José Méndez La Fuente | Lunes 18 de noviembre de 2013
La tesis de que
el venezolano de hoy no es el mismo de ayer, y que el verdadero
venezolano está desaparecido, debido a
un supuesto cambio en su
comportamiento social, en su escala de valores y en su actitud ante la
vida, ha cogido fuerza como consecuencia de un posible efecto ideológico achacado al chavismo. Tal interpretación de la realidad de nuestro país
ha encontrado eco en sectores de nuestra población preocupados por el estado
de cosas que caracterizan a la Venezuela actual.
Quienes así
piensan creen, en general, que al haberse mutado el alma del venezolano aquel, que conocimos en la mal llamada cuarta república, en la del
venezolano del presente, el país también se transformó en otro distinto, peor en todo caso al anterior.
Pero también hay quienes están convencidos de lo contrario y de que el
venezolano verdadero no era el de antes,
sino el de ahora mismo, y que estos tres lustros de chavismo sirvieron para
quitarle el barniz que cubría su auténtico yo; eso que en términos marxistas se
conoce como conciencia de clase y que se adquiere al desaparecer el velo ideológico
que te impide apreciar la realidad, esa
misma que te rodea y te afecta. Ese
venezolano que estaba así escondido o más bien agazapado, guardando su
resentimiento y rabia social para más tarde, fue el que esperaba un mesías, un
elegido, y por eso cuando apareció Chávez se destapó y mostró como realmente
era.
Los
acontecimientos de este noviembre negro, como ya lo califican algunos, que muestran
colas infinitas de gente,
llevándose todo tipo de artefactos
eléctricos, o de tiendas de campaña o personas durmiendo en la calle, en las
afueras de los grandes almacenes, a la espera de las rebajas y gangas
decretadas por el gobierno en varios
rubros comerciales, no marcan, si los analizamos bien, notables diferencias con el pasado, en lo
esencial.
En la Venezuela
de antes, la de los hombres y mujeres que votaban por los adecos y por los
copeyanos, esa misma de los contrastes entre el rancho y la quinta con
parabólica, o mejor aún, la del rancho
con parabólica, también gustaban los televisores grandes y los aparatos de
sonido con las cornetas gigantes. Puede cambiar la tecnología, pero no por ello
se reprimen las necesidades, ni las
condiciones materiales que contribuyen a hacer, que el ser humano sea un poco
más feliz. Pienso que en esas colas kilométricas, en esas imágenes que le han dado la vuelta al mundo, donde aparecen
personas cargando uno o más
artefactos eléctricos, aflora el
verdadero venezolano, el de ayer y el de hoy. El que quiere tener
los bienes materiales que la vida
moderna, consecuencia del desarrollo de la humanidad y del progreso alcanzado por el hombre, le pone a su
disposición para su disfrute y el de su familia, para su confort personal y el
de los suyos. Podemos sustituir los tubos y los bulbos por el plasma, pero al
final veremos al mismo venezolano tratando de comprar un poco de felicidad.
Después de todo
este tiempo, transcurridos quince años de chavismo y socialismo, el nuevo
hombre revolucionario parece que aún no está incubado y que el venezolano del
siglo veintiuno aún necesita un televisor para sentirse igual o tan libre como
el venezolano de hace treinta o cuarenta
años atrás, hasta el punto de que tener un aparato de TV con tecnología de
punta, se ha convertido en un derecho individual dentro del actual gobierno socialista
que preside el señor Maduro. Aunque el verdadero venezolano, el venezolano de
siempre, lo encontramos en la calle todos los días, trabajando y luchando por sobrevivir.
xlmlf1@gmail.com
TEMAS RELACIONADOS: