Soledad Guarnaccia | Martes 11 de junio de 2013
Los armados políticos que se van perfilando para las
elecciones de 2013 muestran que los partidos de oposición se proponen modificar
sustancialmente el modelo político de crecimiento económico con inclusión
social. ¿En qué medida estas alianzas expresan la persistencia del proyecto
político que quedó trunco en 1999?
El triunfo del neoliberalismo en los años noventa radicó
tanto en haber encontrado en la figura de Menem un liderazgo político, como en
el hecho de que las fuerzas opositoras se constituyeron menos en alternativas
políticas al menemismo que en opciones que prometían ejecutar sus notas
salientes de una manera más "pulcra" y acorde con la "tradición
republicana". Así, frente al neoliberalismo "carnavalesco" y "peronista",
proponían un neoliberalismo "austero" y "republicano". Frente a un neoliberalismo
"negro" prometían un "neoliberalismo blanco". De este modo, en los años
noventa el arco político podía ser menemista o anti-menemista pero en cualquier
caso era neoliberal.
A diferencia de los años noventa, cuando se podía estar en
contra de Menem para imponer "mejor" el modelo, los armados políticos que se
van perfilando para las elecciones de 2013 muestran que los partidos de
oposición se proponen vencer al elenco kirchnerista para modificar
sustancialmente el modelo político de crecimiento económico con inclusión
social y sus amplias conquistas. Tanto la alianza entre el PRO y los sectores
del peronismo no kirchnerista como la del radicalismo, socialismo, coalición
cívica y proyecto sur, pretenden ofrecer como alternativa al kichnerismo una
reversión de aquel "neoliberalismo blanco" que tuvo en la figura de Fernando De
la Rúa su máxima expresión de éxito y fracaso.
¿En qué sentido el "neoliberalismo blanco" que actualmente
se opone al kirchnerismo rememora al de los años noventa? Sin la fórmula de la
convertibilidad, lo esencial de la concepción en materia económica no ha
cambiado. La clave reside en contraer la base monetaria (supuestamente para
combatir la "inflación", pero en realidad para debilitar la intervención
estatal en aras de apuntalar la demanda agregada) y acomodar el tipo de cambio
siguiendo una regla a rajatabla: la de incrementar la rentabilidad de los
sectores que ya detentan altas rentabilidades y, en el mismo acto, bajar en
términos relativos el "costo laboral". El latiguillo de que es necesario,
mediante una brusca devaluación, reacomodar los precios internos en relación
con los externos para que gane "competitividad" la "economía" sigue esta
lógica, aunque no hace más que maquillar lo que efectivamente se busca, que no
es sólo efectuar un brutal ajuste sino fundamentalmente que ese ajuste sea
llevado a cabo por el kirchnerismo.
Si históricamente los sectores que se favorecerían con este
tipo de medidas justificaron la existencia del poder político siempre y cuando
fuera capaz de asumir los "costos" del ajuste, en este contexto se sobreimprime
un diagnóstico coyuntural: que no se puede doblegar electoralmente al
kirchnerismo sin antes haberlo doblegado imponiéndole un ajuste, puesto que de
lo contrario sus bases sociales le seguirán respondiendo de una manera lo
suficientemente firme como para que no sea posible borrarlo del mapa político.
Este neoliberalismo residual, que se prefiere
"blanco", no pide que se retire el Estado, sino que su intervención
se realice garantizando cuotas más altas de rentabilidad empresarial. De este
modo, la consigna de devaluar al 40% y la abstención de la gran mayoría del
bloque del PRO, auspiciada por su jefe político, respecto a la votación de la
Ley de Fertilización Asistida, muestra cierta coherencia ideológica. Se exige
que el Estado intervenga -vía devaluación- para incrementar todavía más la
rentabilidad de los sectores que reciben divisas por la exportación (el caso
ejemplar es el del campo pero no es el único) y que se abstenga -en el caso de
la Ley de Fertilización- para no alterar la rentabilidad de las prepagas. Un
republicanismo coherente a una república de propietarios.
Al mismo tiempo, este ideario vuelve a colocar en el centro
de la escena a los "pseudo-economistas" típicos de los años noventa.
El caso de Sturzenegger es paradigmático de ese tipo de "intelectual orgánico"
propio del neoliberalismo, un tipo de intelectual que por detentar determinados
"saberes" económicos se cree habilitado a emitir opinión sobre cualquier
fenómeno social. Sus recientes analogías entre el kirchnerismo y el nazismo
hablan a las claras del carácter superficial con que estos "expertos" han sido
formados en materia histórica, política y social -justamente aquellas temáticas
que el actual gobierno de la Ciudad de Buenos Aires pretende disminuir de los
contenidos curriculares de la escuela secundaria.
En el mismo momento en que realza a los "expertos" de la
economía, este neoliberalismo estigmatiza a los políticos. Así, TN presenta el
staff del PRO subrayando que no "provienen" de la política y Fernando "Pino"
Solanas le confiesa a La Nación que el kirchnerismo no es un proyecto "político
e ideológico" sino un "proyecto de poder", con lo cual, según su lógica, habría
proyectos de poder que no tendrían connotaciones políticas y proyectos
políticos que no aspirarían a ser proyectos de poder. Con este ideario, los
sectores dominantes de la economía pueden descansar tranquilos: la política no
estaría hecha para disputar el poder sino más bien para cumplir una función
cara a la conciencia republicana, la de fiscalizarse a sí misma. Así, la
democracia se convertiría en un régimen político "sano", a costa de haber
renunciado de antemano a servir de plataforma de cualquier proyecto de poder
popular que aspire a la transformación del mundo histórico.
Coartada la idea de que la política tiene que estar al
servicio de la construcción de un poder alternativo a los realmente existentes,
el "neoliberalismo blanco", además de la política cambiaria, se
orienta a retrotraer las cosas a los años noventa en dos capítulos relevantes
de las transformaciones impulsadas por el kirchnerismo: en materia de derechos
humanos, reaparecen las voces que claman por la suspensión de los juicios a los
responsables de delitos de lesa humanidad; en materia de política
internacional, se demanda el realineamiento del país y del continente con los
Estados Unidos. La opción de Binner por Capriles es todo un posicionamiento al
respecto, acorde con la supuesta política internacional "aislacionista"
argentina que recurrentemente denuncia La Nación en sus editoriales.
Ahora bien, para que retorne este "neoliberalismo blanco"
debieron ocurrir algunas cosas. En primer lugar, si en los noventa este ideario
aspiraba a quedarse con las empresas del Estado, en la actualidad, lo que se
busca es reorientar -y en muchos casos limitar- los instrumentos estatales
recuperados por el kirchnerismo. La percepción que tienen estos grupos -a veces
el concepto de "corporación" es muy generoso con ellos- es que el kirchnerismo
significa niveles salariales y "gasto público" demasiado elevados. Al mismo
tiempo, representa un actor díscolo, que en cualquier momento es capaz de
cambiar el escenario político y que en definitiva trabaja para dotar al Estado
de una "autonomía relativa" incompatible con estas concepciones. En fin, si en
algún momento significó un principio de ordenamiento, y en ese sentido podía
tolerarlo, para el neoliberalismo "blanco" el kirchnerismo ahora es
un estorbo.
En segundo lugar, para que retorne el "neoliberalismo
blanco" es necesaria una marcada ausencia de autocrítica en las clases
dominantes respecto a lo acontecido en los años noventa. Lo que se desprende de
sus diagnósticos es que el modelo neoliberal fracasó a fines de los noventa por
no haber encontrado un liderazgo acorde con las circunstancias y un sector
externo desfavorable. Si en el primer caso el lamento es por no encontrar ni
por fuera ni por dentro del peronismo un liderazgo como el de Menem, en el
segundo caso se resume diciendo que el kirchnerismo tuvo la fortuna de contar
con un precio elevado de la soja, un precio que, de haber existido antes,
hubiera hecho inviable el surgimiento del "populismo" y que, por haber existido
después de la debacle del 2001, explica su perdurabilidad. En ningún caso,
desde luego, se mencionan las gravísimas consecuencias del modelo neoliberal en
Argentina.
Por este motivo, las alianzas electorales que se están
perfilando, sean aquellas decididas por la derecha empresarial o las del arco
conservador que se presenta como "progresista", no son únicamente coaliciones
diseñadas para ocupar cargos legislativos que se ven amenazados o para
rememorar las viejas proezas del anti-peronismo histórico: son también un
intento de retomar el neoliberalismo con "pulcritud republicana" que
quedó trunco en 1999.
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