Federico Vázquez | Martes 19 de noviembre de 2013
El mensaje de la Presidenta, luego del mes de recuperación
por un problema de salud, marca una vuelta renovada, con el mismo compromiso de
siempre del kirchnerismo: marcar la agenda política y social con cambios y
gestión.
Hasta ayer nomás la oposición política y mediática estaba
enojada con el presidente de la Corte Suprema, porque creían que el fallo a
favor de la Ley de Medios les había arrebatado unos cuantos días de algarabía
pos electoral. El ministro Lorenzetti ya puede dormir tranquilo: el retorno de
Cristina Kirchner al trabajo y los posteriores anuncios de cambios en el
gabinete volvieron las cosas a su lugar. Una vez más el gobierno demuestra una
destacada capacidad para recuperar la iniciativa política y hacer girar la
agenda pública en torno a sus decisiones.
El retorno a las tareas de gestión por parte de la
Presidenta tuvo una factura de videoclip. En lugar de un escenario protocolar,
con un Jefe de Estado frente a un atril y un grupo de funcionarios, eligió una
pose descontracturada. A pesar de que siempre el destinatario es múltiple,
prevaleció el mensaje a la población: el descanso impuesto por la fatiga del
cuerpo volvió en el mismo registro personal, casi de entrecasa. Cristina
Fernández narró con palabras y gestos el inicio de la segunda etapa del
gobierno, que inevitablemente tendrá un color distinto al bienio que comenzó en
el 2011.
La pompa protocolar fue descartada, las alusiones a la
política pura y dura fueron en elipsis. En ese sentido estuvo la renovada
elección del PRO como contrafigura política e ideológica (cuando resaltó la
carta del joven militante macrista agredido por los caceroleros en las
escalinatas del Congreso), en un tono amistoso, de "adversarios" en lugar de
"enemigos", como gustan diferenciar las plateas opositoras. Lo mismo puede
decirse sobre la mención al regalo de un militante kirchnerista que según la
propia Presidenta nació en 1993. El futuro de la política, a pesar de la
estigmatización mediática, siguen siendo los jóvenes, pareció querer subrayar
la mandataria.
Pero cuando desde las redes sociales todo se aprestaba para
un largo debate sobre la raza del canino venezolano que mostró Cristina desde
la plataforma de Youtube, los cambios en el gabinete nacional volvieron a
ubicar el debate en la arena de la política pura y dura. Si bien hasta el
momento se registran cuatro cambios de envergadura (Economía, Jefe de Gabinete
de Ministros, Agricultura y Banco Central), las luces de neón apuntan sobre las
designaciones de Jorge Capitanich y Axel Kiciloff.
La llegada del chaqueño al cargo que hasta ahora ocupaba
Abal Medina, puede entenderse como una sorpresa moderada. Como se resaltó desde
un comienzo, Capitanich vuelve a un puesto que ya había ocupado en el caliente
2002, cuando Eduardo Duhalde fue nombrado presidente interino. No se debería
exagerar el paralelismo: las épocas no podrían ser más distintas, como tampoco
las motivaciones para la designación. Con las cartas de interpretación que se
tienen al día de hoy (pocas), habría que concluir que la premisa más sólida
apunta a que la Jefatura de Gabinete tendrá desde ahora una exposición pública
mayor, preparando el terreno para una disputa que una reciente foto en el
partido de Tigre deja al descubierto: la pelea por el peronismo será una clave
de los 24 meses que median hasta la próxima elección presidencial. Las
elucubraciones sobre la instalación de un candidato que herede el proyecto son
más arriesgadas, y todo parece indicar que mucha agua deberá correr aún bajo
los puentes de dos años "interesantes", según la definición oriental de la
palabra.
El nombramiento de Axel Kicillof al frente de Economía
aparenta tener lecturas menos enigmáticas. Mucho se habló en los últimos meses
de una conducción demasiado colegiada de las arcas nacionales. Lo central no ha
cambiado: nadie puede imaginar un gobierno kirchnerista donde las decisiones
más relevantes escapen a la órbita del sillón presidencial. Y sin embargo, la
designación del que era hasta hoy un "primus inter pares" al frente del ministerio
más sensible para la suerte del gobierno, parece transparentar una escala de
confianza previa. Kilicolff había incentivado con entusiasmo decisiones nodales
de los últimos tiempos: la recuperación de YPF y el programa PRO.CRE.AR lo
tuvieron como actor de primera línea, por nombrar las más impactantes. En la
suerte que tengan esos emprendimientos se juegan buena parte de las chances de
continuidad del proyecto kirchnerista. Más disputada, como suele ocurrir con
las jugadas menos favorables, es la paternidad de las restricciones para
comprar dólares y la restricción externa de divisas. Y no casualmente, es ahí
donde aparecen signos de algunas modificaciones al modelo económico. Como sea,
la llegada Kicillof pondrá las barbas en remojo de los que plantearon como
sentencia final el abandono de la estrategia de "trasvasamiento" generacional.
El kirchnerismo lo hizo de nuevo. A menos de un mes de la
elección legislativa, el gobierno muestra iniciativa vuelve ocupar el centro de
la agenda política. Agrade o disguste el rumbo elegido, el retorno presidencial
deja muy atrás las pobres elucubraciones sobre las capacidades físicas y
políticas de la mandataria y, en cambio, vislumbra una lectura atenta sobre el
voto ciudadano de octubre. La política argentina, en general denostada por un
sentido común todavía arraigado, suele ser analizada como un juego de sordos,
que sólo espera un ordenamiento civilizado. Puede ensayarse una imagen
contraria: la política tiene un ritmo vertiginoso, auspiciado por una sociedad
demandante, con sus principales conflictos expuestos a la luz pública, y con
actores políticos ansiosos por representarla. Nada mal cuando se están por
cumplir 30 años de democracia.
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