Ricardo Lafferriere | Martes 13 de agosto de 2013
A los
argentinos nos gustan las novedades.
Las
PASO arrastran esa característica y está claro que convocan a la participación
ciudadana. Dan la impresión que actúan como un instrumento ordenador. En todo
caso, el gran tema es pasar en limpio qué es lo que ordenan.
Los
medios capitalinos han coincidido en saludarlas como las grandes herramientas
con que los ciudadanos conforman las listas electorales. En este sentido se
afirma que "al fin" hay una forma que
les quita a los "dedos" el ordenamiento de las candidaturas.
Una
lectura más atenta pone en perspectiva esta afirmación.
Por lo
pronto, la primer realidad que surge a la vista es que como norma general las
fuerzas de gobierno o cercanas a ocuparlo no han competido -salvo excepciones
mínimas- por ordenar sus listas. No lo ha hecho el gobierno nacional, ni el
PRO, ni la Alianza Progresista santafecina.
Tampoco han recurrido al expediente ordenador de las PASO las fuerzas
con posibilidades de gobierno cercano: el radicalismo mendocino, el
santacruceño, el riojano, el jujeño. O el propio "Frente Renovador", gran
triunfador en la provincia de Buenos Aires.
Han existido, sí, expresiones testimoniales mínimas -el caso
del oficialismo entrerriano es un ejemplo- que no invalidan la norma. O los
propios radicalismos mendocino y cordobés.
La
segunda observación es la curiosidad capitalina. Los medios han insistido en
destacar que el "progresismo" -Lanata incluso lo calificaba de "progresismo
real"- ha dado el ejemplo. En este caso, las PASO más que seleccionar
candidatos han servido como una construcción de contención de listas diferentes
-hecho positivo- que, sin embargo, deja en el aire interrogantes claves a la
hora de imaginar las características de una fuerza así convertida en gobierno.
La
observación de las posiciones sobre temas claves en el pasado inmediato es
inquietante. Por ejemplo: Pino Solanas y Prat Gay en la estatización de YPF, o
Victoria Donda y Gil Lavedra en la ley de medios audiovisuales o en la
confiscación de ahorros previsionales -en este caso, con la curiosidad de
coincidir en una de las listas propuestas-.
Pero tal vez el caso más notable sea el de la lista de
Diputados Nacionales de UNEN. Todos recordarán el liderazgo activo y
contundente de Elisa Carrió durante la batalla del campo (con el que,
digresiones aparte, coincidimos totalmente desde esta columna). Esa batalla
tuvo como objeto central detener la aplicación de una resolución confiscatoria,
la 125 del Ministerio de Economía, elaborada... ¡por Lousteau!, su actual segundo
en la lista de la UNEN.
¿Progresismo? ¿Populismo? ¿Juntos? La democracia es -afortunadamente- un
espacio de debate. Las fuerzas políticas ordenan el debate. Si Carrió y
Lousteau pertenecieran a la misma fuerza política y discreparan por su
ubicación en una lista, las PASO serían una gran herramienta. No cambiarían las
ideas, apenas quiénes las expresan.
Pero no es así. Cada uno sigue sosteniendo lo que cree, no
se incluye en la sofisticada construcción de una fuerza partidaria y tan sólo
han utilizado las PASO como un sello contenedor que les permita una mejor
presentación de "marqueting" electoral.
Desde esta columna, defendemos las confluencias de fuerzas
políticas según las características de cada etapa. Somos entusiastas
partidarios de los acuerdos. Pero con igual contundencia también decimos que
las elecciones deben ser la culminación de un proceso de debate y elaboración
de programas comunes y compromisos de acuerdos.
El ordenamiento de las candidaturas debe ser la "frutilla
del postre", que consoliden un análisis transparente realizado de cara a la
sociedad, la elaboración de una propuesta común acotada a la etapa de que se
trate y el compromiso de trabajo conjunto, sea legislativo o ejecutivo, según
los mecanismos que se decidan.
En este caso, han sido varios los casos en que los debates
previos entre los participantes gastaron más tiempo en amañar reglamentaciones
proscriptivas de postulaciones indeseables que en elaborar programas de
trabajo.
De esta forma, pueden ser peligrosas, juntando el "agua con
el aceite" y provocando más daño que el beneficio que traen al confundir a la
ciudadanía y potenciar los personalismos.
Los partidos políticos son la contracara de los personalismos.
Deben contenerlos, encauzarlos, pulirlos. En todo caso, subordinarlos a un
proyecto compartido y acompañarlos de equipos capacitados que sean capaces de
la ejecución de un programa. No pueden suplirse con la ilusión de una etiqueta
electoral sin historia, compromisos ni imaginario de un futuro compartido.
En síntesis, vemos dos debilidades en las PASO. La primera,
la de los partidos que gobiernan o están cerca de hacerlo, que nos las usan
para ordenar candidaturas. La segunda, la de quienes tienen escaso interés en
gobernar, que las usen para amuchar proyectos personales sin el compromiso ni
las garantías de permanencia que son propios de los partidos o coaliciones
estables.
El paso adelante que indudablemente significan debería
continuar corrigiendo ambos defectos. Mejorarían la democracia y ayudarían a la
recuperación del prestigio de la política, como actividad clave en una sociedad
exitosa.
Ricardo Lafferriere
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