Silvia Cavadini | Lunes 18 de marzo de 2013
Un Papa pertenece a toda la cristiandad y es de todos y con todos, pero sí, tiene un origen que contribuye a darle un sello particular. Francisco es el Papa argentino y americano, dos características que contribuyen a que sea un consagrado con un perfil particular.
Veamos primero lo que él es. La elección que llevó al papado al Cardenal Jorge Bergoglio, ha llenado de alegría a los católicos practicantes que aceptamos a todo otro sin distinciones de raza, credo, situación social, orientación política y educación y que creemos en la lucha por las causas relacionadas con el hombre que el Evangelio nos señala. Por qué, porque vemos en la silla de San Pedro un hombre discreto y tenaz, que no ha dudado en denunciar las situaciones en que la dignidad, la justicia y la equidad han sido vulneradas en detrimento sobre todo de los más pobres o los sin voz, demostrando su compromiso con el prójimo y no cejando en dar batalla a las miserias humanas que existen.
Cómo no estar felices al saber que en Roma ahora, un hermano argentino, hablará para la cristiandad como lo hacía para nosotros, haciendo siempre referencia a la Iglesia de Cristo, a lo que ama y defiende con convicción. Cómo no estar alegres porque en sus homilías, verdaderas catequesis, nos ha recalcado siempre la importancia de abrirse a los tiempos sin perder de vista el Evangelio. Cómo no sentirse representado por un hombre que huye del boato y pide a los que lo rodean ser austeros pero no por eso menos "felices".
Cómo no sentirse orgulloso de que todos sepan que nos ha enseñado mucho sobre ecumenismo, sobre cómo ser profetas y sobre todo cómo trabajar por el Reino en el aquí y ahora. Cómo no respetarlo cuando frente a las calumnias ha guardado silencio y expresado alguna vez "no vale la pena seguir hablando", dejando que el tiempo demuestre la falsía de las imputaciones que se le han hecho. Cómo no admirarse del uso que hace del lenguaje apropiado a cada interlocutor, joven, niño, adulto, sano, enfermo, humilde o poderoso.
Llega al Vaticano desde muy lejos, desde una geografía que tiene todas las geografías entre lo urbano y lo rural y lo que contribuye a darle un matiz particular es la gente que la habita: un importante crisol de razas.
El Padre Jorge salió de nuestra patria, que tiene pocos años de historia, que es producto de la evangelización española y no tiene tantos rasgos distintivos propios, es apenas una región cultural. Y es hijo de América, la América de Medellín, Puebla y Santo Domingo. La América que en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, sentó las bases para una eclesiología de la diversidad, donde se invitó a todos a "ser discípulos y misioneros para que en Xto. tengamos Vida Plena" "Vida" con mayúscula. Una América que proclamó su esperanza de "ser una Iglesia: viva, fiel y creíble".
Somos muchos los que estamos contentos porque es un consagrado que resume lo que un laico comprometido quiere para este tiempo de la Santa Madre Iglesia: coherencia en la relación fe - vida, valor en la defensa de las grandes causas del hombre y sobre todo amorosa ternura en la acogida al prójimo.
El Papa Francisco tiene su perfil particular producto de lo propio y lo vivido, ha aceptado una tarea difícil y no exenta de riesgos, que el Espíritu Santo lo fortalezca para que con sus decisiones construya esa Iglesia: viva en acciones de infinita ternura, fiel al Evangelio en todo momento y creíble para todos sin distinción de credos.
Silvia Cavadini
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