Federico Vázquez | Miércoles 09 de octubre de 2013
Una vez finalizadas las elecciones de octubre, el debate
político estará centrado en el 2015. Más allá de los resultados electorales,
las cuestiones reales de la economía y la gestión serán centrales para ir
definiendo un escenario que, todavía, se muestra incierto.
En tres semanas la discusión política comenzará a girar en
torno al 2015. No solo por el tema de las candidaturas: también tomará volumen
el debate sobre el proyecto de país, algo que durante esta campaña estuvo en
sordina. La naturaleza de una elección de medio término explica un poco esa
neblina. Cualquier elección es un punto nodal para fijar un nuevo mapa del
poder que, indefectiblemente, mirará siempre hacia Balcarce 50. Sin embargo, la
acción concreta de los votantes, no parece haber obrado así. El ejemplo
capitalino puede ayudar a comprender el punto.
Si las PASO y las encuestas aciertan, en pocos días, Lilita
Carrió habrá resucitado nuevamente de las cenizas del 1,8% que cosechó hace dos
años. Una parte considerable de los votantes porteños parece convencida de
otorgarle un respaldo resonante a la misma persona que había echado al último
lugar en el 2011. Ese dato, aparentemente esquizofrénico, guarda un lógica
elemental: una cosa es elegir un diputado, otra un presidente. También sirve
para matizar las conclusiones sobre otros distritos, donde oficialismo y
oposición tienen otros colores.
Amén de estas divergencias sobre el sentido de la elección
para votantes y votados, de cara a los próximos dos años, la palabra gestión
promete desplazar del centro de la escena a la del bienio que termina: relato.
Un apunte no menor: la discusión sobre el relato de los años kirchneristas no
fue un monólogo oficial, por el contrario fue un juego donde todos dejaron sus
huellas. Es más, después del triunfo del 2011, en el marco de una economía
sólida, los mayores representantes opositores, ya se traten de políticos como
formadores de opinión, tuvieron en la crítica al "relato" oficial su pan de
cada día. Un escape para no tener que discutir sobre materialidades poco convenientes.
Es decir: resulta más sencillo cuestionar las cifras de Indec que exponer cómo
se bajaría la inflación sin tocar el crecimiento y el empleo. Es más fácil
criticar a los panelistas de 678 que argumentar en favor de que no se aplique
la ley de Medios. Es más cómodo hablar todos los días del gobierno "hegemónico"
que discutir las tensiones reales de un país que quiere desarrollarse, aun
teniendo en contra a su propia clase dominante. Si el equívoco en el lado
opositor tiene sus intereses bien visibles, desde el oficialismo no hay razones
para poner allí el acento más de la cuenta. Lo dijo a las claras la propia
Presidenta en el reportaje con Hernán Brienza, cuando afirmó que "mi gran arma
política no es la argumentación, son los hechos".
Y es probable, pese a quien le pese, que el debate en los
próximos meses comience a girar de manera más clara sobre las cuestiones reales
de la economía y la gestión. El propio Massa, ganador de las PASO en la
provincia de Buenos Aires, y por estos días en una campaña tranquila donde sólo
tiene que esperar repetir lo que ya sacó en agosto, parece advertir que ganar
una banca de diputado no le asegura protagonismo para el escenario que se
viene. Ya anunció que, una vez terminada la elección, se abocará a presidir una
"agencia" de gestión desde la cual va a proponer proyectos basados en
inversiones privadas, para los distritos donde tiene aliados. Nada más lejos
que la banca de diputado para la que será elegido.
Esta estrategia massista muestra una clara diferencia con la
fracasada experiencia opositora de 2009, que vio en el Congreso y el grupo A
una forma "republicana" de tomar el poder. Ahora bien, existe otra idea
instalada. Desde el 2011, el kirchnerismo se habría perdido en su propio
laberinto discursivo, en su "relato", olvidando la profundización concreta de
su proyecto.
Este planteo contrasta los años 2009-2011 (AUH, crecimiento
económico, explosión del consumo, etc) con los más "estáticos" 2011-2013. Sin
embargo, un pantallazo sobre algunas políticas medulares permite plantear otra
cosa. En estos dos años el gobierno nacional asumió algunas tareas
estructurales que, por su misma naturaleza, no tienen un impacto inmediato,
pero son al mismo tiempo las que pueden abrir un nuevo ciclo de crecimiento
sostenido.
Petróleo, pesificación y Pro.cre.ar. Las tres "p", con sus
particularidades, comparten lo fundamental: son políticas nuevas, que el
kirchnerismo no había recorrido en años anteriores. Estas hijas del 2011 son
todavía ensayos incipientes, primeros pasos, pero que guardan la potencialidad
de ser las semillas para un proceso de acumulación económica de más largo
plazo.
La expropiación de las acciones de Repsol-YPF en abril de
2012, evidenció que la política de comprar en el exterior la energía que no se
producía en el país estaba agotada.
Cuando la oposición señala que fue el propio kirchnerismo el
que produjo la actual escasez de energía, algo de razón tiene. Sin el
crecimiento sostenido de la economía durante tantos años, el modelo de negocios
privados para el petróleo argentino hubiera seguido siendo posible. Lo que lo
volvió inviable, antes que un prurito ideológico o moral, fue la expansión
económica. Esta recuperación patrimonial es algo mucho más pesado que el
retorno de una bandera: del éxito de YPF dependerá cualquier ecuación
productiva que piense al país como algo más que una extensa pradera sojera. Por
el contrario, sin energía, no habrá desarrollo.
El otro cambio es el intento de una mayor pesificación de la
economía local. Al igual que en el caso del petróleo, la necesidad de
restringir el uso del dólar como forma de ahorro no partió de ninguna
indignación simbólica, sino de la necesidad de superar las recurrentes fugas de
divisas y corridas financieras. Una costumbre arraigada en la clase dominante argentina.
Después de que a fines de 2011 la fuga de divisas batió el
record de 2008, con más de 27.000 millones de dólares que salieron del país, el
gobierno aplicó mayores controles que terminaron, como se sabe, en la
eliminación del atesoramiento particular de la moneda (aunque se dice menos,
también se limitó el giro de dividendos al exterior para las empresas con casas
matrices fuera del país).
Así, la queja por no poder seguir con la forma de ahorro que
es tradicional de la clase media, tiene una traducción mucho más salvaje si
ascendemos en la escala social. La acumulación de dólares para ser sacados del
país constituye, tal vez, la herramienta más importante que todavía conservan
una pequeña elite para asegurarse poder de decisión sobre el rumbo del país.
Lo que está en el fondo de la cuestión no es una batalla por
cambiar hábitos de pequeños ahorristas, sino la supervivencia del manejo de la
macroeconomía por la política. Si el mandato de Cristina termina sin una sequía
de reservas en el Banco Central, esa conducción (sin dudas más democrática que
si las decisiones las tomarán en soledad los grupos económicos) será un poco
más sólida que lo que era cuatro años atrás.
La tercera política novedosa son los créditos para la
construcción de viviendas. Durante mucho tiempo, los intentos de crear crédito
a largo plazo chocaron con un sistema financiero que nunca apostó a prestar a
una tasa atractiva para el bolsillo de un trabajador común en relación de
dependencia. La razón se encuentra en el punto anterior: los bancos prefieren
otro tipo de negocios, con una rentabilidad más alta e inmediata. Dar créditos
para vivienda a 30 años no resulta compatible con la asentada estrategia de
fugar de divisas y generar crisis de reservas en el Banco Central.
Dos meses después de la expropiación de YPF, a mediados del
2012, el gobierno lanzó el plan Procrear, con una meta ambiciosa de llegar a
las 400.000 a fines de 2015. Según los datos oficiales, para este año se
estaría cumpliendo la meta prevista, con la adjudicación de créditos a 200.000
familias. Aunque más palpable como una política "simpática" desde su comienzo,
este plan de crédito tampoco es un shock de impacto inmediato, como pudo ser,
en su momento, la AUH. El goteo de los sorteos, la necesidad de una gestión
compleja (el plan tiene que articular una función bancaria, pero al mismo
tiempo encontrar terrenos donde desarrollar emprendimientos, verificar que los
fondos vayan a las obras, controlar que no se disparen los precios de la
construcción, etc), muestra un proceso necesariamente lento, que con el correr
del tiempo multiplicará su impacto social y económico.
A diferencia de lo que suele decirse, la actual gestión
kirchnerista no se limitó a mantener la inercia del crecimiento que logró en
2010 y 2011. Ensayó nuevas políticas para encrucijadas que también son nuevas.
La apuesta del gobierno es que estas "semillas" sembradas durante los dos
primeros años (junto a otros desafíos de gestión, como necesidad imperiosa de
reconstruir el sistema ferroviario), se transformen en los "hechos" con los
cuales los ciudadanos encaren la discusión política para 2015. Más allá de los
brillos de algunos liderazgos de este 2013, todavía es un misterio qué
propuesta tendrá enfrente.
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