Ricardo Gil Lavedra | Viernes 24 de mayo de 2013
Néstor Kirchner llegó a la presidencia de la Nación en 2003
siendo, para la mayor parte de la ciudadanía, un desconocido. Algunos lo
votaron por ser el candidato de Duhalde; otros lo hubieran votado, de haberse realizado
la segunda vuelta, para impedir el triunfo de Menem. Ese desconocimiento, en
aquel contexto posterior al gran trauma de fines de 2001 y principios de 2002,
no fue un obstáculo para Kirchner, sino una oportunidad, que aprovechó
hábilmente. En los primeros meses de su mandato adoptó algunas políticas que
tenían un sesgo republicano. Así, por ejemplo, designó como jueces en la Corte
Suprema a juristas muy reconocidos.
Sin embargo, era evidente que esa tendencia no estaba en su
naturaleza. Bastaba saber lo que había hecho en Santa Cruz como gobernador para
advertir que se trataba demeras maniobras tácticas. Una vez que consolidó su
poder, el verdadero Kirchner comenzó a despuntar. En 2006 hizo sancionar -por
iniciativa de su esposa, entonces senadora- una ley que modificaba el Consejo
de la Magistratura para romper el equilibrio que la Constitución establece
entre distintos estamentos en favor de la representación política. Al mismo
tiempo, neutralizó a los órganos de control.
La llegada de Cristina Kirchner a la presidencia -precedida
por vagas promesas de mejorar la calidad institucional- profundizó hasta
extremos insospechados esa línea autoritaria. Los episodios de atropello a la
independencia judicial que el Poder Ejecutivo viene impulsando desde el año
pasado son tantos y tan groseros que su inventario detallado excede la
extensión de esta columna. La protección al seriamente sospechado
vicepresidente terminó con la renuncia del Procurador General y con el
apartamiento de un juez y un fiscal. Más adelante, la guerra santa contra el
Grupo Clarín llevó al ministro de Justicia a embarcarse en acciones contra los
jueces y contra los miembros no alineados del Consejo de la Magistratura de una
gravedad inusitada. Se fraguaron causas de recusación, se presionó de todas las
formas posibles a los magistrados, se llegó a recusar a toda una Cámara y, en
el colmo del disparate, se denunció penalmente a los consejeros "díscolos" por
el delito de no opinar del mismo modo que el oficialismo.
Por último, el fracaso del publicitado "7D", cuando la Corte
Suprema se negó a intervenir por la vía del per saltum en casos que no le
competían, abrió las puertas a un paquetazo de leyes judiciales que se
aprobaron casi sin debate durante los últimos días. Entre ellas, deben
mencionarse en especial la del Consejo de la Magistratura -que tiende a
convertir a este órgano constitucional en un apéndice del Poder Ejecutivo-, la
que restringe o anula las medidas cautelares contra el Estado nacional y la que
-a contrapelo del per saltum habilitado el año pasado- crea cámaras de casación
para dilatar la llegada de las causas al máximo tribunal. Confiamos en que los
tribunales, y en particular la Corte Suprema, les pondrán un freno a estos
ataques directos a la independencia del Poder Judicial. No se trata de devaneos
abstractos de constitucionalistas. Sin jueces independientes todos los derechos
de los ciudadanos están en riesgo. Lo está también la propia democracia.
Los partidos políticos, los colegios profesionales, las
asociaciones de magistrados, entre otros, estamos promoviendo todas las
acciones legales para que, sin pérdida de tiempo, se declare la
inconstitucionalidad de la embestida contra el Poder Judicial. La comunidad
jurídica ha reaccionado casi sin fisuras, alertando sobre las consecuencias que
acaecerían si el paquetazo entrara efectivamente en vigencia. Nunca, desde el
auspicioso inicio de la democracia a fines de 1983, la República fue tan agredida.
Es un enorme retroceso que no debemos admitir. Vamos a enfrentarlo en paz, con
la Constitución en la mano.
TEMAS RELACIONADOS: