Enrique Szewach | Lunes 02 de septiembre de 2013
La Argentina ha llegado, nuevamente, al punto en que un
ajuste es inevitable.
La situación fiscal no admite demasiada inventiva impositiva
adicional, y los pesos que se imprimen desde el Banco Central para financiar el
gasto público que no se cubre con el récord de lo recaudado, se transforman en
más brecha, o realimentan la propia inflación.
Por su parte, el sector externo obliga a seguir entregando
reservas del Banco Central, para no reconocer el verdadero precio del dólar.
La rentabilidad de los sectores que se enfrentan con la
competencia internacional ya está en un punto en que no se generan nuevos
empleos ni expansión de la producción, salvo algunos receptores de
"regalos".
Esto no quiere decir que el ajuste se produzca mañana, ni
siquiera dentro de los próximos dos años. El "timing" de dicho ajuste
dependerá de muchos factores externos e internos que podrían acercar o alejar
el momento de la verdad.
Y aún dicha "verdad" producirse en cuotas y
ordenadamente, o en medio de un "shock" desordenado.
Pero "ajustar o no ajustar" ya no es el dilema
relevante. "Cómo y cuándo" es lo que ahora habrá que determinar.
Pero lo que deja la experiencia populista de esta década, es
nuestra tendencia a no poder superar los conflictos del crecimiento y la
distribución sin la droga de la inflación o el endeudamiento exagerado.
Me explico.
La Argentina recurrió, durante décadas, al uso de la
inflación como mecanismo para financiar un gasto público creciente,
desordenado, sin prioridades, y a la deriva de los grupos de presión y de los "buitres" internos.
Cada tanto, para "aliviar" la presión
inflacionaria, se recurría al endeudamiento, en el marco
de un pseudo ajuste, liderado por el FMI
y los organismos multilaterales de crédito.
Durante el populismo militar, y gracias a la liquidez global
generada por el reciclado de los petrodólares, la explosión devaluatoria
inflacionaria se postergó, hasta que el default de principios de los 80 cortó
el financiamiento externo.
Sin dicho financiamiento, en la década del 80, y sin
reformular las políticas, la inflación, como mecanismo de solución de
conflictos, resurgió más vigorosa que nunca, hasta la gran crisis
hiperinflacionaria del 89/90. No por casualidad, nuestro país ostenta el triste récord de haber tenido la tasa de
inflación más alta del mundo, por más tiempo.
La solución "disciplinadora" de ese gran ciclo, fue la Convertibilidad.
Es decir, romper la máquina de imprimir billetes para
financiar al gobierno.
Pero, primero, la máquina siguió funcionando parcialmente y
después, levantado el default de los 80,
el financiamiento externo volvió en un momento en que la tasa de interés
internacional empezó a subir dramáticamente, llevándonos a un nuevo default,
con otra explosión inflacionaria, devaluatoria.
El no poder acceder al crédito externo, durante el período
del nuevo default y con los efectos benéficos, en materia de precios relativos,
capacidad ociosa y desempleo, que dejó el ajuste del 2002, permitió un pequeño
período "normal",
con superávit fiscal, baja inflación, y recuperación del
empleo, el salario, la inversión y el nivel de actividad.
Pero llegados, otra vez, al punto en dónde había que elegir
seguir con la normalidad o volver a las andadas, se decidió lo segundo. Y como
el acceso al crédito externo quedó muy limitado, por la propia decisión de "desendeudarse" y por las
políticas públicas
"anti mercado global", hubo que modificar la carta orgánica
del Banco Central, y eliminar todos los resabios de límites
al uso de reservas y financiamiento al gobierno, que se heredaron de la
convertibilidad, para usar la maquinita de imprimir billetes y solucionar, como
en el pasado, los conflictos con "ilusión monetaria", e inflación.
Y aquí estamos de nuevo, con desequilibrios crecientes, sin
capacidad de endeudamiento, y con la inflación al límite de lo ya tolerable.
Tanto está en el límite, que cada tanto hay que reducirle,
transitoriamente, el impuesto inflacionario a algunos, a costa de los otros.
(Caso impuesto a las ganancias, por ejemplo).
Estamos, entonces, a las puertas de un nuevo ajuste.
Ya no hay opción de evitarlo. Y, tampoco, como mencionara,
necesariamente tiene que ser inmediato, aunque el paso del tiempo empeora el
problema.
Sin embargo, el diseño del "como
y el cuando" nos permitirá inferir si estamos ante otra tregua transitoria del
populismo, o ante una gran oportunidad.
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