Fernando Jáuregui | Martes 19 de noviembre de 2013
Acabo de regresar de París, donde este fin de semana se
publicaban sondeos según los cuales el presidente François Hollande está en su
cota más baja de popularidad: solamente un 20 por ciento de los franceses
encuestados confía en su jefe del Estado. Ni Pompidou, ni Mitterrand, ni
Chirac, ni siquiera el inquietante Sarkozy -a De Gaulle ni le hacían encuestas,
creo-- cayeron nunca tan bajo. La opinión pública gala está escandalizada ante
la pérdida de popularidad, en menos de dos años, de un presidente que fue
elegido casi por mayoría absoluta, arrasando a sus contrincantes. Algún
periódico, como el conservador Le Figaro, sugiere que debe acortarse la
Legislatura, porque los electores ya no respaldan a su máximo representante
político.
La verdad, no entiendo tanta escandalera. Conozco otros
países, incluso alguno vecino de Francia, cuyo presidente del Gobierno alcanza,
sondeo tras sondeo, cotas de desconfianza entre la ciudadanía de hasta un 85 por
ciento. Claro que el líder de la oposición le supera, dado que quienes dicen
confiar poco o nada en él ascienden a nada menos que un 93 por ciento. Y eso,
para no hablar de los índices de impopularidad que cosechan ministros, líderes
de otros grupos parlamentarios, instituciones...
Ya digo: lo que pasa es que estos franceses, que se
inquietan ante los datos caseros, se quejan por nada...
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