Jorge Dorio | Viernes 12 de abril de 2013
La pregunta del periodista Juan Miceli al diputado Andrés
Larroque sobre el uso de pecheras durante la ayuda voluntaria a los
daminificados por el temporal, más allá de lo anecdótico, imprime una proyección
simbólica en torno a cómo ese hecho fue usado por otros actores, en medio de
una lucha por la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual
y la democratización de la justicia.
Muchas veces las disputas de coyuntura se agotan en su
correspondiente vuelo gallináceo; no resisten la presión de las primeras planas
y terminan diluyéndose como efímeras pompas de jabón.
En otras ocasiones, el eje en torno del que giran tales
escaramuzas, les imprime una proyección simbólica que, apenas alguien recuerda
su origen, las priva de esa consistencia axial y las regresa a su perfil
originario de controversia apta para distraer el ocio de comadres.
Tengo para mí, que es ese el ámbito natural del cual surgió
el meneado encontronazo que sostuvieron el periodista Juan Miceli y el diputado
Andrés Larroque. Casi archivado el incidente, permítaseme detenerme un instante
en el episodio para hurgar un apenas detrás de la hojarasca.
En los múltiples comentarios que sucedieron a aquel diálogo,
casi nadie parece haberse detenido con mayor atención en la advertencia con que
el prolijo conductor del noticiero de la TV pública prologó su inquietud.
-Voy a hacerle una pregunta política - previno, palabras
más, palabras menos, el conductor Miceli, categorizando así su curiosidad en un
plano singular que hacía prever tanto el desvío del tema central como el sesgo
que cobraban sus palabras.
Convengamos que sin esta aclaración, la pregunta sobre el
uso de las pecheras no habría despertado la intriga de ningún ciudadano mayor
de cinco años. Paisajes como los picados de barrio, el ingreso a recitales, el
control del tránsito y la rutina de los hospitales son versiones elocuentes
como para desestimar la superficie explícita de la pregunta.
Larroque encaró la respuesta con un tono casi didáctico que
terminó alterándose ante la referencia del periodista acerca del carácter
anónimo de las donaciones y la supuesta contradicción encarnada por la
identificación de los voluntarios encargados de hacer que la solidaridad
popular encontrara el cauce y destino exigidos por la emergencia. Una función
no menor si se piensa en tristes experiencias anteriores que no vienen al caso.
La pretendida disparidad entre lo anónimo y lo identificable de semejante
situación es insospechable de inocencia alguna, con excepción de la estólida
expresión del periodista que, es menester reconocerlo, constituye uno de sus
rasgos de identidad. La mención despertó inmediatamente la vehemencia de un
Larroque, baqueano en ríspidas disputas de barricada y poco afecto a dejar
pasar una mojada de oreja por sutil que esta fuere. Podríamos convenir que la
invitación de cierre del dirigente camporista ("mañana lo espero por
acá.." o alguna elegancia de ese estilo) fue, más que excesiva,
propiciatoria de los ecos venideros.
Un rato después del episodio, la eventual ecuanimidad que
pudo alentar en la pregunta de Miceli había quedado sepultada por la avalancha
de reacciones del atento espinel opositor que rápidamente quiso transformar la
trapisonda en un acto heroico ligado a la libertad de prensa. Poco ayudaron los
"pucheros" de Miceli en los diálogos sostenidos con la comparsa carroñera del
staff corporativo. Miceli pudo haber moderado su actitud autocompasiva,
resistirse un poco a su tendencia a victimizarse. La torpe bajeza de los dardos
recibidos por la colega Agustina Díaz confirmaron la rauda mutación del hecho.
Dicho sea esto sin negar el innecesario énfasis, el tono
hiperbólico y la exageración general de muchas expresiones arrojadas desde
distintos alineamientos, muchos de ellos torpemente dogmáticos. Vale la pena
expresar la confianza en que la efímera viñeta no pondrá en juego la fuente
laboral de Juan Miceli, a quien tampoco es necesario restarle los méritos que
lo llevaron hasta su actual lugar protagónico en la profesión. Pero también es
ridículo quitarle identidad a una pulseada mediática que se plantea en el
primer plano de una confrontación en la que se dirime la puesta en vigencia de
la Ley de Servicios Audiovisuales ralentada por las maniobras de esos núcleos
que creen ver en estas anécdotas la disputa por la libertad de prensa. Ese
paisaje histórico de fondo es el que nos obliga a una mayor atención acerca de
nuestros dichos cuando estos pueden ser tomados como "pichinchas" para la
avidez opositora en el mercado de los bienes simbólicos que se disputan. Las
pecheras de la patota de la UOCRA agrediendo salvajemente a militantes
juveniles pudo ser un posfacio adecuado al sketch que nos ocupa. Lejos, muy
lejos de todo esto, el discurso de la Presidenta lanzando al ruedo la
democratización de la justicia, exhibió nuevamente ese anaquel adolescente de
una actualidad donde reposan novelas que van desde el fin de la infancia hasta
la edad de la razón.
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