Fabián Rodríguez | Lunes 29 de julio de 2013
Las palabras del papa en la Jornada Mundial de la Juventud,
interpelando a los jóvenes a "hacer lío", porque la Iglesia Católica
"no es una ONG", recuerda el llamado que Kirchner le hizo a la
juventud: "sean transgresores, opinen, la juventud tiene que ser un punto
de inflexión del nuevo tiempo".
Fue duro, durísimo. En primer lugar por lo inesperado, y
segundo por el momento elegido. No vino de parte de ninguno de los gobiernos de
los que se viven desmarcando para declamar su independencia, y tampoco llegó
del lado de las empresas multinacionales que las financian.
El golpe más violento recibido en los últimos tiempos por
las Organizaciones no Gubernamentales fue tan sorpresivo como certero, y vino
nada menos que del papa Francisco, quien desde Brasil afirmó que si los jóvenes
fieles no hacen líos en sus diócesis y tampoco salen a la calle "la
Iglesia se convierte en una ONG, y la Iglesia -aclaró- no es una ONG".
El desdén con el que pronunció las palabras finales de esa
frase no hizo más que confirmar cuál era el mensaje que quería trasmitir:
"La Iglesia no es una ONG", dijo, utilizando un recurso probablemente
aprendido de pibe en su Flores natal, donde alguna vez habrá dicho cosas tales
como "San Lorenzo no es un clubcito" o el no menos cruel "Flores
no es Villa Mitre".
La definición por oposición, "Nosotros no somos tal
cosa", es la descripción más libre que una persona puede hacer de sí misma
o del grupo al que pertenece, y por lo tanto, la que más se ajusta a lo que
Heidegger llamó como "la delimitación del ser".
Francisco, un jesuita militante, es decir, un cuadro
político de la Iglesia Católica, conoce muy bien a las Organizaciones no
Gubernamentales, que tuvieron su auge a finales de los años ochenta como una
estrategia de disputa sobre territorios sociales, y que se desarrollaron de la
mano de las políticas neoliberales que actuaron en la región, con la
implementación de las llamadas "políticas sociales focalizadas".
Fueron, durante los años noventa, un instrumento ideológico
utilizado para debilitar entre la población la conciencia del rol central que
debe cumplir el Estado en las sociedades modernas. Mientras que las ONG eran
presentadas como apolíticas, técnicas, solidarias, sensibles y eficientes, el
Estado aparecía en contraposición como un organismo político, burocrático,
clientelar e ineficaz.
Al igual que el Estado, la Iglesia también fue copada por
los neoliberales que la convirtieron en un factor de presión a favor de las
élites dominantes. Por eso el giro social que el papa lleva adelante, con una
estrategia basada en una serie de gestos que marcan diferencias con sus
antecesores y que lo legitiman como el líder de una etapa de cambios largamente
aclamados y esperados por la feligresía.
Hace diez años, cuando colapsó el modelo político y
económico impuesto por el neoliberalismo en la Argentina, se produjo un cambio
de paradigma similar al que está llevando adelante el papa Francisco en la
Iglesia Católica: Néstor Kirchner, el presidente de los mocasines sin lustrar,
el saco cruzado y las burlas al protocolo, impulsó la transformación estatal
más importante realizada en nuestro país en los últimos 60 años.
Claro que Kirchner no cuestionó el status quos ni enfrentó a
las corporaciones con meros gestos ni pasos de comedia. Parecía eso, pero no
fue así. Kirchner llevó a cabo su transformación con política convocando a los
sectores populares y a las organizaciones que justamente habían padecido el
avance del neoliberalismo durante la década anterior. Con Kirchner, en
definitiva, la política salió a la calle y dejó de ser la ONG en la que había
sido convertida, porque la Política -hubiera dicho Néstor- no es una ONG.
Una década más tarde, hay quienes siguen pensando que son
más confiables las ONG y por eso recurren a ellas (o a una escribanía, da
igual) para legitimar sus actos o garantizar una promesa de campaña. En sí
mismo eso no está mal, pero es demodé, atrasa. Es noventista.
Volviendo a nuestros días, la interpelación del papa a los
jóvenes en Brasil ("hagan lío en sus diócesis") recuerda el llamado
que Kirchner le hizo a la juventud: "sean transgresores, opinen, la
juventud tiene que ser un punto de inflexión del nuevo tiempo". Esto,
junto a la coincidencia en frases basadas en apelaciones a la física: "un
motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad", dijo Francisco,
mientras que para Néstor "cuando la polea de la juventud se pone en
marcha, el cambio es inevitable", dibujan una parábola que hace pensar en
que al fin y al cabo, no estamos hablando de cosas tan diferentes (aunque la
transformación encarada por Néstor se concretó y la de Francisco recién
comienza).
Los saltos en la hoja de ruta, el incumplimiento de las
medidas de seguridad y los besos a los bebés son lindos gestos que van
completando el anecdotario de los líderes carismáticos. Sin embargo, para pasar
de pantalla y convertir al líder carismático en estadista, hay que consolidar
algo más que gestos y comenzar el ciclo de transformaciones que van a incómodar
a los que no quieren cambiar nada.
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