Fernando Jáuregui | Martes 30 de julio de 2013
Reconozco que, sin ser precisamente un modelo de fidelidad a
las doctrinas varias del catolicismo, soy un 'fan' del Papa Francisco. Maaaadre
mía, la que ha montado en Brasil. "Este Papa es un 'crack'", le oí
decir a un ferviente católico de Sao Paulo que, como yo, tiene una actitud
sumamente crítica ante la curia, ante las variadas curias o conferencias
episcopales nacionales e internacionales. Oír, nada menos que de labios del
Sumo Pontífice, aquello de "qué feo un obispo serio", me reconcilió
con años de críticas a ciertas actitudes de ciertos llamados 'príncipes de la
Iglesia'.
Necesitamos con
urgencia un Francisco en la política. Alguien capaz de aceptar un mate que le
ofrece un transeúnte, en lugar de llevar a su propio probador de comida, no
vaya a ser que lo envenenen los propios. Yo votaría a alguien como este
Bergoglio que se deja de teorías de la representatividad del Papado, de
solemnidades y de ceremonias que otros llamarían políticamente correctas y anda
repartiendo abrazos de los de verdad a cuantos se cruzan en su camino, que son
cualquiera, no los previamente seleccionados.
Lo que pasa es que al
Papa no le pueden votar sino quienes le votaron, que espero que alguno no ande
ya arrepentido de haberlo hecho. Los demás, nos hemos encontrado, como de
casualidad, con Francisco, y es un hallazgo, tanto para quienes están en la
ortodoxia como para los heterodoxos y los que se sitúan fuera del redil: no es
solamente un líder espiritual, sino también un carismático dirigente temporal.
Es urgente:
necesitamos un Francisco que comparezca este mismo jueves en el Parlamento en
Madrid y nos diga lo que obviamente estamos deseando oír, que no es
precisamente el silencio que todo pretende taparlo, justificarlo, mixtificarlo.
Alguien que nos sonría, en lugar de evitar nuestra mirada; que nos toque, en
vez de sortearnos; que nos hable al corazón, y no con palabras metálicas. Que
esté dispuesto al Gran Cambio, y no a los cambios variados, lampedusianos, para
que todo siga igual. Lo digo porque aún estamos a tiempo, y alguien, aquí y
ahora, tiene que recoger el testigo (y el testimonio).
Ya sé, ay, que hay
figuras irrepetibles, y está claro que Francisco lo es: ¿cómo no va a serlo,
alguien que con solo este nombre ha conquistado ya un mundo que miraba con
hostilidad una institución eterna? Pero escuche: ¿por qué va a ser un giro
radical en la política de un Estado -pongamos España, si usted quiere-más
difícil que lo que Francisco está haciendo en el Vaticano, o en todo ese
inmenso orbe católico? Nada importa lo
que pensemos, dónde militemos o en lo que creamos: hoy, Francisco somos todos.
O, mejor, todos deberían ser Francisco. Mejor nos iría y, por favor, no me diga
usted que politizo la cuestión: es que la política debería ser este Francisco.
fjauregui@diariocritico.com
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