Jorge Dorio | Jueves 18 de abril de 2013
La creación de un clima antidemocrático puede leerse al
analizar, en un contexto más abarcador, distintos hechos: el rechazo opositor a
la reforma judicial, las declaraciones golpistas de la Mesa de Enlace, el
inexplicable paro de los trabajadores judiciales. Toda esta trama de cruces y
operaciones desembocan en la convocatoria del 18 A.
En tiempos como estos, cuando lo que está permanentemente en
discusión es un modelo de país, el análisis político requiere en su base una
suerte de traducción de palabras y acciones surgidas de los actores políticos y
sociales de cada coyuntura. Más aún, en una época donde la voracidad de las
corporaciones admite el ejercicio descarado de la mentira como un subgénero del
periodismo sin que eso constituya un escándalo terminal.
Condiciones como éstas impiden abordar una polémica sin
ubicarla antes en un contexto más abarcador que, por cierto, suele limitar la
discusión sobre el meollo de cada disputa.
Resulta especialmente molesto que un tema complejo y axial
en el diseño de una sociedad, como es el debate sobre la democratización de la
justicia, se inscriba en un marco tan condicionante. Pero incluso en un paisaje
como el descripto, hay movimientos que parecen prescindir de la más mínima
racionalidad. Ese es el caso de las fuerzas opositoras del Senado que, ante los
proyectos provenientes del Ejecutivo, eligieron eludir la discusión en su
hábitat natural de comisiones aduciendo una obcecada negación del oficialismo a
incorporar modificaciones al planteo original. El derrumbe de esa línea
argumental tuvo la vida efímera que alienta en la torpeza de esas maniobras.
Vale la pena puntualizar que ciertos adalides de la pureza republicana
escandalizados por una eventual reforma judicial habían dejado pasar, días
antes, las expresiones golpistas surgidas en un plenario a la que asistían los
líderes de esa curiosa criatura llamada Mesa de Enlace. Muchos protagonistas de
ambos fulgores de omisión se autoconvocaron para un "abrazo" a los Tribunales
que terminó por plantearse como un prólogo a la jornada de movilización
opositora programada para el 18 de abril.
Es en esta cita, justamente, donde convergen sin mayor pudor
distintas versiones de un antioficialismo que, pese a su flagrante diversidad,
termina siendo guiado por un núcleo que ahora tiene por enemigo al gobierno
nacional, pero cuyo adversario natural es cualquier forma concreta de la
soberanía popular desde los albores de la historia vernácula. Por eso no es de
extrañar que en esas filas se saboree ya un fallo contra la constitucionalidad
de la ley de servicios audiovisuales por parte de la Cámara en lo Civil y
Comercial cuyos miembros se toman recreos en Miami solventados por el Grupo
Clarín.
Hace unos pocos días, la ciudad de Rosario fue sede de una
cumbre de la Internacional Derechista convocada por la Fundación Libertad. Allí
fueron recibidos con pompa y circunstancia personajes como Mario Vargas Llosa,
José María Aznar y Luis Lacalle entreverándose con los referentes locales del
neoliberalismo Patricia Bullrich y Federico Pinedo. Ajenos no sólo a las lecciones
de la historia sino también a la brutal evidencia encarnada en las crisis
actuales de Grecia, España o Chipre, el foro también se ocupó de despotricar
contra la ofensiva del kirchnerismo contra la corporación judicial.
Si bien la farsa montada por el cadete más notorio de
Magneto a partir del sorprendente Leonardo Fariña recién comienza a
desplegarse, está claro que su único objetivo es la saturación de un clima
definido por el escándalo y la incertidumbre sin dejar de salpicar al Ejecutivo
con cuanto infundio se les ocurra.
Toda esta trama de cruces y operaciones que desembocan en el
18 A es presentada como una última salvaguarda de las instituciones
democráticas cuando su fin inocultable es el sabotaje de esas instituciones
que, al cabo de una década, van recobrando la salud.
Quienes cuestionan con honestidad algún aspecto del modelo
han ido quedándose sin un territorio no contaminado de desestabilización y se
ven envueltos en esa vorágine de sonido y de furia, donde la huelga de los
judiciales lanzada el martes sin ningún tipo de sustento racional, coronó la
insensatez de esos alineamientos. En Venezuela se aprecia el riesgo de esos
rejuntes que mezclan al más coherente con el más loco o le plus fou, o il piú
matto. Todas las lenguas son iguales cuando la traducción es invalidada por la
violencia.
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