Enrique Szewach | Lunes 20 de mayo de 2013
Cuando una persona sana y sin trastornos psicológicos
vinculados con la alimentación considera que está excedida de peso, es porque
tiene que adelgazar.
Cuando en un país se empieza a discutir una eventual
devaluación brusca del tipo de cambio, es porque tiene un problema vinculado
con el precio actual de su moneda relativo a las monedas del resto del mundo.
Y pongo énfasis en la palabra "relativo", porque, siguiendo
con la analogía del exceso de peso, este caso, más que con el exceso de peso
"absoluto", es como el caso de los boxeadores que están excedidos o no de peso,
dependiendo de la "categoría" en que pelean.
En efecto, lo que importa en un país, más que el valor
absoluto del tipo de cambio, es su valor relativo al resto de los países. Y
esto es así, porque el tipo de cambio, al final del día, intenta reflejar el
"precio" del trabajo, y de los factores locales de un país, en una moneda comparable
internacionalmente.
Los países con inseguridad jurídica, problemas de
infraestructura, mercado de capitales reducido, poca escala, etc. etc. son
países de baja productividad, de mayor
ineficiencia, y por lo tanto, necesitan tener un tipo de cambio alto (dólar
caro en castellano), para compensar, con ese artificio, las circunstancias
antes mencionadas.
Por supuesto que esa necesidad termina castigando,
fundamentalmente, el precio del trabajo y de los activos sujetos a jurisdicción
local, o "atados a la tierra".
Es por el ello que, medido en dólares, los precios del
trabajo, de los bonos, de las empresas, o de los inmuebles urbanos o rurales,
habitualmente son más bajos en la Argentina, que en otros países con
condiciones distintas.
Si se quiere tener un "dólar barato", por lo tanto, y
siempre en términos relativos, hay que tener otra seguridad jurídica, otras
regulaciones, otro mercado de capitales, otra infraestructura, etc. etc. Otra
productividad.
El actual populismo que nos gobierna, como pasó en versiones
populistas anteriores, "heredó" un tipo de cambio recontra alto y, por lo
tanto, un precio exageradamente bajo, para los factores locales.
En ese sentido, la Argentina del 2003/6 era como un boxeador
peso pesado, al que se le permitía pelear en las categorías inferiores y, por
lo tanto, ganaba todas las peleas.
Pero en su necesidad por ganar elecciones y priorizar el
corto plazo, el gobierno fue deteriorando el valor del tipo de cambio real
aceleradamente (desde ese momento el dólar se "abarató", siempre en términos
relativos, entre un 35 a un 40%), mientras, simultáneamente, se incrementó la
inseguridad jurídica, se destruyó el mercado de capitales local, con la
inflación, con la falta de instrumentos indexados creíbles, y con la
eliminación del sistema jubilatorio de capitalización.
Se deterioró la infraestructura, en particular en el sector
energético y de transporte.
Y todo ello fue condimentado con un gran "desorden" regulatorio, con arbitrariedades y
discrecionalidades diarias y, ahora, con la reforma constitucional de facto.
Es cierto que, gracias a los mejores precios de los
productos de exportación de la Argentina, y a las mayores cantidades producidas
por el agro y la minería, el tipo de cambio "normal" de la Argentina debería
ser más bajo que en otros momentos.
Sin embargo, todos
los elementos negativos, que se enumeraron más arriba, más que compensan,
desafortunadamente, las ventajas derivadas de los buenos precios de los
commodities y de la liquidez global, con tasas internacionales cercanas a cero.
Por lo tanto, el valor del dólar oficial que podría
"disimular" ésta Argentina (aunque en realidad, si el gobierno logra pasar por
la justicia las últimas reformas, el valor es incalculable), es sustancialmente
superior al actual.
Puesto de otra forma, dado el kirchnerismo, el costo
laboral, los inmuebles, las empresas son "caras" medidas en dólares oficiales.
Por eso no se genera más empleo privado. Por eso no hay
inversión, salvo la subsidiada de alguna manera. Por eso, sin mercado libre de
cambios, no se venden inmuebles.
Por eso la economía, más allá de una mejor cosecha y algo
más de Brasil, está estancada.
En síntesis, con este "entorno", con esta productividad, la
Argentina, medida en dólares oficiales, está cara. El gobierno puede evitar una
devaluación brusca en algún momento de los próximos dos años, sólo si cambia de
políticas y abarata, sin artificios, el costo argentino.
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