Ricardo Gil Lavedra | Sábado 18 de mayo de 2013
La muerte de Jorge Rafael Videla nos retrotrae a los
argentinos a un tiempo de violencia, irracionalidad, intolerancia y horror que
quisimos dejar definitivamente a partir del 10 de diciembre de 1983.
Me cupo, como miembro de la Cámara Federal que juzgó a las
juntas militares, observar a Videla durante el juicio. Ni entonces ni después
mostró el menor arrepentimiento por el plan sistemático de exterminio de miles
de personas, que reconoció hacia el final de su vida.
Esos juicios, que hoy nos resultan algo natural, eran casi
inconcebibles en los primeros tiempos de la democracia. No sólo porque gran
parte de los militares que habían deshonrado su deber todavía permanecían en
actividad, sino porque el juzgamiento de la represión ilegal del Estado no era
una demanda extendida en la sociedad. Tanto es así que el candidato
justicialista, Italo Luder, había dicho que la ley de autoamnistía dictada en
sus postrimerías por el gobierno de facto no sería anulada.
Fue, entonces, el coraje cívico y la visión de estadista de
Raúl Alfonsín lo que permitió que se iniciaran los juicios, inéditos en la
historia, porque fueron llevados adelante por los tribunales ordinarios, con
pleno respeto del principio del juez natural y de todas las garantías del
debido proceso.
Esos procesos fueron trascendentes por las condenas a las
que se arribó, pero mucho más porque la sociedad argentina pudo conocer la
verdad de una época trágica y los ciudadanos tomaron conciencia de la necesidad
de mantenerse, aún en las circunstancias más duras, dentro del marco del Estado
de Derecho. La tarea cumplida en tal sentido por la CONADEP, presidida por
Ernesto Sábato, fue ejemplar y nos sirvió de un valioso antecedente para la
investigación. Conocemos la deriva posterior: los desafíos a la democracia, las
leyes de punto final y obediencia debida, los indultos de Menem, la reparación
económica de las víctimas y, por último, la elogiable reapertura de los juicios
que permite cerrar este doloroso ciclo con verdad y justicia. Nos quedará
pendiente la búsqueda de hasta el último de los nietos apropiados.
Pero, aún con toda la animadversión que su figura nos sigue
produciendo, sería un error ubicar exclusivamente en Videla y en los demás
miembros de las juntas militares las causas de la tragedia. Ellos fueron la
manifestación última y más perversa de décadas de autoritarismo y de desprecio
de la convivencia civilizada al amparo de la Constitución. Se consideró a los
disidentes enemigos de la Patria. Debemos tener presente ese pasado ingrato,
para no repetirlo.
TEMAS RELACIONADOS: