Fernando Jáuregui | Martes 31 de diciembre de 2013
Nada me fastidiaría más, querido lector, estimada lectora,
que contribuir a amargarle las últimas horas de 2013 con unas perspectivas
catastrofistas sobre lo que va a ser 2014. Quienes me conocen saben que tiendo
al optimismo incurable, pero también a considerar los aspectos que puedan
ennegrecer mi habitual visión sonrosada de la vida. Y, como cronista de la
realidad que pretendo ser, no puedo desconocer la existencia de bastantes voces
y colectivos, preocupados por la marcha de las cosas y que en absoluto
coinciden con la versión benéfica sobre lo que nos aguarda en este año que
comienza que nos transmitió Rajoy en su despedida de curso.
Debo, por tanto, contarle a usted, amable lector/a, que las
previsiones de algunos dirigentes sindicales cifran en otros doscientos mil los
puestos de trabajo que se perderán este año; unos, como consecuencia de ERES en
grandes empresas -ahí están Renfe, Adif, Iberia, el sector naval y alguna del
motor, como Peugeot-Citroën--; otros, los más, por la caída en picado que están
experimentando tantas pequeñas y medianas empresas que no pueden acceder a la
exportación ni a ayudas procedentes del exterior. Cierto que el surgimiento de
planteles de emprendedores equilibra algo la balanza, pero no puede desconocerse
que el empleo estable y fijo está siendo implacablemente sustituído, por mucho
que los sindicatos y amplios sectores de la sociedad se nieguen a aceptarlo,
por un trabajo autónomo mucho más precario y con un poder adquisitivo
disminuido. Y, así, nos encontramos con un agravamiento del bache
socioeconómico español: es cierto que aumenta, un poco, el número de ricos
(ocurre en todas las crisis). Pero también lo es que crece, y mucho, el número
de mileuristas y de 'ochocientoseuristas', con una baja capacidad de consumo
por tanto, en el límite de la supervivencia.
Esta no es, claro, una radiografía de mi cosecha, sino una
conclusión bastante unánime de una mayoría de consultores especializados
independientes con los que he estado últimamente en contacto y de los que
algunos publican sus dictámenes en los medios. Puede, así, que no hablemos
mucho, en este 2014, de subidas de la prima de riesgo -laus Deo-ni de batacazos
en el Ibex. Pero me temo que sí se van a notar las tensiones sociales derivadas
de que hay capas de la población, y no muy minoritarias por cierto, que, aun
silenciosas hasta el momento, ya no pueden apretarse más el cinturón. Así,
cuando el 'presidente europeo' Van Rompuy dice que en 2014 las cosas van a ir
mejor para países como España, tiene inmediatamente que agregar que la mejora
macroeconómica no va a repercutir 'inmediatamente' en el mapa del empleo. Que,
añado yo, va a seguir dependiendo en buena parte de la creación de trabajadores
autónomos y de la ilusión de los emprendedores por embarcarse en la aventura de
crear, con todo lo que este cambio de signo implica.
Con estos datos y razonamientos en la mano, comprendo que el
optimismo, al menos para muchos sectores de la ciudadanía, siga siendo un
estado de espíritu inalcanzable. Resulta curioso un país en el que
restaurantes, bares y hoteles están a tope en estas fiestas, conviviendo este
panorama con la constatación de que, por ejemplo, en muchos hogares ya no se
puede pagar el calor para combatir el invierno. Yo, la verdad, eché de menos un
recuerdo para estos hogares -sí lo tuvo, por cierto, el Rey en su mensaje
navideño-en la despedida de curso de Mariano Rajoy. Ya sé que con ello no va a
solucionar los problemas de al menos seis millones de españoles; pero sí pienso
que hablar de un problema implica, al menos, tenerlo en mente, lo cual ya es un
primer paso para caminar hacia una solución. Y ya digo: hay silencios que a
veces me tientan a olvidar mi natural optimismo. Demasiados silencios,
contrapuestos a demasiadas palabras vanas, nos acompañan en este tránsito hacia
el umbral de 2014
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