Enrique Szewach | Lunes 22 de abril de 2013
El gobierno kirchnerista, había logrado, hasta ahora,
"legitimidad de resultados", independientemente de los medios utilizados para
conseguirlos.
Por un lado, porque consiguió, a través del relato, que la
memoria colectiva comparara la situación actual, con la vivida a finales del
siglo pasado.
Y, por el otro, un
escenario internacional extremadamente favorable, le permitió un fuerte incremento del gasto
público, incluyendo subsidios al consumo, empleo, salarios públicos y
moratorias previsionales, con bajo conflicto de financiamiento y muchos
"clientes".
Sin embargo, si bien el gobierno mantiene su "ventaja
comparativa" respecto de la crisis del 2001/2, los resultados han ido empeorando
en los últimos años.
El escenario internacional se mantiene benévolo, es cierto,
pero ya no muestra la dinámica que tenía en el pasado. Sin esa dinámica,
sostener un gasto público creciente, genera un mayor conflicto distributivo,
tanto por la mayor presión impositiva, como por el uso y abuso del impuesto
inflacionario.
Es decir, para mantener la simpatía de algunos sectores de
la población, se empiezan a perder, por la presión tributaria y la inflación,
el apoyo de otros sectores, también importantes.
Por otra parte, a varias actividades les llegó "el
descuidado largo plazo".
Transporte, energía, infraestructura en general, que se
suman al deterioro creciente de bienes públicos esenciales, con efectos no sólo
en la calidad de vida, si no en la vida misma.
Ante este panorama,
las respuestas de política -salvo alguna excepción aislada-, no han
hecho más que agravar los problemas, o postergar su solución.
El mix de todo esto es una economía mediocre en su crecimiento,
aunque estancada en niveles altos de consumo.
Con inflación instalada en los "veintitantos", sin crear empleo privado, con dificultades
para que suba el salario real, dadas las paritarias "en cuotas" y la menor
productividad.
Con freno en la inversión privada, por crecientes señales de
pérdida de rentabilidad y por dudas acerca de la sustentabilidad de largo plazo
de los actuales precios relativos, incluyendo la evolución futura del tipo de
cambio oficial, dada una brecha cambiaria
que supera el 50%.
En síntesis, el gobierno sigue ganando en cualquier
comparación respecto del 2001/2002, aunque ya está mostrando, sin que ello
signifique una crisis, peores resultados
que en el pasado reciente, tanto por el agotamiento natural del modelo
populista, como por la pobre calidad de las respuestas, frente a dicho
agotamiento.
Desde el punto de vista electoral, y en función de lo vivido
el jueves pasado, queda claro que una parte de la sociedad empieza a considerar
más importantes los malos resultados presentes.
Aunque, en términos de preferencias, ideologías, y
liderazgos, se muestra todavía con dificultades para discernir cuánto de estos
malos resultados presentes obedecen al final de un modelo insostenible en el
largo plazo, y cuáles, son imputables a la mala calidad de gestión actual.
Mientras, del otro lado, otra parte de la sociedad sigue
recibiendo, aunque en menor escala, los beneficios de corto plazo del actual
esquema, y sigue dando preeminencia a la comparación con su situación en la
década anterior.
Desde la economía, se viven, entonces, dos tipos de
divisiones en la sociedad argentina. La que separa a oficialistas de opositores
y, dentro de los opositores, la que separa a quienes consideran que los males
actuales, son sólo consecuencia de la mala gestión, incluyendo la corrupción, y
quienes consideran que, además de la mala gestión, es el actual modelo
intensivo en estatismo e intervencionismo en los mercados, la causa central de los problemas que hoy
presenta nuestra economía.
Pero ese debate quedará para las elecciones presidenciales.
Lo que sí puede hacer, ahora, el amplio arco opositor, para
transformar la protesta en acción, es acordar el conjunto de leyes que están
dispuestos a votar, de ser electos sus candidatos, incluyendo una reversión de
la actual reforma judicial y mecanismos que doten de mayor transparencia a las
licitaciones de obra pública, por ejemplo.
Sumados, por supuesto, al rechazo de cualquier intento de
reforma constitucional.
El oficialismo, como ya pasó después del 8N, no va a
cambiar, por más masivas que sean las manifestaciones en contra.
Sólo cabe esperar, una respuesta proactiva de la oposición.
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