Ricardo Lafferriere | Lunes 09 de septiembre de 2013
Kirchnerismo, populismo,
peronismo. ¿Cuál es la etiqueta cuyo fin se anuncia?
Como en todos los conceptos
políticos, la misma palabra puede tener varios significados. La de "ciclo" no
es una excepción, y no es lo mismo escucharla de un peronista tradicional, un kirchnerista,
un peronista "renovador" o un opositor no peronista.
¿Qué es lo que se termina? Por
lo pronto, pareciera que lo que está expresando sus últimos estertores es el
kirchnerismo, como fenómeno político que, aunque incluye el populismo entre sus
características, no lo agota.
Las características del
kirchnerismo, expresión grotesca del populismo banal, son más bien propias del
autoritarismo patrimonialista, asentadas en un relato rudimentario pero
intelectualmente seductor para gran parte del "establishment" político-cultural
argentino. Sus afirmaciones han confrontado con la realidad cada vez más
profundamente, por lo que han debido escudarse en la mentira -de las cifras
económicas, de la historia nacional, de los valores en los que se funda y de
los principios que levanta como su identidad-.
Este fenómeno, el kirchnerismo,
es el que, al carecer de posibilidades de continuidad en su liderazgo y al
tomar distancia del aparato político peronista sobre el que cabalgó desde sus
inicios, se acerca a su fin, es de esperar que en el marco de los plazos y la
legalidad institucional.
Diferente es el caso del
populismo. Su fin está ligado a los límites del conjunto de creencias en las
que se asienta. Ellas son un Estado elefantiásico e inútil para gestionar pero
de gran valor para ser utilizado en el patrimonialismo, la pretensión de una
economía nacional "autárquica", la ligereza en negar deudas y en confiscar
patrimonios ajenos para edificar poder con su reasignación discrecional, la
convicción de que el poder debe tener escasos límites a los que deba atenerse
así como los ciudadanos escasos derechos que deban respetarse y la marginación
internacional como consecuencia de la pretensión de la condición de "acreedor
eterno" del país con respecto al mundo, que, al contrario, lo ve como un
"deudor pertinaz".
Estas creencias trascienden al kirchnerismo.
Las rimbombantes decisiones "nacionalistas" -de las cuales la esperpéntica
expropiación de YPF ha sido tal vez la muestra extrema- han sido acompañadas
claramente por la mayoría del estado político-cultural del país, desde gran
parte de sus dirigencias políticas, empresariales y gremiales de todos los
colores hasta el ambiente predominante en el periodismo, la academia y la
población en general. Hasta Federico Pinedo votó una decisión tan abstrusa como
lo fue estatizar Aerolíneas Argentinas, que le ha costado al país desde 2008
hasta hoy, sin ningún beneficio que lo compense, más de cuatro mil millones de
dólares, a razón de más de dos millones de dólares por día.
También son ciertos los testimonios
contrarios, como los casos de la confiscación de ahorros previsionales, la
extensión de las facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo, la apropiación
de las reservas del BCRA o la propia pretensión de institucionalizar la
confiscación sobre los ingresos agropecuarios, que provocó la espontánea
rebelión rural acompañada políticamente por el radicalismo, el PRO, peronistas
disidentes y la Coalición Cívica, entonces liderada por Elisa Carrió. Este
último caso entraría en la historia grande con el pronunciamiento del entonces
vicepresidente, Julio Cobos, que votando en disidencia con el gobierno que
hasta entonces acompañaba, expresó un límite inherente a su formación
democrática-republicana de raíz radical y abrió una nueva etapa de
reconstrucción opositora.
Si lo miramos desde ese estado
cultural predominante, el populismo tiene aún vida. La rapidez con que el fin
de ciclo kirchnerista anuncia ser reemplazado por una alternativa afirmada en
sus mismos escalones dirigenciales y conducido por una cúpula que compartió los
trazos básicos de la gestión que se agota es un gran testimonio. La mayoría se
cansó del kirchnerismo, pero tiene aún expectativas en la prolongación de un
ciclo populista más tolerable en las formas.
Distinto es el interrogante
sobre la viabilidad económica de ese modelo. Financiado por rentas apropiadas,
es viable mientras existan esas rentas. Su origen puede ser diverso, aunque
tienen un común denominador: son riquezas generadas por personas o sectores a
los que se demoniza caprichosamente, al efecto de poder arrebatárselas. Es
posible mientras esas fuentes las sigan generando. Deja de serlo cuando se
agotan.
No obstante, sería arriesgado
afirmar que ya lo han hecho. Es posible imaginar la reaparición de la renta
minera y aún de la hidrocarburífera, montada en la irracional explotación de
los yacimientos de Shale. Cierto es que ambas van en la cuenta del deterioro
ambiental, pero al populismo eso no le interesará demasiado.
Sin embargo, los requerimientos de
inversión en ambos casos son incompatibles con el kirchnerismo por su
concepción discrecional del poder, que le resta credibilidad para atraer
inversores, pero no lo serían con un esquema más institucional. Lo mismo ocurre
con la tercera alternativa, la de un nuevo endeudamiento externo. Curiosidades
del destino: la institucionalidad recuperada podría hacer reaparecer rentas
extraordinarias que podrían financiar tanto una estrategia de crecimiento como
otra etapa populista. El peligro está a la vuelta de la esquina.
Históricamente las fuentes de
rentas han sido los recursos agropecuarios, los ahorros previsionales, las
reservas en divisas y el endeudamiento público. Lanzarse sobre ellos para
volcarlos alegremente al consumo oculta tras una niebla adictiva una realidad
económica que no tiene ideologías: no hay crecimiento genuino sin inversión.
Arrebatar discrecionalmente
ingresos marginando la ley y el funcionamiento virtuoso de las instituciones
constitucionales provoca dos consecuencias: que los damnificados traten de
defenderse ocultándolos (la economía "negra") o sacándolos del sistema (la
"fuga de divisas") y que la inversión se desestimule, haciendo imposible el
crecimiento de largo plazo. Las dos tienen en nuestro país una dolorosa
presencia y la seguirán teniendo mientras el populismo siga predominando en el
juego del poder.
El fin del kirchnerismo
coincide entonces con fuertes limitaciones del propio populismo, a las que se
ha agregado la incapacidad de gestión política en razón de su forma de
ejercicio del poder destemplada, agresiva e intolerante, lo que ha provocado un
vuelco de la opinión pública aparentemente irreversible.
Llegamos al tercer agregado. El
"fin de ciclo" ¿alcanza al peronismo? Da la impresión que está lejos de
alcanzarlo. Más bien -como se adelantó- el peronismo es el que más impulsará el
fin de ciclo kirchnerista, de cuya implosión intentará desmarcarse. Lo está
haciendo con la irrupción del "massismo", aunque ya había insinuado rebeldías
anteriores.
El peronismo expresa una matriz
político cultural cercana al populismo que, cuando gestiona eficazmente, recibe
el respaldo de ciudadanos independientes. La matriz político cultural rival, la
democrática-republicana, sigue fragmentada en impostaciones ideológicas que le
restan credibilidad y -consecuentemente- apoyo mayoritario. Sus conducciones no
han acertado a diseñar una propuesta coherente que conduzca a un crecimiento
acorde con el nuevo paradigma productivo global y un importante sector tiende,
además, a disputar al peronismo símbolos populistas en una tarea condenada al
fracaso: la coherencia intelectual, de la que son tributarios, tiene un hiato
irreparable entre el país moderno al que aspiran y el arcaísmo populista
predominante del que, sin embargo, temen alejarse quitando en consecuencia
coherencia a su relato y haciendo inviables sus propuestas.
El kirchnerismo ha agotado su
ciclo. No lo ha hecho aún el populismo, que como monstruo de mil cabezas puede
renacer de muchas formas. Y mucho menos el peronismo, cuya existencia, aunque
históricamente ligada al populismo, también lo supera. Refleja una de las
alternativas con que cuenta la sociedad para confiarle el poder.
La
otra, la democrática-republicana, mayoritaria en la base de la sociedad, que
supo vertebrarse en otros tiempos alrededor de la estructura radical, espera
aún que una dirigencia virtuosa logre su articulación política en una propuesta
amplia, plural, inclusiva, modernizadora, con vocación de gobierno y a la que
pueda confiarle la conducción del país para la superación definitiva del
populismo.
El
tiempo dirá si lo hace nuevamente alrededor del viejo partido, de una opción
nueva o si sencillamente no lo logra, dejando al peronismo, con su versatilidad
y capacidad de interpretar los cambios de épocas, la posibilidad de sucederse a
sí mismo.
Ricardo
Lafferriere
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