Federico Vázquez | Jueves 05 de diciembre de 2013
Más allá del aspecto "globalizado" que a esta altura tiene
cualquier movilización ciudadana en casi cualquier parte del mundo, lo
interesante es aproximarse a las razones particulares de esta aparente nueva
"revolución naranja".
Las grandes protestas de los últimos días pusieron a Ucrania
en la agenda internacional. Ucrania está lejos, y la imagen más cercana que se
nos puede representar es el cliché de los países de la Europa oriental: un
pueblo rubio, un país de formas duras con escudos de águilas y nombres con
muchas k y ch.
La información que circula en los medios no supera mucho ese
prejuicio elemental: esas protestas son rápidamente entendidas como
"democráticas", frente a un orden político draconiano, nostálgicamente estalinista.
La cosa es más compleja.
Comenzamos por lo evidente: Ucrania es una sociedad
postsoviética, con un importante sector de clases medias que tienen una empatía
en términos culturales y políticos con Occidente. Estos sectores sueñan con que
su país ingrese a la Unión Europea. Sin embargo, otro importante sector social
-más vinculado a los trabajadores industriales y al ámbito rural- guarda una
cercanía mayor con Rusia. La convulsionada política interna pasó en los últimos
años por gobiernos de distinto signo político, el actual tiene una inclinación
por la alianza con los rusos.
Las manifestaciones de Kiev muestran que las lamentadas
"grietas" suelen estar presentes en cualquier sociedad que tenga mínimas reglas
democráticas. En el caso ucraniano, esa grieta separa a quienes quieren que su
país se abra decididamente a Occidente, frente a quienes se inclinan por la
histórica vinculación con Rusia. No se trata sólo de vínculos del pasado: Rusia
es el principal socio comercial de Ucrania. Además, una geografía política
acompaña esa elección. Los ucranianos del este votan al Partido de las
Regiones, que conjuga un discurso social con un alineamiento con Rusia;
mientras que los del oeste se inclinan por líderes y partidos liberales, mucho
más proclives a tejer alianzas con los países europeos.
Resulta comprensible entonces que el estallido de la
movilización callejera, con epicentro en la capital del país, se produjera
cuando el gobierno de Viktor Yanucovich decidió no firmar el acta de Asociación
con la Unión Europea
Ahora bien, más allá del conflicto interno, ¿cuál es la
importancia de la disputa? Ucrania es por lejos el país más importante en
términos económicos y demográficos de la Asociación Oriental, que nuclea a seis
ex repúblicas soviéticas (Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia y
Moldavia). Esta constelación de países son el antiguo "patio trasero" soviético
tanto como el actual espacio de conquista de la Unión Europea, que busca
desesperadamente nuevos mercados para aliviar su crisis.
Este avance hacia el este por parte de Europa no es algo
nuevo: la primera oleada comenzó en el 2004, cuando diez países que habían
pertenecido a la órbita soviética fueron sumados a la UE. Ucrania es el último
gran eslabón de ese proceso, y de lograrlo, Europa llegaría a las mismas
puertas de Rusia, demarcando un límite geopolítico tal vez definitivo.
Pero el mundo es dinámico, por suerte. Después de largos
años de hacer el duelo por el imperio perdido, Rusia comenzó a dar pasos en la
reconstrucción de su fortaleza regional. Con su economía relativamente saneada
y un renovado protagonismo del Estado en las decisiones económicas, a partir
del gobierno de Vladimir Putin, Rusia inició un camino de reconstrucción de su
influencia sobre sus ex satélites del Este de Europa. La notable recuperación
de protagonismo internacional por parte de Rusia, se vio fortalecida, además,
por sus resonantes éxitos en Siria e Irán.
Todo esto tiene una doble conexión con Ucrania. El más
evidente es que Rusia tiene mayores credenciales que en el pasado para ser un
jugador de peso en todo su vecindario, y por ende en la propia crisis política
interna ucraniana. Y en un segundo plano, la resolución pacífica de los
conflictos en Medio Oriente deslegitima las razones de "seguridad" que están detrás
de la ampliación de la Unión Europea hacia el este. De hecho, ni bien se selló
el acuerdo en Siria e Irán, el gobierno de Putin salió a reclamar el fin del
proyecto de un escudo antimisiles en Europa que lleva adelante la OTAN (es
decir, la Unión Europea + EEUU). El "escudo" tenía como pretexto el polvorín de
Medio Oriente, pero la ubicación concreta de sus bases dibuja un cerco muy
evidente sobre Rusia: Polonia, Rumania y Turquía.
Volviendo a las calles de Kiev, podemos pensar que este
panorama geopolítico complejo deja a la sociedad ucraniana en un lugar de actor
de reparto. Las convulsiones políticas internas desmienten esa conclusión
apresurada: las protestas, de tener éxito, pueden terminar de definir
localmente lo que a nivel internacional parece congelado en un "empate" entre
las potencias.
Este país oscilante, que no termina de definir una
estrategia de inserción global, ejemplifica los dilemas que suelen atravesar
las sociedades periféricas. A pesar de la infinita lejanía que nos separa, no resulta
una historia desconocida en América Latina. Como nota optimista, habría que
anotar que este mundo menos macrocefálico permite, al menos, pensar un
escenario de disputas y opciones por donde intentar colar los intereses
propios.
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