Pedro Brieger | Jueves 25 de abril de 2013
Los derrocamientos de Fernando Lugo en Paraguay y Manuel
Zelaya en Honduras estuvieron en manos de parlamentos que, en nombre de la
"democracia", pusieron fin a un proyecto de renovación en ambos
países, buscando una vuelta a la "normalidad" como la conseguida en
el caso paraguayo a través del triunfo del tradicional Partido Colorado.
Lo derrocaron. Lo hicieron en nombre de la democracia. Lo
marginaron. Realizaron elecciones. Las ganaron. Así fue el golpe de Estado
parlamentario contra Lugo. Perfecto.
Los golpes de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras y
Fernando Lugo en Paraguay hay que analizarlos en un contexto regional donde ya
no se presentan burdas asonadas militares encabezadas por generales que cierran
el congreso, prohíben partidos políticos, sindicatos y medios de comunicación y
guardan las urnas indefinidamente. Tanto en Honduras como en Paraguay fue el
parlamento el que acusó a sendos presidentes de ser ellos los que violaban la
constitución nacional y se los destituyó en nombre de la "democracia". Para
corroborar su "vocación democrática" en los dos países se mantuvo el cronograma
electoral establecido y obtener, entre otras cosas, legitimidad internacional.
Sabían que a los que habían apartado del poder les costaría recuperarse del
golpe recibido.
Cuando los dos partidos tradicionales del Paraguay
destituyeron a Fernando Lugo a través de un golpe de Estado parlamentario eran
conscientes de que esto significaría un duro revés para todos los que estaban
comprometidos con el proyecto de Lugo. En el caso de Honduras, Manuel Zelaya
intentó resistir de diversas maneras con el apoyo de varios gobiernos
latinoamericanos para regresar al poder, aunque no lo logró. En el Paraguay,
los gobiernos de Mercosur y Unasur no pudieron hacer casi nada por la propia
incapacidad del destituido presidente y la debilidad de los movimientos
sociales para articular una resistencia al golpe. Lugo ni siquiera había sido
expulsado del país. Solo restaba esperar que se realizaran elecciones el 21 de
abril según lo previsto y que éstas fueran -en apariencia- "normales" para
reincorporar al Paraguay a los organismos internacionales. Tal cual sucedió con
Honduras.
Sin embargo, aunque Lugo pudo presentarse como candidato a
senador y recorrer el país lo hizo desde un lugar de absoluta debilidad. En
primer lugar, perdió el control del aparato estatal que le hubiera permitido
realizar una campaña electoral apoyando a su candidato como presidente de la
nación, con todo el peso simbólico que eso conlleva. En segundo lugar, se presentó
con la intrínseca debilidad de derrocado y derrotado. Por otra parte, las
derrotas traen divisiones y las fuerzas que apoyaron a Lugo presentaron tres
candidatos a la presidencia y diferentes listas para el parlamento. En 2008
Fernando Lugo obtuvo el 40 por ciento de los votos; el 21 de abril, su
candidato ni siquiera llegó al 4 por ciento, aunque él consiguió ser elegido
como senador.
Los colorados están convencidos de que todo ha vuelto a la
"normalidad". Pero ya existe un antecedente que demuestra que es posible
derrotarlos.
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