Enrique Szewach | Lunes 08 de abril de 2013
Frente a catástrofes naturales como las vividas estos días
en la Ciudad de Buenos Aires y en La Plata y alrededores, siempre resulta
difícil identificar qué pudo haberse evitado con obras de infraestructura
adecuadas.
Qué cosas, con un buen sistema de alerta temprana.
Cuáles con un equipo de emergencias mayor o mejor capacitado
y equipado.
Cuáles, con otro marco de educación e información de la
gente.
Cuáles con una buena planificación urbana.
Pero lo cierto es que, aún cuando la cantidad de agua caída
haya sido excepcional e imprevisible, y aún cuando nada se hubiera podido hacer
ante semejante fenómeno, las obras que se necesitan no están hechas.
Ni existe un sistema de alerta temprana.
Ni tenemos equipos de emergencia que, más allá de su
extraordinaria buena voluntad y profesionalidad, cuenten con todos los medios
necesarios en calidad y cantidad.
Ni tenemos educación e información en la población más vulnerable a estos acontecimientos.
Ni existe un correcto planeamiento urbano.
Es decir, más allá de si el hecho fue o no excepcional y,
esperemos, irrepetible, si algo se pudo haber minimizado, o acotado, en sus
trágicos resultados, eso no fue posible, porque nada, o muy poco se había hecho
para lograrlo.
Hay que reconocer, sin embargo, que el fenómeno del
cortoplacismo y la ausencia de obras públicas de infraestructura adecuadas, es
imputable no sólo a este gobierno en particular, si no a una larga historia que
caracteriza a la mayoría de los gobiernos y, por lo tanto, a la sociedad
argentina como un todo.
Lo que se destaca, en estos años, en todo caso, han sido las
excepcionales condiciones externas e internas que hubieran, permitido, con las
prioridades adecuadas, financiar obras de largo plazo a costo relativamente
bajo, sin sacrificar crecimiento económico, ni bienestar de corto plazo de los
sectores más necesitados.
Basta contrastar las condiciones de financiamiento que
consiguen nuestros vecinos, o el absurdo sistema de "subsidios al consumo de
clase media y alta" que se lleva casi 4% del PBI, local, como dos ejemplos,
para comprobar que, en ese sentido, estamos claramente frente a una "década
perdida".
El caso de la Ciudad de Buenos Aires es aún más
injustificable, porque estando disponible la financiación para las obras que
faltan y que, al menos, hubieran podido minizar el problema, cuestiones
estrictamente políticas hicieron que el Gobierno Nacional, le negara
autorización al Gobierno local, para acceder a préstamos de organismos
multilaterales de crédito. (Igual, la Legislatura porteña, hubiera podido
reasignar partidas y prioridades, y concentrar recursos en algunas obras y no
en otras).
Pero, aún en un contexto cortoplacista de aliento al consumo
privado y al gasto público populista, por sobre la inversión, bien se pudieron
armar sistemas que atendieran las emergencias de manera más eficiente.
Cuestiones que no requieren demasiados fondos, ni créditos de largo plazo. Pero
sí calidad de gestión. Y esto es lo que ha quedado más en evidencia en estos
días. La pésima, salvo honrosas excepciones, calidad de gestión, aún con
fondos, que tiene el omnipresente Estado argentino.
Y esta falta de calidad de gestión se asocia con la débil
institucionalidad que hoy nos caracteriza.
En efecto, en todas partes los políticos tienen la tentación
de priorizar el corto plazo y mostrar resultados inmediatos. Simplemente,
porque todos están sometidos al escrutinio y la competencia electoral
sistemática y periódica.
Pero existen marcos institucionales, burocracias
profesionales, sistemas de control y, sobre todo, jueces independientes capaces
de hacer cumplir las leyes y castigar a quienes no la cumplen.
En ese contexto, quién se equivoca paga y paga caro. De allí
que aún a su pesar, los funcionarios se ven obligados a hacer, mínimamente, lo
que hay que hacer.
Además, esa misma ausencia de controles institucionales,
lleva a una creciente corrupción. Y la corrupción no es sólo "más cara", sino
que afecta la gestión. Porque los corruptos tienen que ser "amigos" y ser "de
los nuestros". Y no necesariamente los amigos, son buenos gestionando.
Pero a no engañarnos. Una mayoría de la sociedad argentina
ha sido "partícipe necesario" de todo lo descripto.
Espero, con esperanza, que la muerte de tanta gente ponga
fin a esta absurda ruleta rusa que hemos elegido jugar, todos los días, desde hace décadas.
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