Jesús Rodríguez | Jueves 15 de agosto de 2013
Toda elección, además del análisis del resultado, requiere
de una reflexión política y la del pasado domingo admite varias lecturas
complementarias.
Las listas que respaldaron al gobierno nacional obtuvieron
para diputados, en todo el país, 5,9 millones de votos -el 26 por ciento-,
precisamente la mitad de los 11,9 millones obtenidos en la elección de octubre
de 2011, que consagró el segundo mandato de la presidenta Kirchner.
El agrupamiento de las fuerzas políticas no peronistas
-esencialmente constituido por la UCR, el FAP y otras fuerzas- se constituye en
la principal alternativa política con cinco millones de votos obtenidos -el 23
por ciento- y se consolida como la primera oposición en términos de
representación legislativa.
El Frente para la Victoria resultó derrotado en los cinco
distritos más poblados (Buenos Aires, Córdoba, la ciudad de Buenos Aires, Santa
Fe y Mendoza), donde viven dos de cada tres argentinos.
Los candidatos de la UCR y sus aliados triunfaron en siete
distritos: la ciudad de Buenos Aires, Catamarca, Corrientes, La Rioja, Mendoza,
Santa Cruz y Santa Fe, y alcanzaron el segundo lugar en diez provincias: Chaco,
Entre Ríos, Formosa, Jujuy, La Pampa, Misiones, Neuquén, Río Negro, San Luis y
Santiago del Estero.
No a la reelección
La primera -y más importante- conclusión de este resultado
es que la sociedad clausuró de manera definitiva la aventura de la reelección
cuando tres de cada cuatro argentinos aceptaron el consejo oficial de que
"en la vida hay que elegir".
La directa consecuencia de ello es que la fuerza política
que lleva diez años en el poder, y que es tributaria del peronismo que gobernó
veintidós de los treinta años de vida democrática, deberá afrontar el desafío
para el cual carecen de respuestas los regímenes populistas: la sucesión.
Esta disputa por el liderazgo se desarrollará con el
peronismo en el gobierno -una situación que no registra antecedentes
históricos- y provocará un desplazamiento del centro de gravedad político en el
universo peronista lo que contribuirá a debilitar el poder político del
gobierno.
En ese contexto, los peronistas que no se sientan
representados por el gobierno de Cristina Kirchner deberán transitar un
estrecho desfiladero: si acentúan la diferenciación con el Gobierno agravarán
la situación de fragilidad política de la Presidenta y si, por el contrario,
disimulan las discrepancias afectarán negativamente el capital político
obtenido al distanciarse del Gobierno.
Por otra parte, si el Gobierno opta por ignorar la
abrumadora voluntad popular acrecentará su aislamiento social y si, en cambio,
tiende puentes de diálogo con los otros actores peronistas hipotecará su base
de sustentación política educada en el "nunca menos" y el "vamos
por todo".
Esta fractura expuesta de la coalición de gobierno tiene
lugar en un contexto económico caracterizado por el innegable agotamiento del
esquema que rigió en los últimos años y que se sintetiza en la destrucción de
los tres pilares que explicaron la recuperación post-crisis de principios de
siglo: tipo de cambio competitivo, superávit financiero externo y holgura
fiscal.
Los desafíos de corto plazo de la economía -inflación, cepo
cambiario, déficit de las cuentas públicas, crecientes importaciones
energéticas, pérdida de reservas, fuga de divisas, precios relativos
desalineados, desaceleración del nivel de actividad, entre otros- se tornan mas
exigentes por la perspectiva de un escenario internacional menos favorable que
en el pasado reciente.
En esas condiciones, el oficialismo tendrá que decidir si
profundizará los desequilibrios o estabilizará la economía.
En cualquiera de los dos casos, no tendrá capital político,
ni tiempo, para ocuparse de los desafíos de largo plazo, de los problemas
profundos que hacen al futuro de la Argentina: el estímulo a la inversión
productiva de largo aliento y la transformación del sistema educativo necesaria
para que nuestros trabajadores puedan aprovechar los frutos del crecimiento.
En suma, el futuro inmediato es el de una sociedad
mayoritariamente insatisfecha, que desaprueba el "modo de producción
política" oficial, y una crecientemente complicada perspectiva
económico-social, que no puede ser abordada con probabilidades de éxito por la
inconsistencia de las actuales políticas gubernamentales.
TEMAS RELACIONADOS: