Jorge Dorio | Viernes 30 de agosto de 2013
Basta con asomar la nariz por encima de la maraña argumental
generada por el conflicto con la empresa LAN para notar que ningún análisis ha
destacado como basamento para iniciar la discusión el imperativo fundacional de
la defensa de lo propio.
Un fantasma acecha en la observación de nuestra política: la
rutina del estupor. ¿Cómo es posible que no produzca asombro el hecho de que el
Presidente de Aerolíneas Argentinas tenga que dedicarse a dar puntillosas
explicaciones por ejercer la defensa del interés nacional?
Mueve a risa pensar que un funcionario público -
especialmente si su ámbito de competencia es una aerolínea de bandera - deba
enfrentar una discusión de cualquier orden desde una postura de imparcialidad
como la que reclaman algunos sedicentes líderes de opinión locales.
En el caso puntual de Mariano Recalde, el cuestionamiento es
el más reciente eslabón de una cadena envuelta a su gestión desde el mismísimo
comienzo. En aquel momento, carentes aún de un objeto pasible de crítica, los
dardos se centraron en dos caracteres de pueril fragilidad. El primero era la
"excesiva" juventud del flamante funcionario. El segundo, su pertenencia a La
Cámpora, una agrupación a la que se ha intentado demonizar tratando de
asimilarla a nucleamientos que van desde Montoneros hasta las Juventudes
Hitlerianas.
También en este caso el desatino de las pretendidas
similitudes revela el desembozado motivo del ataque, que no es otro que el
disciplinado respaldo de la agrupación a los lineamientos del Ejecutivo y su recreación
en virtud de renovados desafíos generacionales.
Desde este punto podemos rastrear la conexión con el
comienzo de estas líneas. Transcurridas varias décadas de extravío en lo que a
la recuperación plena del concepto de soberanía se refiere, el modelo
kirchnerista asumió la restauración del interés nacional ( y su consecuente
ampliación a la idea de "Patria Grande") como un leit motiv de sus políticas.
Frente al cipayismo mal disimulado de la dictadura, las
relaciones carnales del menemismo y una vindicación nacional puramente
declamatoria de otros momentos y núcleos partidarios, esta toma de posición -
elemental, fundante, insoslayable - no dejó de hacer cierto "ruido" en algunos
sectores de la opinión pública urbana y pseudo progresista.
Desde distintos ámbitos se intentó travestirla de
chauvinismo u otras perversiones del concepto aprovechadas históricamente por
la derecha para disfrazar sus posturas como imperativos categóricos. Pero pasados diez años de políticas
consecuentes, es cada vez más difícil que se logre desnaturalizar la idea
concreta de soberanía.
Para volver al tema de Aerolíneas Argentinas ha de decirse
en primer lugar que es incorrecto hablar de "conflicto" en el diferendo con la
empresa LAN o en la demanda de hangares y explotación de rutas internas en
países vecinos. La actitud de Recalde no ha sido otra que la de ratificar su
eficacia en la conducción del crecimiento de la empresa con la afirmación del
interés que define el carácter de una aerolínea de bandera.
Pero en este punto corresponde también aclarar un perfil
ampliado de lo soberano. En el caso de Aerolíneas no se trata sólo de la
recuperación de rutas, destinos y frecuencias o de la modernización y
ampliación de la flota. La incorporación
de miles de ciudadanos a los beneficios del transporte aéreo, la progresiva
federalización del servicio y la vocación solidaria en aspectos como el acuerdo
con el INCUCAI, expresan la necesidad de entender la soberanía nacional en el
perfil que la completa y que es el de soberanía popular.
Por eso el cuestionamiento a ciertas decisiones oficiales no
se limita a la vocación entreguista de quienes cuestionaron la postura frente a
Malvinas o la Fragata Libertad. La condición de esas voces es idéntica en su
respaldo de los fondos buitre y las tutelares de Clarín o la condena de la
política tributaria y las relaciones con el lobby agropecuario.
La cuestión es tan sencilla como la que emerge de
parafrasear viejos refranes. Es obvio que la soberanía bien entendida empieza
por casa. Por eso es necesario mantener la vigilia frente a los abanderados de
las hipotecas y otros okupas agazapados. Sólo la unidad frente a esos intereses
puede garantizar que la casa esté verdaderamente en orden
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