Germán Gorraiz López | Lunes 09 de diciembre de 2013
Fuera,esperaba
la ingravidez...
Una
vida enterrada entre sábanas recelaba de iniciar la aventura de vivir. Su
cuerpo recordaba bien otros amaneceres en soledad.
Últimamente
sus días acababan al mediodía; el tiempo de colgarse de un cigarrillo y fumarse
toda la niebla de unas pocas horas en que podría deslizar su fantasma por entre
las cosas.
No
recordaba de seguro su edad; el espejo le traicionaba y sólo le reflejaba la
mitad que nunca sospechó ser. Sin embargo, la nieve que cubría sus sienes le
recordaba su estancia ya antigua entre los hombres y que pronto daría por
terminada.
Todas
sus vivencias nacían de los sueños; incluso había días enteros en que la estela
de su recuerdo no lograba desertar de sus neuronas. Nada de especial en su cara ni en sus gestos,
sólo un ser apartado por la vida y encumbrado después en gustosa aceptación
hasta su total olvido.
Decidió
no afeitarse la cara: los seres que poblaban su mundo solamente le exigirían
que les mostrara el verde su alma. Desayunó mecánicamente, tanteó el estado de
su ilusión y ya totalmente decidido, inició la huida por la puerta trasera de
la vida, la que conduce al silencio del corazón.
Sus
primeros pasos en la escarcha deshojaron la armonía del arco-iris concentrado
en la hierba: la mañana se rompería después en mil luces.
Sabía
que todo eran espejismos preparados para cegar sus pupilas y que todo el
trayecto estaría lleno de alucinaciones de nubes en charcos nunca creados para
impedirle el ascenso del mediodía e ignoró el saludo de mudas manos que entre
ramas intentaron cercarle: no necesitaba aliento para saberse solo.
Pronto
una nube taparía su horizonte y le rememoraría su inútil obsesión de atrapar
nieblas entre los dedos : otro día más sin hojas que crecieran en sus manos.
Nada importaba; nadie le detendría en su invisible trepar por escalas de
silencio hasta las más altas horas del mediodía.
Supo
que hoy llovería: la certeza le venía del halo que robó la tarde anterior en un
descuido del sol, mas no le preocupaba en exceso no tener paraguas en las manos
pues siempre le quedaba el recurso de hundirse en las aguas del río.
Sería
un día de claros y sombras para sus ojos; una lucha desigual de sus retinas
para captar todos los espíritus que brotaban por doquier de las huellas de la
noche.
Sin
duda tal esfuerzo le desgastaba sobremanera y le impediría conocer el final de
su viaje como más tarde veremos, mas todavía se sabía fuerte y los latidos le
empujaban hacia su destino.
Procuró
no pisar las huellas de otras vidas ajenas a la suya; cada paso debía ser
invisible en las arrugas de su secreto camino. Nadie venía tras él, sólo estaba
consigo mismo y cada movimiento innecesario le recordaba los tumbos que diera
en el pasado.
En un
momento dado, las botas y sus pies dejaron de ser sincrónicos en el caminar y
presintió que algo dentro de él había quedado atrás , dormido entre las mudas
paredes que vigilaron los sueños de su infancia. Era -ahora lo podía ver con
claridad-, un niño que nunca despertó a la vida y que siguió soñando rostros de
estrellas inexistentes.
Más
adelante tropezó con sus pies y estuvo a punto de caer, no pudiendo impedir que
se le desprendiera una capa de piel, la más gastada por el viento y que además
llevara cicatrizada en sangre los estigmas de su amarga juventud. ¡Ya no podía mirar atrás; ya no habría más auroras
de rosicler ni tardes en arrebol: sólo el mediodía le esperaba!
Saberlo
le alivió de la sensación de orfandad que oprimió su pecho y le impidió
caminar; detuvo su marcha y descubrió al palparse un hueco en el corazón nunca
antes intuido y que debió rellenar apresuradamente con flores marchitas y nubes
desganadas que recogió de un charco.
Se notó
un poco más ligero de alma al saberse solo en la mañana, libre ya de recuerdos
y huido de esperanzas, mas el viaje ya no sería lo que pensó en un principio:
mucho de su primitivo ser no conseguiría llegar hasta el nuevo yo que le
esperaba.
Su
marcha se tornó vuelo por minutos oscilante en la inseguridad de su nuevo ser
que le instaba a desamarrarse de sus lugares tan queridos, ya raíces en su
pecho, pero sintió el sobresalto de un rayo de sol fugado que le indicó el
camino por donde treparía más tarde, cuando todo él estuviera disuelto en
cenizas.
No
obstante las emociones se fueran amontonando en su cerebro,había ya intuido que
su despedida de los hombres no sería tal y como se soñó ser algo se lo impedía:
una conciencia exacerbada le alejaba por momentos de lo inalcanzable para un
ser humano....
¡Fue en
ese momento...!Hasta él llegaron las notas de una música que volaba desnuda en
una brisa no definitiva. ¡Esa era la voz.....! ¡La que tantas veces lograra
descifrar en las noches de invierno, confiadas en su oscuridad!.
Imperceptiblemente iba ganado notas a la altura.
La
presión de los cielos sería pronto asfixiante y el resplandor conocido estaba
cegando la miope mirada que únicamente podían esbozar sus ojos mas le irritaba
enormemente su conciencia vigilante: el cerebro se resistiría a aceptar el
choque inevitable con el azul deseado.
¡Tenía que disolverse pronto en el viento
escondido tras los montes nevados!.Por momentos , todo fueron certezas de su
hundimiento irremediable en la dimensión de la que intentaba huir.
¡Su
destino estaba suspendido en las horas! El atavismo de su herencia le impelía a
hundir sus amputadas raíces en suelos ya hollados de los que nunca podría
brotar ya verde.
Necesitó
de mucho valor para sustraerse a la ayuda de los últimos montes conocidos y
aprovechando el choque de dos estratos todavía semidormidos, impactó con fuerza
en su popa, quedando desgajado de su existencia corporal.Todo atisbo de
conciencia humana le fue negada a partir de esa hora...
Por minutos desaparecía de su alma el vértigo
del azul: tan sólo le restaba ya deshojarse rápidamente y con los primeros
brotes de la lluvia desatada, deshacerse en cenizas.
Culminada
la operación y como vestigio, sólo jirones del alma desvestida quedarían entre
nubes bajas y lentamente fueron las horas llevando un espacio de la nada hacia
el retorno.
Luego,
toda la hora se inundó de lluvia con los primeros bostezos de un viento
desvelado, hundiendo en tierra postreras cenizas que disolviera el espíritu.
¡Al fin emergía como lirio en sombra su alma ya verde, definitivamente voz sin
nombre prendada del azul..!.
Todo era silencio el mediodía...
GERMÁN
GORRAIZ LÓPEZ-Analista
TEMAS RELACIONADOS: