Fernando Jáuregui | Viernes 23 de agosto de 2013
Naturalmente que me proclamo un entusiasta de Twitter. Sigo
a más de un millar de personas y me siguen algunos miles, tal vez pocos en
comparación con otros muchos, seguramente muchos dados mis pocos merecimientos
y le escasa chispa de la que soy capaz en mis mensajes. Pero ahora que algunos,
desde posiciones pretendidamente intelectuales, abominan de ella, pienso que
esta red social -y otras, claro, aunque alguna necesite una revisión-es un
inmenso avance en lo que significa de espacio de libertad y comunicación. Su
éxito es, por supuesto, muy merecido. Por eso mismo, me duele que algunos
desaprensivos, de esos que hacen un culto del mal gusto, de la inoportunidad y
del abuso, ensucien esta magnífica autopista de información y diálogo, aunque
sea un diálogo en apenas ciento cuarenta caracteres. Lo digo, ahora, por el
'caso Cristina Cifuentes'. Pero hay muchos más.
Lo de Cristina Cifuentes, la accidentada delegada del
Gobierno en Madrid, a quien deseo, desde luego, una rápida recuperación, ha
sido, en las manos torpes de algunos que golpean el teclado, más que escribir
sobre él, lamentable. Hay quien ha aprovechado la desgraciada colisión de su
moto con un automóvil, en pleno centro de Madrid, para hacer gracietas sin gracia
alguna, o para arrimar el ascua a quién sabe qué otra sardina política o,
simplemente, para denigrar su figura, con la que algunos, muy legítimamente, no
están políticamente de acuerdo. Triste episodio el de estos cafres -perdón: así
los percibo--, a los que hay que sumar, por poner ejemplos recientes, otros,
que aprovecharon una fotografía del presidente del Gobierno para hacer todo
tipo de burlas absurdas sobre su físico, y otros más, a los que en los últimos
días he tenido oportunidad de denunciar en la propia Red, que piden que se
'decapite' a los 'fascistas' de un determinado partido político, que
casualmente es el que gobierna. Menudo ejemplo de diálogo.
Ya sé que estas salidas del tiesto son, menos mal, casos
bastante aislados. No tan aislados como uno quisiera. La verdad es que yo
mismo, a cuenta de unas declaraciones que se me atribuyeron falsamente en una
radio, he sido víctima de la desmesura, de la calumnia y de las amenazas
tuiteras de un puñado de fanáticos azuzados por un partido extremista catalán,
aun cuando esa radio ya había rectificado su error. No importa: la realidad no puede estropear
una buena difamación cuando quien lanza el mensaje quiere calumniar, torcer la
verdad o, simplemente, hacer un chiste más o menos intencionado y seguro que
siempre desafortunado: la falsedad también cabe en la Red, cómo no.
Creo que la abrumadora mayoría de usuarios de las redes,
gentes que quieren compartir ideas, beneficiarse de experiencias y
conocimientos ajenos, deben ser la primera interesada en excluir, por la vía
del silencio y del desprecio, a los
energúmenos que, sin nada mejor que hacer, todo lo destrozan a su paso.
Precisamente para garantizar así la libertad de quienes creemos que, en efecto,
Twitter y compañía están hechos para mejorar nuestras vidas, no para emponzoñar
las de los demás. Todo eso, lo bueno y lo malo, es posible en ciento cuarenta
caracteres
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