Gustavo López | Martes 07 de mayo de 2013
La libertad de expresión y el derecho a la información son
valores esenciales de las democracias constitucionales y claramente los
confunden con la libertad de empresa, que tiene que ver con el comercio de productos y no con un derecho
humano básico.
La censura fue de la mano con las dictaduras, la
intolerancia y el autoritarismo y los argentinos, con esfuerzo y lucha,
conseguimos desterrarla de nuestra cotidianeidad.
Atrás quedaron agencias clandestinas sorteando el cerrojo de
la última dictadura militar y periodistas como Rodolfo Walsh, que antepusieron
sus principios a las claudicaciones. También quedaron evidenciadas conductas
hipócritas que acompañaron y avalaron golpes de Estado, mirando para otro lado
cuando secuestraban a un chico a plena luz del día y después los cómplices
civiles blanqueaban su cadáver con algún supuesto enfrentamiento y sospechas de
que algo habría hecho.
Hoy en nuestro país, no sólo consolidamos el derecho a
expresar las ideas por la prensa sin censura previa, sino que avanzamos más
allá, consagrando en la nueva ley de medios el derecho a la información que
contiene el Pacto de San José de Costa Rica. El derecho a la libre circulación
de la información no se limita a la prensa sino que es un derecho que
esencialmente ejerce cada uno de los ciudadanos.
¿Cómo se puede hablar entonces de falta de libertad de
expresión cuando cada uno dice y escribe lo que quiere, por dónde quiere y
cuándo quiere? Eso es lo que corresponde a una sociedad democrática como la
nuestra.
Pero el problema que enfrentan los gobiernos democráticos y
populares del siglo XXI es el nuevo rol de los grandes medios como actores
políticos de una economía altamente concentrada.
En efecto, a fines de la década del 70, el modelo de
acumulación capitalista se traslada de la producción al sistema financiero. Ya
no va a ser necesario producir bienes o servicios para ganar plata, ahora la
plata se va a reproducir a sí misma, sin necesidad de generar trabajo.
Este capitalismo financiero y de alguna manera parasitario
va a necesitar de herramientas tecnológicas y de nuevos paradigmas culturales
para imponerse en el mundo.
El desarrollo de un
sistema informático que conecte las principales bolsas del mundo (intranet)
estuvo al servicio del sistema financiero a principios de los 80, unos quince
años antes que la sociedad civil adoptara internet. A eso se le sumó la
tecnología satelital, lo que permitió hacer negocios desde una computadora con
una pantalla de interconexión, sin salir de la casa y sin producir ni bienes ni
desarrollo alguno.
La película Wall Street
retrató de manera impiadosa a un Gordon Gekko, el hombre de la bolsa,
comprando una línea aérea para su desguace. Ese era el negocio neoliberal:
comprar la empresa por poca plata, echar a los empleados y dejarlos en la
calle, vender los aviones por piezas y liquidar las rutas. Un gran negocio, sin
producir nada y dejando miles de desocupados.
Ese modelo de devastación necesitaba de otra herramienta, la
comunicacional para consolidar el nuevo paradigma. Para que Doña Rosa creyera
que achicando el Estado se agrandaba la Nación; y que si nos desprendíamos de los trenes,
teléfonos, petróleo y demás bienes públicos, los privados lo iban a administrar
tan bien que finalmente a Doña Rosa le iban a aumentar la jubilación.
Pero al cabo de una década, a Rosa le congelaron la
jubilación en $140 y después se la redujeron un 13%, su hijo se quedó sin
trabajo y su nieto cartoneó , salvo que haya tenido la "suerte" de
encontrar un pariente checoslovaco para
emigrar. En el mientras tanto, nosotros
nos quedamos colgados del pincel. Eso sí,
las empresas periodísticas que hicieron su trabajo, pasaron por
ventanilla y se quedaron con monopolios informativos. Ya no eran grandes
diarios, ahora pasaban a ser
conglomerados multimediáticos.
Gramsci lo relata como el consenso hegemónico; cuando una
minoría impone por consenso sus ideas y necesidades a la mayoría. Esto hubiera
sido imposible en la Argentina de los 90 sin
el apoyo incondicional de grandes medios de formación de opinión pública.
Algunos datos sirven para ilustrar el contexto. Entre 1990 y
1995, el P.B.I. argentino creció un 60%, pero en el mismo lapso la desocupación
pasó del 8 al 17%. Es decir, más plata para menos gente.
Entre 2003 y 2011 el país creció un 106% y en ese mismo
período la desocupación bajó del 25 al 7,0% y la pobreza del 54% a menos de un
dígito. Es decir que a mayor riqueza mayor reparto.
Este es el debate en
nuestro país, el modelo político, económico, social y cultural. Lo que está en
juego es cómo se genera la riqueza, con trabajo o con especulación y quien se
lleva los beneficios: unos pocos o se reparte con justicia social.
Cuando se pregona la libertad de empresa y se la asimila a
la democracia, están confundiendo los términos de manera malintencionada.
Podemos tener democracia con equidad , justicia social y con
libertad plena, o podemos tener democracias formales, bobas, vaciadas de
contenido y gobernadas a través de los intereses de los grandes grupos
económicos. En definitiva, la libertad de mercado por sobre los derechos del
conjunto.
Confundir la libertad empresaria con la libertad de
expresión no es una casualidad, responde a una necesidad de achicar la
democracia, de limitarla al libre mercado, a la no intervención estatal en la
economía, en la redistribución de la riqueza, en la generación de condiciones
de equidad.
La libertad de expresión y de información requiere de
desafíos y el mayor de ellos es el de soportar la injuria.
Para ilustrar vale el siguiente ejemplo.
Durante las décadas
perdidas entre dictadura militar y neoliberalismo, el periodista Eduardo Kimel
investigó la Masacre
de San Patricio. En la noche del 4 de julio de 1976, fuerzas armadas y de
seguridad en el marco del Terrorismo de Estado, ingresaron a la Iglesia de San Patricio
asesinando a 5 personas, 3 sacerdotes y 2 seminaristas.
En 1989 el periodista publica su libro, "La masacre de San
Patricio", en el que relata la complicidad judicial en la no investigación de
los asesinatos. El juez Rivarola, que no había encontrado culpables en la
causa, se sintió ofendido e inició acciones por injurias. Al cabo de 25 años y
luego de 5 asesinatos, el único condenado por la Corte neoliberal era el
periodista. Kimel fue condenado a prisión en suspenso y daños por ofender al
juez que no investigó.
Con apoyo del C.E.L.S. se recurrió a la Comisión y luego a la Corte Interamericana
de Derechos Humanos quien en el año 2008 condenó la acción del Estado argentino
y solicitó la eliminación de esta figura del Código Penal .De manera inmediata,
la Presidenta
de la Nación
envió el proyecto de modificación del Código Penal y el 18 de noviembre de 2009
se quitó la figura de injurias cuando se trate de cuestiones de interés
público. La Corte
Interamericana basó su sentencia en que Kimel había ejercido
el derecho de dar información.
Entonces de qué hablan los que hablan de falta de libertad
de expresión? Hablan de libertad de empresa, pero sin intervención del Estado.
Sin que se discuta la distribución de la riqueza, la justicia social o la
integración. En definitiva, hablan de un gobierno por ellos y para ellos.
Este es el gran desafío de las democracias nacionales,
populares y progresistas. Seguir defendiendo el derecho de todos a expresarse y
gobernar con justicia y equidad. Enfrente está la gran construcción
corporativa, que en nombre de una libertad que pocas veces respetaron, pretende
silenciar a los pueblos y a sus gobiernos.
Sólo con más democracia se fortalece la democracia. Sólo con
más justicia hay justicia, sólo con más desarrollo hay equidad y y sólo con más
trabajo hay dignidad.
Gustavo López
Sub secretario General de la Presidencia
Profesor de Derecho Público y Presidente de Concertación
Forja
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