
Claro que todo ello tiene que ver con quiebras de reputación
como la de Sacyr. A un empresario concreto se le permitieron desmanes que jamás
hubiese podido permitirse, a su particular escala, un ciudadano de a pie. Pero
el distanciamiento de nuestros representantes políticos con la realidad hizo
que algunos representantes económicos, sobre todo los dados al aventurerismo,
se alejasen también de una normativa que ni se cumplía ni, muchas veces, podía
cumplirse. Y, a su vez, habremos de
convenir en que el concepto de 'marca España' tiene que estar anclado en una
realidad, no en el deseo de inventar, casi desde el aire, otra diferente y más
'conveniente'.
Inútil, pues, insistir en que la imagen de España es mejor
fuera que dentro, como si esta sugerencia de que nuestro derrotismo no tiene
remedio conllevase algún tipo de solución al enigma . Además, este presunto
prestigio internacional de nuestro país se difumina, según todos los estudios.
Lo primero es mejorar la 'marca' en el interior y, desde ahí, proyectarla al
exterior. No debe, pues, concentrarse el tampón en el Ministerio de Exteriores
-en el colmo del falseamiento, se insiste en que 'marca España' es un organismo
al margen de cualquier Departamento ministerial--, sino que ha de ampliarse,
quizá en una especie de comisión interministerial, al conjunto de las
actividades políticas, económicas y sociales en la totalidad del país.
Claro que aplaudo, desde este punto de vista, los esfuerzos
que la diplomacia española hace para reforzar en el mundo la idea de que el nuestro
es un país unido -pero habría que convencer antes a Artur Mas--, jurídicamente
seguro -pero previamente habría que persuadir de ello al españolito que anda
por la calle-y moralmente limpio -pero antes deberían adoptarse las medidas de
transparencia y reformas legislativas que todos sabemos en los partidos,
sindicatos e instituciones varias--. Claro que deseo lo mejor cuando, por
ejemplo, el presidente Rajoy se entreviste con Obama dentro de poco más de una
semana; pero lo idóneo sería que el mandatario español acudiese a la Casa
Blanca con un programa reformista creíble, que no se limite a glosar las
tradicionales buenas relaciones con los Estados Unidos; con una propuesta que,
desde Washington, pueda 'venderse' a los españoles, ya que no se ha sabido vender
desde Madrid, Barcelona o Pontevedra, por ejemplo.
Eso, más allá del descalabro de Sacyr, más allá del patente
retroceso de la influencia española en América Latina, más allá de lo poco que
contamos ahora en el diseño de la política europea, más allá de nuestra inexistencia virtual en muchos
mercados emergentes, eso, ha de ser la 'marca España'. Que va mucho lejos de
que los evidentemente competentes funcionarios que en ella se afanan día a día
lleven corbatas con la bandera rojigualda, ofrezcan cócteles a los que no
asisten quienes necesitaríamos que asistiesen o potencien ciertos aspectos
folclóricos que nos honran, pero que no bastan.
Potenciar la 'marca España' necesita un estadista al frente de la nave, una
oficialidad disciplinada, competente y sacrificada y una tripulación que acepte
el 'sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo' porque el capitán, la oficialidad ¡y
los armadores! son los primeros en aplicarse la receta. Y no estoy seguro -y sí, pienso en Sacyr,
también en Sacyr. Pero igualmente pienso en el conflicto con la Generalitat
catalana. O de que en la que se ha montado con la nueva regulación del
aborto-de que ahora todas esas fuerzas se alineen bajo un esfuerzo común por
mejorar una marca. Una marca que nunca debe abandonarse en medio de este
nacional-pesimismo que nos devora, quizá injustamente. Y, a este paso, la
dichosa marca puede quedar bajo mínimos, olvidada, ya en este año 2014 lleno de
retos y quién sabe si también de esperanzas.
fjauregui@diariocritico
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