Manuel Suárez Suárez | Martes 26 de noviembre de 2013
Muy querida nieta Cristina:
Ahora
que vas agarrando el ritmo normal de laburo, me vas a permitir que te acerque
alguna que otra sugerencia de los abuelos emigrados. Queremos que seas vos,
nieta de la montaña fonsagradina, la que ponga en valor el generoso esfuerzo de
nuestra vieja nación en las orillas rioplatenses. La inmensa mayoría de los
embarcados con rumbo sur fuimos pensando en volver en pocos años con unos
mangos en el bolsillo. La idea era juntar para comprar un prado y un cacho de
monte en el que morir junto al roble que nos vio nacer. Es así porque somos
parte de nuestros bosques y herederos de los neolíticos arquitectos que
construyeron las tumbas más antiguas de Europa.
Lo que
te quiero decir, Cristina, es que no nacimos ayer. Al desembarcar en Buenos Aires no veníamos en pelotas como
creen algunos desinformados. Con nosotros bajó del barco el rico legado de la
prehistórica cultura de los constructores de dólmenes, en gallego se denominan antas, arcas, covas,
fornelas o minas. Unos 3500 años antes de que naciese en Belén un tal Jesús,
fuimos pioneros en toda la zona noroeste peninsular al poner en marcha el
programa PRO.CRE.AR. para que a ninguna familia le faltase su tumba en piedra.
No te rías, es más o menos como ahora pero antes se enfocaba a la vida en el
más allá. La gran ventaja de aquellos tiempos era el contar con terreno gratis
y no tener que pagar impuestos.
La
anterior introducción es para ponerte en antecedentes sobre nuestro nuevo compañero,
Emilio, en la agrupación electoral "Cristina na Fonsagrada". Así suelto, el
nombre no te dice nada pero si agrego que Emilio era el dueño del bar de la
esquina de Honduras y Bonpland en Palermo; entonces ya sabés de quien hablo.
Hace poquito que llegó pero como es flor de canchero enseguida se integró en el
grupo de abuelos agradecidos a la República Argentina. El bar de Emilio
---nacido en Ribadeo--- nunca tuvo nombre. No lo necesitaba. Los clientes
decían que iban al "bar del gayego" pero ningún letrero interior o exterior lo
identificaba como tal. ¿Te das cuenta que el nombre es lo de menos?
Bueno,
voy a concretar un poco, no sea que pienses que me perdí en medio de los
choclos. El amigo Emilio demostró que lo realmente importante en un boliche es
la calidad humana del bolichero. Cuando el que está detrás del mostrador es una
persona honrada, se crea un vínculo de afinidad y fidelidad hacia el comercio
que regenta. Más aún si nos referimos a un espacio emocional en el que nos
alimentamos, bebemos, enamoramos o hacemos la revolución en una servilleta. Es
cierto que no todos los "gayegos" son filósofos como el compañero Emilio pero
sin duda la alternativa de ir a una anodina cafetería sin alma es mil veces
peor. Ningún aséptico establecimiento céntrico puede suplir la riqueza
espiritual de ver a Emilio compartiendo contigo la alegría del golazo que metió
Boca, Independiente o River.
Me vas
a decir que vos preferís los lugares con identidad, como el bar de nuestro
compañero, pero a una gran mayoría de personas les tiene sin cuidado. Viven
corriendo ---al pedo, casi siempre--- sin pararse a disfrutar de un diálogo que
es algo muy sano y útil para afianzar la democracia. Te voy a contar la
historia que hizo de Emilio un meritorio "number one". Un acaudalado empresario
le ofreció un millón de dólares por el bar.
Una cantidad bastante superior al valor real de la propiedad. La
respuesta fue siempre "no" a pesar de insistir varias veces con la oferta. Te
podés imaginar la cantidad de comentarios que generó. Para unos era un gil por
no vender y para otros; hacía bien, su salud espiritual no tenía precio.
Te
quiero explicar que la decisión de Emilio no fue al azar. Nunca barajó la
posibilidad de vender. Su gran triunfo es la derrota de las tesis monetaristas
de que la "guita manda". A un noble agricultor trasplantado que encontró el
surco porteño para echar raíces, no le hablés de dólares. Unos billetes más no
lo ayudan a sentirse realizado ya que su morriña no tiene precio. Al llegar acá
arriba lo primero que nos contó fue que mantiene en el paladar el sabor único
del invernal caldo de castañas con el que su madre le calentaba el cuerpo en su
aldea natal de Lourido en la parroquia de Santalla de Vilausende. Los gallegos
emigrantes sementamos estabilidad y no levantamos el campamento cada vez que
anuncian tormenta.
Bien,
me despido no sin antes sugerirte la oficialización de un acto anual de
homenaje a los inmigrantes en la Argentina. Los abuelos proponemos la creación
de una distinción personal [Inmigrante de Honra o de Mérito] que otorgue el
Ministerio de Trabajo a mujeres y a hombres venidos del exterior o a los
descendientes que hayan luchado y sudado en beneficio del enaltecimiento de la
patria argentina. Al decir "Inmigrante" incluímos a los abuelos que se fueron y
a los nietos que quedan. Creemos sinceramente que no existe mayor honor para un
heredero que participar en un homenaje a la sangre que corre por sus venas. En
Trabajo, por cierto, tenés a la "gayega" Noemí Rial que está muy sensibilizada
con el tema al vivirlo diariamente en su ámbito familiar.
Recibí
el abrazo cariñoso ---unha aperta garimosa--- del abuelo que no te olvida. Te
ruego sigas apoyando al Centro Gallego de Buenos Aires.
Pascasio
Fernández Gómez
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