Editorial | Viernes 06 de diciembre de 2013
Algunos hombres importantes dejan, al marcharse, un vacío,
una incógnita. Los hombres verdaderamente importantes no dejan interrogantes,
sino certezas, tras de sí: han contribuido a solucionar problemas, no a
crearlos. Han dejado el mundo un poco mejor, o bastante mejor, de lo que lo
encontraron al llegar a él. Nelson Mandela era uno de estos. ¿Qué hay después
de Mandela? Simplemente, la certidumbre de que las cosas son mejores que cuando
él nació, mejores que cuando fue encarcelado por defender las libertades y la
igualdad de razas.
No vamos a decir que
Sudáfrica, y menos aún Africa, han dejado de constituir una angustia para la
humanidad más consciente. Pero, sin duda, tras el paso de este hombre, la
Tierra es un lugar algo más habitable. 'Madiba' había dejado de ser un humano
más, para convertirse en un mito en vida, privilegio que, recordaba Gandhi,
cabe a contadísimas personas. Era el penúltimo mito del siglo XX. Le sobreviven
muy pocos, cada uno en su ámbito: Fidel Castro, Isabel de Inglaterra y, en otro
plano y con otra edad, nuestro rey Juan Carlos.
Quizá lo importante
sea ahora reconsiderar el legado de Mandela. El hombre del pacto, de la
reconciliación, del perdón. Pero que, al tiempo, no se apeaba de sus convicciones
e ideales, y bien caro que pagó por ello. Si el precio es mi muerte, no me
importa pagarlo si a cambio sé que defiendo la libertad, dejó dicho. Alguien
deberá, ahora, acuñar las frases que son su mejor testamento y todos los demás
deberíamos comenzar a memorizarlas, como una guía espiritual para transitar por
la vida.
Aquí ofrecemos al
lector algunas de sus frases, las que le sirvieron de breviario para continuar,
algunas de las que resumen su ideario.
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