Fernando Jáuregui | Viernes 12 de julio de 2013
Arde el bosque de la política española por los cuatro
costados, mientras los medios de comunicación de medio mundo se ocupan, para
mal, de la situación moral -que no económica, en estos momentos-en nuestro
país. Y cuando medio partido gobernante parece haber declarado la guerra al
otro medio, y conste que no me refiero ahora a ese 'verso suelto', por lo demás
tan necesario, llamado Esperanza Aguirre: hay otras pugnas internas, otras
ambiciones, que son bien efímeras, de poder. La oposición baraja presentar una
moción de censura, otra parte de la oposición pide elecciones anticipadas sin
más y el último detonante de todo este embrollo, el ex tesorero Luis Bárcenas,
puede ir a declarar quién diablos sabe qué ante el juez Ruz el próximo lunes.
Un hombre acorralado en la cúspide, Mariano Rajoy, parece incapaz de salir de
la trampa en la que se ve metido, puede que en parte por culpa propia, aunque
sin duda en mayor porcentaje por meteduras de pata o malevolencias ajenas. Esta
es, en breves líneas y en suma, una radiografía posible de la situación.
Pienso que el inquilino de La Moncloa se equivoca
profundamente si piensa que todo esto puede manejarse mirando hacia otro lado,
que se puede llegar a alcanzar la playa acogedora de las vacaciones agosteñas,
cuando nuestra clase política sigue pensando que todo se olvida, arribando a
salvo a septiembre, cuando todo recomienza. Y no. Esto, simplemente, no puede
seguir así, con un Gobierno descoordinado, una oposición que es como el
ejército de Pancho Villa, una marinería genovesa alborotada y el capitán del
barco que a veces parece como ausente y, cuando está presente, evoca la
ausencia a base de no darse cuenta, o de no admitir, los boquetes en el barco,
la intensidad de la galerna, el conato de rebelión a bordo, la hostilidad de
los posibles puertos de atraque. Esto no puede seguir dependiendo de la parte
de sociedad civil representada en la mejor o peor voluntad de los grandes
empresarios, que se congregan pidiendo serenidad a llamadas del Rey, quien se
desgañita desde La Zarzuela clamando por coordinación y consensos que han
saltado, gracias al 'affaire Bárcenas', por los aires.
Muchas veces he dicho y escrito que pienso que Rajoy es un
hombre honrado, y que es ridículo pensar que iba a tirar su carrera política y
su honorabilidad personal por la borda solamente por un puñado de euros. Pero
su irresponsable -siento utilizar esta palabra- automarginación, su alejamiento
de esta realidad importante -sí, es importante, señor presidente-, una realidad
que supone nada menos que la quiebra moral del partido que gobierna, puede
derivar en consecuencias nefastas. La primera, fracturas en el propio partido
gobernante: cuando la oposición es débil, se generan divisiones en la formación
que está en el poder. La segunda, pérdida de credibilidad en el interior -que
ya es grave-y en el exterior -que, aunque menos, ya también--. Y, por tanto, una debilidad aún mayor de la
situación política. España no puede llegar a una situación 'a la portuguesa' y,
por este camino, temo que podríamos acabar en un foso semejante, con el agravante
de nuestros problemas territoriales y de una situación económica que aún no
está muy segura de cuánta luz hay al final del túnel. De hecho, no está segura
de que haya final del túnel.
Me parece que, independientemente de las preferencias
políticas de cada cual, hay que convenir en la necesidad de que este Gobierno,
al menos por ahora, se mantenga lo más estable y firme posible, lo más apoyado
que la situación pueda permitir. No, a mí tampoco me entusiasman ni la
coyuntura ni cómo se está gestionando. Pero el desgobierno, sensación que solamente
una persona, Mariano Rajoy, puede prevenir, es lo peor que ahora puede
ocurrirnos. Solamente con esa transparencia de la que tanto se alardea y tan
poco se practica, con un retorno a las más puras prácticas democráticas --¿para
qué está el Parlamento sino para que se discutan situaciones como las que viven
el PP con el 'caso Bárcenas' y el PSOE con los ERE?-se salvarán estos momentos
que, por cierto, no son angustiosos solamente para los políticos presuntamente
implicados -o no--, sino para todos cuantos hemos de ser representados por
ellos.
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